En estas épocas navideñas y de fin de año, es inevitable para muchos el sentir cierta nostalgia por tiempos pasados y cierta incertidumbre por los tiempos que vendrán. Es inevitable recordar nuestra niñez y momentos maravillosos al lado de nuestra familia. En mi caso recuerdo como mis padres iban siempre a una fiesta de año nuevo, mientras mis hermanos y yo nos quedábamos aburridos en casa viendo la TV y el reventar de cohetes a la media noche. Mi padre siempre salía muy elegante con smoking y mi madre con vestido largo, “maxifalda” que le decían. Así mismo es inevitable en estas fechas recordar a las personas que en el último año nuevo estaban con nosotros y ahora ya no están, pues hoy estamos y mañana no estamos. Mi madre siempre nos decía a mis hermanos y a mí, en el almuerzo familiar de fin de año, cuando estábamos con nuestros tíos y abuelos, que aprovecháramos estas reuniones, pues el próximo año a lo mejor alguno ya no estaría con nosotros. Algunos años no, pero otros años nuevos esto sí fue realidad. Todo ello me hizo reflexionar lo siguiente: ¿Qué es lo que en realidad nos deseamos cuando nos deseamos un feliz año nuevo? ¿Acaso como dice la vieja canción: salud, dinero y amor? ¿Qué se realicen todos nuestros proyectos? ¿Qué nos vaya mejor en la vida? ¿Qué vivamos muchos años más? Sin embargo, hay un pequeño detalle que la mayoría evita hablar o afrontar y del cual quiere saber poco o nada al respecto. Me refiero a la muerte y que nadie nos puede asegurar si el próximo año nuevo estaremos presentes en este mundo.
A mis alumnos en la universidad, cuando estudiamos el tema de las herencias, siempre les pregunto: ¿Saben ustedes que es lo único cierto en la vida y se los puedo apostar si quieren?… Que todos algún día nos vamos a morir. Se me queden mirando con la boca entreabierta como si les hubiera dicho una aberración o una especie de extraña y macabra broma. Luego de unos segundos comienzan a reaccionar de diferentes maneras: algunos sonríen, otros se quedan serios, otros muestras rostros de preocupación y algunos recurren a su Smartphone para no pensar en ello. Pero ello constituye una verdad absoluta. De allí que se queden fríos. Les insisto, ¡Se los puedo apostar! Todos algún día moriremos. Algunos dentro de muchos años, otros dentro de pocos años, otros dentro de meses, días o inclusive minutos. Sin embargo, es definitivo, nadie quiere pensar en la muerte, pese a que constituye una verdad absoluta ante la cual todos nos enfrentaremos algún día. ¿Si serás gerente general este año, o te compraras una casa o un auto nuevo, si te casaras o si viajaras a Europa o a USA o si lograras ese proyecto en tu empresa, etc. etc. etc.? Nadie lo sabe. Nadie te puede asegurar que sucederá. Pero lo que sí te puedo asegurar es que este año que viene, siempre la muerte es una posibilidad, hasta que un año se cumpla definitivamente.
Lo curioso y paradójico del caso es que la mayoría de los seres humanos solemos tomar precauciones para todo, esto es, nos “aseguramos” contra posibles malos eventos que nos podrían suceder, menos para la muerte. Para ello adquirimos pólizas de seguros contra robos, incendios, terrorismo, accidentes automovilísticos, seguros de salud e inclusive un seguro de vida que… claro, nos asegura de todo menos lo más precioso que tenemos: la vida misma. Tomamos todas las precauciones del mundo para imprevistos, menos para el imprevisto más previsto del mundo: nuestra muerte cierta. Lo único cierto en la vida. Pues todo lo demás son imprevistos y la vida es lo único importante porque finalmente la vida se la hace uno mismo, esto es, nos hacemos nuestro propio destino por lo que debemos aprovechar cada minuto de vida que tenemos de la mejor manera… y como diría Cantinflas, “allí está el detalle”, pues ¿Cómo aprovechamos nuestras vidas, o el tiempo que nos queda de vida? Pues aunque no lo sepamos, siempre nos queda un tiempo de vida. Desde nuestra concepción y posterior nacimiento vivimos descuentos. De la vida que llevemos dependerá que estemos bien preparados para el evento más importante de nuestra vida sin duda alguna, esto es, nuestra propia muerte. Ya que el obtener un importante puesto de trabajo o un acenso, el ganar mucho dinero, el obtener poder o un cargo político importante, el tener a todas las mujeres del mundo o muchas propiedades no nos garantiza nada, pues al momento de la muerte no podremos llevarnos todo esto con nosotros, ni tienen valor alguno a efectos del evento que tendremos al frente: nuestra muerte.
Entonces, ¿Qué es lo que verdaderamente tiene valor ante el evento ciertísimo de nuestra muerte para lo cual nos deseamos lo mejor entre nosotros como un feliz año nuevo, un año nuevo para vivirlo intensamente? Madre Teresa dijo alguna vez una cosa muy cierta con relación al momento de nuestra muerte: “Seremos juzgados sobre el amor”. Esto, aunque parezca un poco etéreo o impreciso es lo más preciso del mundo. Pues lo que verdaderamente tiene valor cuando llegue el instante de nuestra muerte, el evento más importante de nuestra vida, será todo aquello que hicimos por los demás y no tanto para nosotros mismos. Aquello que hicimos por nuestra familia y seres queridos, por nuestros amigos y en general por nuestro prójimo, por los más necesitados material y espiritualmente, y por nuestro país. Lo demás, simplemente…. no cuenta. El Papa Francisco declaró hace poco: Nunca he visto una carroza fúnebre seguida por camiones cargando los bienes y valores que el difunto acumuló en vida. Efectivamente, a la muerte se llega como se vino al mundo: desnudo. Y lo único que cuenta es lo que hicimos por los demás. Esas obras silenciosas, sacrificadas, sencillas pero muy valiosas que hicimos por los demás como esposa o esposa, padre o madre, amigo o amiga, etc. ésos serán los tesoros que tendrán valor en ese momento. De allí que cuando nos deseemos un feliz año, sea para desearnos que el nuevo año que viene y el tiempo que nos quede de vida, sean verdaderamente fructíferos en esas acciones y valores con miras a ese importantísimo evento que a todos nos espera… lo único cierto en la vida… lo demás sean meras expectativas, probabilidades y buenos deseos. No olvidemos como se dice en una conocida oración cristiana: “El mundo pasa, el tiempo huye, los hombres desaparecen, la muerte te roba todo. Una sola cosa te quedará siempre: Tu Dios”. Un verdadero feliz año nuevo para todos, con muchas obras buenas y fructíferas, no tanto para uno mismo, sino para los demás… al fin y al cabo, son lo único que cuentan…