Hace unos días manejaba rumbo a una reunión de trabajo, haciendo uso un poco del piloto automático, así mi mente podía enfrascarse en mil pensamientos “importantes”, cuando de pronto reparé que más allá de la larga fila de autos, el cielo gris y el húmedo frío, a mi costado estaba el mar. Ese mar que tanto amo y que hace que ame a Lima a pesar de haber nacido bajo un hermoso y perenne cielo azul. Y al ver a mi costado el mar decidí hacer algo que prácticamente nunca hago: abrí la ventana…
Fue mágico, todos mis pensamientos que estaban en el futuro (la agenda de la sesión que tendría…), en el pasado (si había dejado todo suficientemente organizado en casa…) se detuvieron y se intoxicaron con el olor a mar, con el sonido de las aves (había apagado también la música) y sentí tan rico. Me encantó haberme permitido parar (mi auto seguía avanzando a la velocidad de una tortuga por el tráfico) pero yo había parado, estaba en el presente, en el aquí y el ahora, disfrutando. El entorno seguía siendo el mismo, pero yo me había permitido hacer algo distinto, desconectar el piloto automático y dejarme tocar por lo que había alrededor.
Cuando me invitaron a escribir en este espacio y me explicaron que el objetivo era apoyar a que las personas tomaran más consciencia de su propia vida y con ello puedan vivir de una manera más feliz; decidí inmediatamente que escribiría justamente sobre lo que significa permitirnos “abrir la ventana” en nuestro día a día: darnos permiso para hacer algo diferente. Reconozco (y lo aprovecho también) que el piloto automático nos ayuda muchísimo para sacar adelante tareas cotidianas, encuentro que el peligro viene cuando sin querer (normalmente) caemos en vivir casi el 100% de nuestro día en piloto automático. Luego puede que nos sintamos en las noches desganados, descansemos mal e incluso una sensación un poco incierta, indefinida, se agite en nuestro interior. ¿Será que es nuestra propia voz, nuestra esencia que pugna por salir, por dejarse escuchar, por retomar el protagonismo de nuestros días?
Hace poco escribía en otro post sobre uno de los enormes regalos que había recibido al convertirme en mamá, el placer de volver a maravillarme con lo cotidiano porque para un bebé, para un niño, todo en el mundo es nuevo. Y también puede volver a serlo para un adulto, de hecho, lo está siendo para mi. Ahora me doy cuenta de que al caminar muchas veces, si prestas atención, puedes escuchar a los pajaritos cantar en la calle (incluso a pesar de la bulla de los autos). Me dirán quizás que exagero, los reto, hagan la prueba. Salgan a caminar, y escuchen, realmente escuchen y ahí están. Esperando porque nos permitamos detenernos un poquito en el aquí y el ahora.
Y esa es la invitación que me gustaría dejarles con este post:
¿Me gustaría “abrir la ventana”?, ¿Qué me impide hacerlo con mayor frecuencia?, ¿Cómo me ayudaré para no utilizar el piloto automático el 100% del día?
A disfrutar!