¿Arqueología o meras suposiciones?, por Alfredo Gildemeister

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Recientemente leía un libro de anécdotas de la Segunda Guerra Mundial en donde se cuenta lo sucedido cuando el ejército rojo, luego de la conquista de Budapest, irrumpe en las calles de Viena el 6 de abril de 1945. Cuentan que luego de siete días de feroces combates, los alemanes se rinden y los rusos ocupan la ciudad. Según dicen, las tropas rusas se portaron de manera relativamente correcta con la población civil. Los rusos se sorprendieron de muchas cosas que encontraron en las casas y edificios de la ciudad. Muchos soldados provenían de lejanas y pobres aldeas de las estepas y zona asiática de Rusia. Un ejemplo fue el caso de los inodoros (“waters” para nosotros).

Cuando ingresaron a las casas, muchos de los soldados vieron por primera vez ese extraño aparato de color blanco. Algunos pensaron que se trataba de una especie de entretenimiento por lo que se dedicaron a tirar de la cadena y observar como caía el agua con fuerza formando un hermoso remolino. Otros pensaron que se trataba de una especie de nevera o frigorífico por lo que procedieron a introducir sus alimentos, frutas y verduras, así como conservas para que se mantuvieran frescos con el agua. Lo triste del caso fue que cuando a uno se le ocurrió tirar de la cadena, todos vieron sorprendidos como sus alimentos iban desapareciendo por el desagüe. Todos pensaron que los dueños de la casa habían saboteado la nevera para llevarse sus alimentos. Ante el duro interrogatorio y violencia que siguió, al dueño de la casa no le quedó otra alternativa que bajarse los pantalones y realizar toda una muestra muy bien actuada de la verdadera función del retrete, ante lo cual los soldados recién comprendieron de lo que se trataba.

Hace unos años, leí un artículo del Reader Digest, en donde se describía cuáles podrían ser las impresiones de los arqueólogos del siglo 33, cuando escavaran sobre nuestras ciudades y descubrieran nuestras casas. Escavando, ingresaron por el techo a una casa y encontraron la habitación matrimonial. Para estos arqueólogos del siglo 33, la habitación constituía una especie de cámara para sacrificios humanos, en donde la cama de tamaño King, era una especie de altar de sacrificios, en donde el colchón era consagrado por el sumo sacerdote de esta época y era blando para que la víctima ofrecida no sufriera mucho. Las mesas de noche a cada costado constituían el lugar en donde en ánforas debidamente consagradas, guardarían el corazón y otras vísceras escogidas para los dioses.

Al frente de la cama estaba un tocador, con un hermoso espejo, lo cual dedujeron los arqueólogos, era el lugar en donde el sumo sacerdote se revestía para la ceremonia. Del techo de la habitación colgaba una hermosa lámpara de cristal con bombillas, lo cual dedujeron que éstas se prendían cuando los dioses recibían el sacrificio y les era de sumo agrado. Sin embargo, algo que extrañó mucho a estos arqueólogos fue cuando ingresaron al baño, pues lo primero que vieron –y en esto no estaban muy lejos de los soldados rusos en Viena- fue asumir que el inodoro era una especie de fuente sagrada en donde el sumo sacerdote bebía agua de los dioses y se lavaba utilizando, además, la segunda tapa del retrete como collar sagrado, de allí la explicación de su forma redondeada y hueca. Esto era además confirmado por la variedad de perfumes, jabones y ungüentos encontrados en el baño. La tina fue tomada por una especie de sarcófago sin tapa, en donde la víctima era finalmente desangrada, depositada y abandonada para que los dioses se despacharan a gusto. Y así continuaron los arqueólogos sacando conclusiones “científicas”.

Hace unos días observaba un programa del Discovery Channel sobre algunos entierros pre-incas en el Perú, y no pude evitar sonreír al escuchar las conclusiones a las que llegaban al observa las tumbas, los vestigios allí dejados y las construcciones de adobe, al mejor estilo de una huaca o ciudadela pre-inca. Pensaba que si nuestros antepasados no dejaron fuente escrita alguna. ¿Cómo podían concluir que el agujero que tenía la momia en el cráneo provenía de un sacrificio humano ofrecido a los dioses? O que el recinto en donde se encontraban en la ciudadela ¿Era el lugar destinado a ritos religiosos? ¿Otro era el lugar para el mercado y otro para viviendas, como si fueran barrios? Podría ser verdad, pero, ¿Sería cierto? A lo mejor se trataba de una joven que caminando por los cerros de alrededor, resbala, cae y se destroza el cráneo, muriendo luego. Su familia la entierra luego de una ceremonia. No podemos negar que la historia del incanato y época pre-inca de hoy no es la misma que aprendimos en el colegio hace cuarenta años. Hay nuevos descubrimientos, etc.

Sin embargo, tampoco podemos negar que muchas de las conclusiones a las que se llegan, constituyen meros supuestos y posibilidades no confirmadas –puesto que no hay testimonios ni fuentes escritas- que necesariamente nos indiquen algo determinante –tal como sucede con el antiguo Egipto con sus jeroglíficos o Mesopotamia con su escritura cuneiforme-. Tendemos a occidentalizar e interpretar los descubrimientos, tal como hicieron los cronistas de la conquista, cuando pensaban que los incas tuvieron bandera, una monarquía, etc. como si se tratase de una cultura europea. De allí que cuando usted vea un programa de arqueología antigua en History o en Discovery Channel, tome sus distancias, puesto que, a lo mejor, lo que se cree fue el copón sagrado, era una hermosa bacinica de la época o lo que se cree fue un altar, no era otra cosa que el lugar en donde se beneficiaba a las llamas para alimento o la mesa en donde se pagaban los tributos o, simplemente, una cama de piedra en donde los antiguos roncaban a pata suelta después del almuerzo. ¡Cosas de la arqueología moderna!

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