Aquella mañana de setiembre, por Alfredo Gildemeister

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Recuerdo que aquella mañana llegué a mi oficina como todos los días. Era un martes como cualquier otro martes del mes de setiembre. El sol de la primavera por venir ya se anunciaba. No encontré a nadie en sus oficinas, cosa que me extrañó pues mis compañeros suelen llegar temprano al trabajo. Sin embargo, al pasar por el directorio principal, veo en su interior a gran parte de mis compañeros de pie viendo el televisor grande que suele utilizarse para las videoconferencias. Me llamó bastante la atención pues, ¿Quién ve TV estas horas y en el trabajo? Cuando ingresé a la sala, se me acerca el gerente general y solo me dijo: “mira esto”, indicándome el televisor. Lo que mostraba el televisor era una hermosa y soleada vista de los rascacielos de Nueva York, en especial del World Trade Center y de las famosas Torres Gemelas. De una de ellas, la Torre Norte, salía una considerable cantidad de humo negro.

Hasta ese momento no entendía qué era lo que estaba pasando y qué tenía que ver esto con nosotros. Fue en ese momento que apareció en la pantalla la clara imagen de un avión de pasajeros a baja altura y a considerable velocidad, volando directamente hacia la Torre Sur y literalmente estrellarse contra ella, casi atravesándola en medio de humo y fuego. Por un momento pensé que se trataría de una película de estas típicas de Hollywood tipo “Infierno en la Torre” o la primera de “Duro de Matar”. Dos señoras secretarias a mi costado dieron un grito cuando el avión se estrelló y todos miraban con horror lo que sucedía en las torres. La TV enfocaba a personas arrojándose al vacío o pidiendo auxilio desde las ventanas de las torres. Luego de unos segundos mi cerebro fue procesando de a pocos, que lo que estaba mirando en ese TV estaba realmente sucediendo en esos momentos en Nueva York. Como Lima tiene la misma hora con Nueva York, eran las 8.46 de la mañana, esta tragedia venía sucediendo en ese mismísimo momento.

Poco a poco me fui percatando que lo que veía en la TV no era ficción, ni una película más de Hollywood, sino que lo que nadie nunca imaginó estaba realmente sucediendo. Nueva York, la ciudad que nunca duerme, la gran manzana, realmente estaba siendo atacada sabe Dios por quienes o cuál potencia mundial o país enemigo. Alguno preguntaba en voz alta si habría comenzado la tercera guerra mundial. Luego nos fuimos dando cuenta que podría tratarse de un ataque terrorista. En todo caso, los peruanos como nosotros, sobrevivientes de más de diez años de lucha contra grupos terroristas somo Sendero Luminoso o el MRTA, nos dimos cuenta que para los Estados Unidos de América, la pesadilla terrorista había comenzado.

Miré el calendario: martes 11 de setiembre de 2001, una fecha que nadie olvidará, una fecha que quedaría gravada en nuestras mentes para siempre, una fecha que al igual que el traicionero ataque japonés a Pearl Harbor, nunca sería olvidada por los estadounidenses ni por el mundo entero. A medida que pasaban los minutos nos íbamos enterando de lo que pasaba. Fueron dos aviones de pasajeros: uno de American Airlines y otro de United Airlines. No acababa de terminar de digerir esa información cuando apareció en la TV imágenes humeantes del Pentágono, en Virginia, cerca de la ciudad de Washington. ¡Qué estaba pasando por Dios! Un avión de American Airlines se había estrellado contra la fachada oeste del edificio del Pentágono destruyéndolo en parte. ¿Se trataba acaso de un ataque masivo a las principales ciudades de Estados Unidos? El miedo y el terror empezaba a aflorar en el rostro de todos.

Poco antes de las once de la mañana la TV informó que un cuarto avión, el vuelo 93 de United Airlines, no alcanzó ningún objetivo al haberse estrellado en campo abierto, cerca de la ciudad de Shanksville, en Pensilvania. Luego nos enteraríamos que el avión cayó tras perder el control en cabina como consecuencia del enfrentamiento de los valientes pasajeros y tripulantes contra el comando terrorista que piloteaba y controlaba la aeronave. Al parecer, tenía como objetivo estrellarse contra el edificio del Capitolio, en Washington.

Pero la tragedia no había terminado. Repentinamente todos nos quedamos con la boca abierta viendo cómo se derrumbaba una de las torres gemelas como si se tratara de un castillo de naipes, generando una ola de humo y polvo que cubrió varias calles y avenidas de Nueva York, mientras la gente corría por las calles a guarecerse de la lluvia de escombros que caían por doquier. A lo pocos minutos, la otra torre también colapsó. Aún no habían dado las once de la mañana de este trágico martes 11 de setiembre cuando el horizonte de Nueva York cambió para siempre, así como la vida de los neoyorkinos y estadounidenses.

Han pasado 17 años de la tragedia y el mundo no la olvidará jamás. Hoy sabemos que se trató de cuatro atentados suicidas cometidos por 19 miembros de la red yihadista Al Qaeda, mediante el secuestro de aviones comerciales para ser impactados contra diversos objetivos. En total fallecieron 3016 personas (incluidos los 19 terroristas y 24 desaparecidos), dejando a otras 6000 personas heridas, y la destrucción de todo el complejo de edificios del World Trade Center (incluidas las Torres Gemelas), así como graves daños en el edificio del Pentágono, sede del Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Fue un día muy triste para los estadounidenses, pero fue el día en que esta nación comprendió que en adelante el terrorismo no se detendría ante nada, ni siquiera ante una gran nación como los Estados Unidos de América. Vayan estas líneas en homenaje a todas aquellos hombres, mujeres y niños fallecidos ese trágico día. El mundo jamás los olvidará.

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