Hay, como casi todo en la vida, al menos dos posiciones respecto a los sobornos, también llamados “coimas” en nuestro país. La primera posición es la de la víctima que, más o menos, se podría parafrasear así: “es que el sistema es así, no lo puedo cambiar, entonces tengo que…coimear”. La segunda posición es la de la responsabilidad: “yo escojo, en mi libre autonomía, coimear o no; ya si escojo hacerlo o no, en ambos casos asumo mi responsabilidad”.
Dejando de lado las coyunturas expuestas, hace algunos días, me puse a reflexionar sobre este asunto de manera un poco más profunda. Mirando la realidad, no solo la realidad nacional, traté de descifrar a quien le puede convenir el negocio de la corrupción. Porque claro, solamente si hay negocio o interés, se pueden justificar que existan incentivos – perversos – en contra de la lucha contra la corrupción. A quién – o a quienes – les conviene la corrupción.
Aunque aquí no existe un bien o servicio como tal, como lo existe en el tráfico de drogas, la prostitución, en la pornografía o incluso en la contaminación ambiental (producción); en la corrupción, paradójicamente el producto podría ser aquel del que hablaba al comienzo de este artículo: la voluntad.
¿A quién le conviene la corrupción? Simple, a quien está dispuesto a vender su voluntad y, como en todo negocio, cuando hay algo en venta, es porque hay alguien también dispuesto a comprar. Pero a diferencia de lo que ocurre con las drogas, la prostitución, la pornografía, etcétera, en la corrupción se compra una voluntad expresada en una acción o una omisión (dejar de hacer). Viene entonces la pregunta inicial ¿a quién le gusta coimear o comprar voluntades? ¿para qué alguien compraría eso per se? Y – complementando – ¿realmente a alguien le puede gustar ser coimeado?
No es que exista entonces algo como un gran cartel de corruptos asociados o de corruptores unidos; la corrupción es un medio para conseguir algo eludiendo las reglas de juego. Y si es un medio, o una consecuencia de “algo más”, debería ser sencillo llegar a la solución pues depende de lo que está detrás. Quizá, y solo ensayo una respuesta, el asunto sería tan simple como que nos pongamos de acuerdo en decir: no más.
Como decía aquella canción hoy popular de cumbia: Que levante la mano…