Nota: como las cartas públicas están de moda (ver aquí, aquí, aquí y aquí… ah, y también aquí), en este espacio trataremos hacer lo propio a propósito de un nuevo aniversario del autogolpe de 1992. Es un ejercicio entretenido aunque, a confesión de parte, un poco huachafo. Aquí la misiva.
Estimado señor o señora:
Le escribo porque su entusiasmo ante un nuevo aniversario del autogolpe de 1992 resulta preocupante. Celebrarlo denota que, o no conoce los hechos, o su memoria se ha ido de paseo. Al fin y al cabo, esto significó un nuevo fracaso de la democracia en el Perú, y que usted lo festeje es como si un enfermo de cáncer festejara una recaída. Pero no se preocupe, que acá le propongo brevemente repasar los hechos. Sí, los hechos, esos que no le gusta escuchar y que, a fuerza de repetir falsedades, trata de hacer desaparecer para pasar por alto lo que realmente sucedió. Veamos.
¿Era necesario cerrar el Congreso para combatir a Sendero Luminoso? No. A menos que usted crea que el GEIN se formó después que se cerrara el Congreso o que su labor súbitamente se vio beneficiada por ver al señor Felipe Osterling (el presidente del Senado que Fujimori clausuró) en una jaula, ignoro de donde saca tremenda afirmación. De hecho, es un simple problema de matemática: Abimael Guzmán fue capturado en agosto de 1992, cuatro meses después de que Fujimori cerrara el parlamento. El Estado peruano concretó esta captura, las más importante y el punto de quiebre en la lucha antisubversiva, gracias a años de trabajo (que se iniciaron antes que Fujimori asumiera la presidencia) y no porque el presidente farfullaba varias veces el verbo “disolver” frente a una cámara como si fuera el estribillo de una canción de pop. Sendero Luminoso era el verdadero enemigo de la democracia; no obstante, el presidente Fujimori decidió atacar a la democracia, y no a los terroristas, aquel 5 de abril de 1992.
Por otro lado, es falso que las reformas económicas requerían del cierre del Congreso. Las principales medidas para estabilizar la economía y dejar atrás la hiperinflación tuvieron lugar en agosto 1990, cuando Fujimori decidió ejecutar el “shock” que él dijo que nunca implementaría y que permitió comenzar a estabilizar los precios. No hubo cierre del Congreso de por medio. Pero no sólo eso: en el Congreso que Fujimori cerró, la principal bancada de oposición, la del Fredemo, apoyaba la liberalización de la economía. Afirmar que la economía peruana resurgió gracias al 5 de abril es un mito, pero a diferencia de Los Hermanos Ayar este ni siquiera sirve para enseñar historia. Con las privatizaciones sucede lo mismo, y podemos seguir con la lista. Y aunque es verdad que la Constitución de 1979 era un impedimento para la liberalización, existían otras medidas para proceder con los cambios. Ningún pasaje de aquella constitución le impedía privatizar la empresa estatal de telefonía de aquel entonces, por ejemplo.
Finalmente, la defensa que usted realiza del 5 de abril de 1992 decide obviar por completo los atropellos que se realizaron ese día contra congresistas y periodistas. Uno de los argumentos más cómodos pero inútiles para justificar el autogolpe es que muchos jóvenes no vivimos el terrorismo. Y sin embargo, usted probablemente no vivió el autogolpe tampoco. Pese a que usted le encanta pontificar sobre “decisiones difíciles”, a varias personas las metieron presas por el simple hecho de ser adversarios políticos mientras usted se mantenía cómodo en su casa. Es fácil hablar de “medidas necesarias” cuando a usted no le apuntaron con un fusil. Incluso si el Congreso fue un obstáculo, como a usted le gusta insistir, nada justifica la prepotencia con la que se trató a decenas de peruanos aquel día.
Se supone que Alberto Fujimori fue un gran líder, pero él no esperó ni dos años para cerrar el Congreso porque le resultaba incómodo, optando por la ruta más fácil en vez de hacer eso que los líderes hacen… usted sabe, liderar. Usted espera que estemos agradecidos con su gobierno, pero no terminamos de quitarnos el sabor amargo de los diarios comprados y los videos grotescos con las montañas de dinero que surgieron gracias al amparo de un régimen sin contrapesos. No se trata acá de ser antifujimorista: el fujimorismo es bienvenido en la escena política y es un competidor electoral legítimo. Esa es la diferencia con el régimen de los noventa: yo no necesito disolverte porque no me gustas. Ojalá esta idea comience a calar en sus cabezas, aunque sea 23 años tarde.
Felices pascuas.
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