Bajo la premisa de que el Perú es en promedio un 70% informal, debemos consensuar una estrategia para afrontar las consecuencias económicas de la pandemia. Sin embargo, el manto de neblina generado por la informalidad, dificulta la labor de recojo y actualización de información para focalizar y priorizar decisiones. Por lo pronto, el gobierno ha dictado una serie de medidas (estado de emergencia e inmovilización y aislamiento social), con el propósito de ganar tiempo y así evitar que el sistema público sanitario colapse, en un eventual escenario de contagios masivos que pondrían al límite la capacidad del Estado para atender los casos.
Ahora, es importante que aprendamos de lo que han hecho otros países, que han obtenido mejores y peores resultados, respectivamente, en medio de esta crisis internacional. Las estrategias de Alemania y Corea del Sur, consistentes en la detección temprana realizando exámenes masivos para contener el contagio, son ejemplos a imitar. Mientras que la falta de reflejos de países como EUA, España e Italia, en sus fases iniciales, por una suerte de minimización de la situación, facilitó la rápida propagación en sus territorios.
A pesar que el gobierno ha decretado un toque de queda, un significativo porcentaje de peruanos informales no acata la norma, pues el vivir del día a día no se los permite. Y más los sectores menos favorecidos, los cuales sienten que dicha disposición sólo deben cumplirla los globalizados sectores, en su creencia que éstos han importado el virus. Así, algunos conos de Lima y otras ciudades populares del país, viven bajo sus propias reglas, como si con ellos no fuera. Posiblemente desarrollen inmunidad de manada.
La economía está paralizada y millones de peruanos necesitan liquidez para atender sus necesidades. Obligar por ley a que los trabajadores opten por un sistema de pensiones (público o privado), en el fondo significa disponer de la propiedad de sus salarios. Cada trabajador es dueño de decidir qué hacer con la totalidad de su dinero, cuándo, cómo y dónde ahorrarlo.
Si hoy el gobierno puede darse el lujo de paralizar la economía nacional mandándonos a todos a cumplir una cuarentena, ello se lo debemos al programa económico de apertura y de desregulación que le ha permitido al país alcanzar altas tasas de crecimiento e incrementar las reservas nacionales durante las últimas tres décadas. Tuvimos la suerte del consejo de un José, de prever para la temporada de las vacas flacas. ¿Qué sería hoy de nosotros sin la disciplina fiscal?
Se ha deslizado la idea de que podemos vivir sin minería, pero que no podríamos vivir sin agricultura. A quienes afirman ello habría que recordarles que gran parte de los millones de soles que el gobierno está disponiendo para afrontar la emergencia, se los debemos a la renta generada por dicha actividad económica de la que desdeñan. Si no hubiera minería, no sólo se perjudicarían quienes se dedican directamente a ella, sino quienes lo hacen a otras actividades que se le asocian por la generación de economías de escala.
Cada sol que gaste el gobierno en esta emergencia debe ser eficiente, sin caer en el populismo –más aún si nos encontramos en las vísperas de elecciones generales-. El Presidente y sus Ministros deben recordar que inflar el gasto público, bien sea rompiendo el chanchito, subiendo los impuestos o, endeudándose, puede tener consecuencias desastrosas en el valor del dinero
de los peruanos, además de los resultados conexos como: desempleo, desabastecimiento y recesión.
Pasada la emergencia sanitaria, el reto consistirá en desmantelar al Leviatán que se ha erigido sobre nuestros derechos y libertades. Como aquella medida que le permite al Estado manejar las clínicas particulares, lo cual en el fondo constituye una expropiación indirecta del derecho de propiedad. Este andamiaje puede tentar a muchos, sobre todo a los radicales, quienes seguramente ven en la actual crisis el escenario ideal para justificar y legitimar sus aspiraciones de ejercicio autoritario del poder. Alerta con ello.
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