«No hay dinero que pague la riqueza que teníamos. El río se acabó y no vuelve más. Es muy triste. Todo lo que queríamos estaba con él. Se llevaron nuestra alegría«. El relato es del pescador Mauro Krenak, un indio cuya única subsitencia consistía en la pesca artesanal que realizaba junto a otros compañeros en las aguas del río Doce, hoy un enorme camino enlodado en el que ya no hay peces, solo tierra, ramas y escombros jalados por la fuerza del cauce hasta el mar del Estado de Espíritu Santo, al sur de Brasil.
El 5 de noviembre pasado, un dique que contenía los desechos -algunos de ellos tóxicos- de la mina Samarco, se rompió, virtiendo 62 millones de metros cúbicos de lodo y material contaminado sobre el río Doce y dejando a su paso no solo destrucción, sino también la vida de 11 personas, 12 desaparecidos y miles de afectados en el municipio de Mariana, en Minas Gerais. Esta semana, la masa de lodo y escombros llegó al mar del Estado de Espíritu Santo, una importante zona de corales.
Así también, el desastre medioambiental-catalogado como el mayor en la historia del Brasil– ha motivado la suspensión del servicio de agua potable ya que muchas comunidades aledañas se abastecían con el agua del río Doce, hoy atiborrada de escombros y metales peligrosos como el cadmio, arsenio, plomo, mercurio y cobre, según reportes del Instituto minero de Gestión de Aguas.
La presidenta Dilma Rouseff sobrevoló la zona y ha determinado una sanción de 110 millones de dólares contra las empresas operadoras de la mina; la australiana ‘BHP’ y la brasileña ‘Vale’. Los responsables de la <strong%