Adorar todo y no valorar nada, por Daniel Masnjak

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Hace poco leí una crítica a La La Land, según la cual la película “sólo se preocupa por brillar superficialmente” y termina siendo “mayormente inocua”. Para el autor, lo que evita que sea totalmente inocua es Sebastian (Ryan Gosling), cuya visión purista del jazz impulsa su sueño de salvarlo abriendo un club, uno con verdadero jazz. Ese “purismo musical” sería lo único que da contenido a la historia. Confieso que como espectador promedio me pareció una crítica injusta, pero al margen de ello, ¿cómo es eso de ser un purista del jazz?

La idea es ilustrada por una conversación que Sebastian tiene con su amigo Keith, quien lo había invitado a ser tecladista de una banda de jazz fusión electrónico. Después del primer ensayo, Keith reconoce que el estilo es diferente al que el personaje de Gosling sueña salvar. Pero le increpa: ¿cómo será un revolucionario, uno como las viejas glorias del jazz, si vive siendo un tradicionalista? Sebastian cede con el fin de ahorrar para abrir su club y mantener su relación con Mia (Emma Stone). Al final, unirse a esa revolución terminó siendo para él fuente de dolor y ruptura, pero logra abrir su club y refugiarse en el tradicional (¿verdadero?) jazz.

Sir Roger Scruton dice que el punto de partida para ser conservador es el sentimiento de que lo bueno en la vida suele ser difícil de crear y fácil de destruir. Algo de eso hay en Sebastian, quien en un momento le dice a Mia que en Los Ángeles la gente adora todo y no valora nada. Lo que entiende por adorar (worship) y valorar (value) parece estar marcado por el contraste entre superficialidad y pasión. Por eso, cuando Mia le confiesa que odia el jazz, queda sorprendido por cómo lo asocia con música de ascensor. Entonces, la lleva a ver una banda en vivo y le explica la historia, el estilo y su corazón.

Sebastian tiene lo que Dietrich von Hildebrand llama “reverencia”, da espacio para que lo que le rodea se despliegue, para así entender su dignidad y nobleza[1]. Se deja maravillar, termina apasionándole. No entiende la música como ingrediente de saturación para evitar el silencio (como la música de ascensor), sino como ayuda para concentrarse en lo más importante. Es por ese sentido de lo maravilloso que le aburre tocar villancicos como fondo en el restaurante Lipton’s. Al final, tal vez los comensales lo prefieran antes que al silencio, pero no les importa más allá de eso.

No lo valoran porque para ellos su música casi es solo no-silencio, en su lugar podría estar cualquier otra cosa. Adoran todo porque nada es auténticamente bello, bueno o verdadero. Adorar todo es no valorar nada porque para postrarse ante cualquier cosa, probablemente uno tenga que creer que todo da lo mismo. Pero en el día a día, un pastel de supermercado no parece valer lo mismo que aquel horneado por la abuela, lo mismo con una plantilla sacada de internet y una carta escrita con lápiz en mano. Es como si esas cosas llevaran consigo bienes que vale la pena preservar.

Sebastian es un personaje que al dejarse maravillar por el jazz y no dejarlo de fondo, descubre un bien en sus orígenes, su historia, su estilo. Como lo valora, decide darle su debida importancia, en vez de adorarlo todo. Por eso no quiere subvertirlo, sino hacerlo duradero. Por eso no quiere ser un revolucionario. Prefiere ser un tradicionalista del jazz (que no es igual a un aburrido ni renegar de la riqueza propia del género musical). Tal vez porque las cosas buenas de la vida suelen ser difíciles de crear y fáciles de destruir.

Es el mismo sentido de lo maravilloso lo que acerca a Sebastian y Mia, desde la sospecha de que hay una razón especial por la que se encuentran seguido hasta su cita en el cine, que ocurre mientras otros personajes chacharean de lo anticuadas que son las salas. Eso hace curioso que el fin de la relación llegue con las giras de Sebastian y la banda, un proyecto pensado para revolucionar. Esto no solo rompe la relación, sino que llega a hacer que el personaje de Gosling dude sobre su sueño original. ¿Querrá alguien ir a un anticuado jazz club? ¿Valdrá la pena?

Mia le dice que sí, que la gente irá porque verá que le apasiona. Después de todo, fue así que la convenció de no odiar el jazz, fue por eso que se enamoró de él. Pero en ese momento de éxito revolucionario, Sebastian asume que nada de lo pasado vale la pena. Es más, acusa a Mia de haber llegado a su lado solo para sentirse mejor que él, dados sus anteriores fracasos. Y aunque llega a abrir el club y vuelve al jazz tradicional, su relación con Mia nunca vuelve. Tal vez porque las cosas buenas de la vida suelen ser difíciles de crear y fáciles de destruir.

[1] Citado por Rose Deemer. The Philosopher in Every Child and the Child in Every Philosopher.

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