Recuerdo haber leído en el libro “Anarquía” de Manuel González Prada las siguientes palabras: “…antes que el mártir, el apóstol”. Las reformas necesitan de prédicas que atraigan a sus futuros reformistas. La Iglesia y sus Santos no serían ellos si antes sus apóstoles no se hubiesen inmolado por una lucha en la que creían.
Hoy por hoy en el Perú, se pide una reforma cuasi total, integral, holística. Se piden cambios económicos, políticos, sociales y culturales. Se pide, en suma, una revolución del aparato estatal y cómo ha estado funcionando. Y la predica de la que se nutre no es sino el hartazgo diario del pueblo, la pobreza económica y espiritual que nos aborda desde antes de nuestra independencia, y que a dos años del Bicentenario sigue como una sombra en nuestro escudo nacional.
Por ello, al igual que otros julios, este 28 el presidente tiene la facultad de salir y hacer saber en cada casa, en cada oyente, que los cambios anhelados por el pueblo peruano son un proyecto que el Ejecutivo tiene presente.
La ausencia de compresión y sensibilidad frente a los conflictos que suceden hoy en el país, desde el derrame de petróleo en la selva, a la preocupación por el proyecto Tía María o la seguridad ciudadana frente al alza tanto en la delincuencia como en la percepción de la misma, es la cuna que incuba el paso de apóstoles a mártires. Y el riesgo es palpable, la creciente llegada de políticos radicales no es un miedo lejano, es una verdad cercana y latente que pone en peligro los avances que el país ha tomado en pro de los derechos humanos. Quién sabe, tal vez el Estado tiene todo esto presente, pero no basta ser, sino parecer.
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