La violación es un acto abominable en la que ninguna opción deja de ser trágica, y por lo tanto, traumática: en otras palabras, no existe una verdadera “solución”. Además, por su efecto sobre el bienestar físico y psíquico de las víctimas, este no sólo es un problema criminal, sino también de salud pública. Tal vez por esta razón es que Luis Davelouis ha dedicado dos columnas en Perú.21 al debate del aborto en casos de violación, a propósito de la campaña #DéjalaDecidir. De manera frontal y directa, Davelouis plantea la siguiente pregunta a sus lectores y, de hecho, a todos los peruanos: ¿Obligarías a tu hija a llevar en el cuerpo la marca de los dientes de su violador?
En Lucidez no nos tomamos esta pregunta a la ligera. El drama de una mujer cuando es violada, más aún si se trata de una menor de edad (como tantas veces sucede en nuestro país), es tan grande que ninguna columna podría hacerle justicia. Existe, por tanto, un mínimo grado de comprensión que resulta ineludible salvo que, de manera ilusa, pretendamos vivir solamente con ángeles. Las víctimas de la violación son personas cuya integridad física y mental se han visto vulneradas, cuya libertad ha sido transgredida de la manera más cruel, y que no merecen ni escarnio ni que su tragedia sea tomada a la ligera. Cualquier posición pro-vida, como la que tiene este diario y con la cual renovamos nuestro compromiso, debe partir por la compasión, tanto con el niño por nacer como por la madre gestante. La vida empieza en la concepción pero no concluye al nacer: es necesario por lo tanto que todos quienes defendemos la vida el manifestar claramente nuestra solidaridad genuina contra la violencia que altera la vida íntegra de muchísimas mujeres en todo el Perú.
No obstante, la compasión, que parte de nuestra naturaleza humana compartida, no puede confundirse con una justificación. A las mujeres que son víctimas de la violación y del abuso les debemos nuestro apoyo, pero también la verdad. Y lamentablemente, ante el drama de la mujer violada se opone el drama de la niña o niño por nacer. Es imposible elegir a uno por encima del otro: ambos son seres humanos con una dignidad propia y el derecho inalienable a existir. La posición pro-vida, a diferencia de #DéjalaDecidir, no elige a uno por encima del otro: sólo pide que no se interrumpa el embarazo y que el Estado asuma su responsabilidad en nombre de la sociedad, velando por la seguridad y desarrollo de un niño. Una mujer violada no tiene por qué ser madre y está en todo el derecho de no asumir responsabilidad por un bebé que fue forzado sobre ella: la adopción, que en nuestro país requiere ser fortalecida urgentemente, es un reconocimiento de esto. Lamentablemente (y lo decimos así porque el trauma de una violación nunca debe ser festejado), el embarazo es una realidad que, por más dolorosa que esta resulta, no se puede deshacer. Esto último lo decimos con mucho dolor, el mismo que emana de nuestra compasión por las víctimas de la violación, pero también con una enorme firmeza que se basa precisamente en nuestro respeto por la dignidad humana.
Distintas personas conciben la posición pro-vida como una postura misógina. Y aunque efectivamente seguimos en deuda por el machismo nauseabundo que todavía campea en nuestra sociedad, es falso e insultante que se pretenda tildar de machistas a las miles de mujeres que alrededor del mundo combaten las iniciativas a favor del aborto. Pero lo peor de todo es que esta acusación es además profundamente ignorante, ya que las principales víctimas del aborto en el mundo son las mujeres: niñas cuyo derecho a abrir los ojos les es negado por el hecho de no ser hombres. En este diario detectamos con preocupación el silencio que existe frente al uso del aborto como principal herramienta del feminicidio a nivel mundial, especialmente en países con culturas patriarcales, como en el caso de China. ¿Qué sucedería con las niñas en el Perú, una sociedad efectivamente atrapada por el machismo anacrónico, si es que #DéjalaDecidir triunfa?
Tal como Davelouis y muchos otros nos preguntan qué pasaría si la mujer violada es nuestra hija, nosotros podríamos plantearle esta y muchas otras interrogantes. Sin embargo, no se trata de realizar ejercicios de oratoria o competir por la pregunta retórica más contundente. Lo que está en juego es mucho más importante que eso: se trata de la vida y el bienestar tanto de la madre como del niño. Una vida que nace de una tragedia no es fácil para nadie; pretender, de un lado o de otro, que existen soluciones al respecto es engañarse. Ninguna situación es plenamente satisfactoria. Esa pretensión de encontrar arreglos donde no los hay, de crear elecciones donde es imposible elegir, es la verdadera hipocresía sobre la que deberían escribir nuestros periodistas.
Fuente: www.obiectiv.info