Tocando el cielo, por Alfredo Luna Victoria

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Andrés Roca Rey es verdaderamente un pura sangre. De aquella casta gallera que regala al mundo un raza distinta, diferente y única. Lo pueden derribar miles de veces, pero él se levantará las que sean necesaria para hacer olvidar sus caídas. Todos los humanos somos dignos de sentir miedo, pero pocos son los que convierten esto en una ventaja.

El año pasado Roca Rey siendo novillero logró lo que ningún peruano había conseguido desde 1954, abrir la puerta grande de Las Ventas en Madrid. Es como debutar en la final de la Champions League en recinto deportivo más importante de todos y ganar.  Andrés dejaba de ser una promesa para empezar a convertirse en una realidad, dejando en alto no sólo su apellido, sino también su patria.

A partir de esto el joven torero alcanzó la profesional y esto le ha servido para que empiece hacerse de un nombre en las plazas del mundo. Y como pareciéndole poco, Roca Rey volvió a repetir el plato. Después de varias faenas y algunos infortunios, como la dura cornada que recibió en Sevilla, nuestro compatriota entró de una manera definitiva al corazón de Madrid. Se jugó la vida y consiguió lo que muchos toreros sueñan pero pocos alcanzan. Una vez habiendo enterrado el acero, el público pidió dos orejas, que le fueron concedidas, dándole el pasaporte para la Puerta Grande.

Y como las mejores canciones de Vicente Fernández, Roca Rey ha llegado para quedarse en la memoria de los que conocen lo bueno.