Caída sin retorno, por Arturo Garro Miró Quesada

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Era el año 2000, y Alberto Fujimori buscaba un tercer mandato de forma irregular. Ya los líderes de la oposición hasta ese momento, Alberto Andrade y Luis Castañeda habían sido demolidos por el aparato gubernamental que estaba vigente en esos años, y en consecuencia, la oposición a Alberto Fujimori no tenía un líder fuerte que le permita dar batalla en la elección. Al quedar Andrade y Castañeda fuera de juego, surgió –en la recta final de la campaña- la figura de Alejandro Toledo, quien de un quinto lugar pasó a la tercera ubicación en menos de un mes; esta posición le permitió al entonces candidato Toledo ser atractivo para un electorado que buscaba sacar al fujimorismo del poder. Toledo vio esta oportunidad y pasó al ataque, lo cual lo llevó al segundo lugar en la primera vuelta de las elecciones del año 2000.

Toledo aprovechó el espacio perdido por los dos líderes de la oposición que tenían posibilidades reales de ganarle la elección a Alberto Fujimori; y al llegar a ese espacio casi al final de la campaña (año 2000), le generó –a Toledo- en la ciudadanía –por así decirlo- un efecto teflón sobre su persona ante las acusaciones en su contra que se hacían vehementemente en los medios en temas como su alcoholismo, consumo de drogas, su falso auto secuestro (que se comprobó que fue un día loco con mujeres de dudosa reputación) y la negación a una hija extra matrimonial que tuvo a mediados de los ochentas. El electorado – al ver en él una esperanza- negaba estas acusaciones, y quienes estaban en el entorno más cercano del señor Toledo afirmaban que todo era parte de un “andamiaje” “para bajarse al cholo”.

Toledo enarboló las banderas de la democracia, la decencia y el combate contra la corrupción, ante un país que se encontraba en una de las mayores crisis de su vida institucional. Estas banderas afianzaron el liderazgo político de Toledo y le permitieron hacerse de la presidencia en las elecciones del 2001.

Han pasado 11 años desde que Alejandro Toledo se convirtió en ex presidente, y el legado por el cual él hubiera querido ser recordado en nuestra historia, como la persona que recuperó la democracia de las garras de una dictadura asesina y corrupta, siendo el primer presidente indígena del país, quedarán en letra muerta debido a las pruebas cada vez más contundentes de sus actos de corrupción y enriquecimiento ilícito que viene presentando el Ministerio Público (la fiscalía). Ahora el legado de Toledo será el de un presidente corrupto, ladrón, mentiroso, que nos legó una obra como la Interoceánica, la cual se ha convertido en un elefante blanco debido a que no representa un mayor impulso al comercio con Brasil por sus elevados costes para los exportadores.

Alejandro Toledo exigía a otros –en sus buenas épocas- que si tenían problemas judiciales se pongan a derecho y den la cara. Hoy los papeles se han invertido, y el que se está corriendo de la justicia es el otrora abanderado de la decencia y la moral. Venga al Perú señor Toledo, de la cara, no huya y no fuerce una solicitud de extradición en su contra que le harán daño al país que alguna vez gobernó; y de paso trate de salvar lo poco que haya para salvar de su legado, si es que queda algo para salvar. Con no venir a dar la cara,  usted está imitando el proceder de sus archi enemigos Alberto Fujimori y Alan García, que estuvieron muchos años fuera del país para evitar en la medida de sus posibilidades no dar cara a la justicia.

La última semana, el ex presidente Toledo –parafraseando al fallecido presidente venezolano Hugo Chávez- ha quedado como polvillo de la historia, es decir, convertido en nada. Porque el recuerdo que perdurará de Alejandro Toledo es el de una persona que se valió de la lucha por la democracia y contra la corrupción para conseguir el poder en beneficio propio; al final su gobierno terminará siendo recordado como un régimen corrupto que reemplazó a otro.