[EDITORIAL] Al César lo que es del César

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La agenda política y mediática de los últimos meses ha puesto sobre el tapete una discusión medular referida a la actitud que el Estado debe mantener ante las iglesias y las creencias religiosas. Iniciativas como la regulación del matrimonio entre homosexuales, la despenalización del aborto, la enseñanza de religión en los colegios públicos, las subvenciones económicas a la Iglesia Católica, entre otros, ha merituado el pronunciamiento de más de uno acerca de si el Estado peruano es o debe ser laico y cuáles serían las consecuencias prácticas que se deriven de ello. Lo cierto es que –pese a que muchos han asumido que el Estado peruano es laico- en ninguna parte de nuestra Constitución se afirma tal cosa. Nuestra Carta Magna afirma que tenemos un régimen de independencia y autonomía respecto a la Iglesia Católica (y se entiende que frente a otras creencias religiosas también) y presta colaboración para con todas ellas.[i] Pero, más allá de lo que manda nuestra Constitución, ¿Cómo debería ser la relación entre el Estado peruano y las distintas confesiones religiosas que existen en nuestro país?

Antes de empezar a hablar del laicismo del Estado, es necesario reconocer una realidad patente: el fenómeno religioso -que se ha manifestado en todas las sociedades y culturas a lo largo de la historia- y es justamente la actitud de los poderes públicos frente a este fenómeno la que hará la distinción entre un estado laico y un estado laicista. Cuando afirmamos que queremos un Estado laico, lo que estamos afirmando es que nuestro país no tenga una religión oficial, como sucede por ejemplo en Inglaterra –donde no puede tener cargo público aquel que no profesa la religión anglicana- o en estados confesionales de oriente medio donde incluso se ha afirmado que no hay ni debe haber más ley que el Corán. Un Estado laico que defiende la libertad que tienen sus ciudadanos para creer o no creer en un ser superior, debe respetar y fomentar la práctica de la religión que cada quien elija (siempre y cuando no atente contra los derechos fundamentales de los individuo) ¿Por qué?, porque constituye una legítima expresión de la identidad de cada individuo y es parte fundamental de la libertad de pensamiento que los ciudadanos necesitamos para poder desarrollarnos y conseguir el bien común de nuestra sociedad. Ya lo decía Mario Vargas Llosa –agnóstico confeso y profeso- durante la Jornada Mundial de la Juventud que se realizó hace algunos años en Madrid y que conglomeró a miles de jóvenes católicos de los cinco continentes: «¿Es esto bueno o malo para la cultura de la libertad? Mientras el Estado sea laico y mantenga su independencia frente a todas las iglesias, a las que, claro está, debe respetar y permitir que actúen libremente, es bueno, porque una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos -empezando por la corrupción- si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta individual cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad».

En Lucidez creemos que una actitud distinta a la expresada anteriormente, es decir, que busque censurar todo tipo de expresión religiosa –ya sea individual o colectiva, privada o pública- es propio de un laicismo fundamentalista, que es nocivo para la libertad del individuo y que atenta contra el derechos fundamental de toda persona a la libertad religiosa, de pensamiento y conciencia. Si toleramos que uno pueda manifestar sus convicciones en el debate público sin mayor censura ¿Por qué queremos callar a los que lo hacen desde su propia fe? Cada quien es libre de expresar sus ideas y pensamientos desde sus propias convicciones, lo que no quiere decir que todas sean válidas o todas deban convertirse en leyes. En el Perú hay quienes protestan porque sale el Señor de los Milagros en procesión o porque algún líder religioso se pronuncia sobre determinados temas, pero callan o aplauden cuando la fiesta es de adoración a una deidad Inca o el que habla es un ateo militante. Una vez más resaltamos lo que bien decía nuestro premio nobel: «Durante mucho tiempo se creyó que con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, esa forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos que esa era otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas»[ii].

En Lucidez creemos que el modelo peruano de relaciones entre las distintas iglesias y el Estado ha dejado atrás la confesionalidad formal de antaño –lo que es sano para nuestra nación- y está avanzando hacia un modelo de no confesionalidad protector del derecho de libertad religiosa, pensamiento y conciencia de todos los peruanos y se están dando pasos notables para integrar y garantizar igualdad de trato entre todas las confesiones religiosas. La Ley de Libertad Religiosa es una muestra palpable de ello y ese es el camino que hay que seguir, para no caer en intolerancias o faltas de respeto entre aquellos que creen y aquellos que no.


[i] Artículo 50° de la Constitución Política del Perú.

[ii] http://elpais.com/diario/2011/08/28/opinion/1314482413_850215.html