Aquel amanecer del 27 de noviembre de 1879, el general chileno Erasmo Escala nunca imaginó el terrible error que cometería ese día y lo que le costaría al ejército chileno. Habiéndose unido el día anterior en Islunga las fuerzas chilenas del Teniente Coronel de las guardias nacionales Don José Francisco Vergara, con las fuerzas del coronel Don Luis Arteaga, lo cual sumaba un total de 2,300 soldados chilenos, Escala pensó que este ejército sería suficiente para aniquilar al ejército peruano supuestamente conformado por unos 1,500 soldados en el mejor de los casos, los cuales pensaba, además, que estarían muy cansados y sedientos. Decidió que los encontraría en la quebrada de Tarapacá y allí los aniquilaría. Efectivamente, todo el plan de ataque chileno se basaba en la presunción de que en Tarapacá habría, en el peor de los casos, una fuerza de número similar o ligeramente superior a la chilena. Sin embargo, la situación real era muy diferente. La verdad era que el grueso del ejército peruano había arribado el día 22 de noviembre al pueblito de Tarapacá. A estas fuerzas, se les unió la división del coronel José Miguel Ríos. A Ríos los oficiales chilenos le tenían un gran respeto por su capacidad. A su lado estaba otro oficial peruano también muy respetado, nada menos que el comandante del batallón Iquique, el coronel Alfonso Ugarte, ilustre hacendado nacido en Iquique y que con su propio peculio había formado al batallón Iquique. A estas fuerzas debe agregarse dos divisiones peruanas las cuales habían partido de Tarapacá el día 25 con destino a Arica y en ese momento se encontraban en Pachica, a solo 19 km al norte de Tarapacá.
En resumen, en la noche del 26 de noviembre, el ejército peruano estaba compuesto por 1,440 hombres en Pachica; y 3,046 hombre en Tarapacá con el reconocido coronel Andrés Avelino Cáceres al mando de la Segunda División; y con la Tercera División al mando del veterano coronel Francisco Bolognesi. Si bien se carecía de caballería y piezas de artillería, se contaba con un total de 4,486 hombres. Como se ha podido apreciar, el ejército peruano contaba con oficiales peruanos de reconocida capacidad y prestigio. A los ya mencionados Cáceres, Ugarte y Bolognesi, debemos mencionar a Dávila, Ríos, Belisario Suárez (jefe del Estado Mayor) y al argentino Roque Sáenz Peña, todos bajo el mando del general Juan Buendía, general en jefe de los ejércitos del Sur. De allí que lo que los chilenos creían una fuerza mínima de hombres cansados, sedientos y mal armados, se equivocaban totalmente.
La batalla comenzó cerca de las diez de la mañana. El calor ya era insoportable en esa quebrada desértica pues el sol caía a plomo sobre los hombres. La lucha fue despiadada mostrando los peruanos una tenacidad impresionante. Los primeros soldados chilenos en entrar en el pueblo de Tarapacá fueron los portaestandartes, cuya insignia se convirtió en un objetivo de guerra. Curiosamente, la tropa chilena cargó contra el pueblo en lugar de buscar posiciones más ventajosas, cuestión que causó una cantidad de bajas catastrófica para las compañías chilenas del regimiento 2º de Línea, cuerpo al que pertenecía el disputado estandarte. Finalmente, el estandarte chileno del 2º de Línea fue tomado por el Guardia Civil peruano Mariano Santos Mateo del batallón Guardias de Arequipa de la Tercera División. La lucha fue tan dura y tenaz que se dio una gran confusión en ambos bandos. Curiosamente, debido a la gran fatiga, hubo un momento en que sin acuerdo previo, se suspendió la lucha, una especie de tregua tácita, retirándose los peruanos para reorganizarse y aprovisionarse de munición, en tanto que los chilenos se abalanzaban al fondo del valle, ya sin presencia peruana, para beber y descansar. Eran cerca de la una de la tarde. Las ambulancias de ambos lados recogían a los heridos y se contabilizaban las bajas. De un lado, el ejército peruano había perdido un considerable número de oficiales. De otro lado, los chilenos estaban totalmente desorientados respecto a lo que estaba sucediendo en realidad y no tomaron medidas especiales de defensa ni de repliegue.
Finalmente, siendo cerca de las dos de la tarde, las tropas peruanas que se encontraban en Pachica, llegaron a la quebrada durante la referida tregua. Eran unos 1440 hombres. La intención peruana fue intentar rodear y tomar prisionera a la fuerza chilena sobreviviente, pero los chilenos advirtieron la situación y comenzaron a ascender por las laderas de la quebrada para no quedar atrapados en el fondo. En lo alto de las laderas se entabla un nuevo combate. En el fondo del valle, perdía la vida el comandante del 2º de Línea y jefe de la segunda división, coronel Eleuterio Ramírez, transformándose en el oficial chileno de mayor graduación muerto hasta el momento. Sin dejar de combatir, los chilenos dan definitivamente por perdido el campo y se retiran hostigados en todo momento por los peruanos. Estos al no contar con caballería, no pudieron perseguir a los chilenos en retirada. Igualmente, el triunfo de los peruanos fue definitivo.
Los chilenos contabilizaron 516 muertos y 179 heridos, más que en las batallas de Pisagua, Germania y Dolores juntas. De otro lado, los peruanos tuvieron un total de 236 muertos y 261 heridos. En ambos ejércitos las pérdidas de oficiales fueron enormes. Debemos indicar que la derrota chilena de Tarapacá ocasionó la renuncia de Vergara a su comisión al ser culpado del desastre, siendo de todos, el que menos responsabilidad tenía. Para el coronel Arteaga fue el fin de su carrera militar. Los peruanos, se replegaron a Arica y al llegar a este puerto, el general Buendía y el Coronel Suárez fueron puestos bajo arresto por el Contraalmirante Montero culpándolos de las derrotas y por haber dejado Tarapacá en manos chilenas. Definitivamente, la decisión errada del general chileno Erasmo Escala al subestimar a las fuerzas del ejército peruano, en aquel minuto del caluroso amanecer del 27 de noviembre, le costó una gran derrota a Chile. Hoy hace 139 años de aquel craso error que le dio una gloriosa victoria al Perú.
Lucidez no necesariamente comparte las opiniones presentadas por sus columnistas, sin embargo respeta y defiende su derecho a presentarlas.