Crónica de un día anormal en Francia, por Inés Yabar

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El duelo nacional ya empezó. El Domingo, durante la tarde, la vida continúa, caminando por viejas ruinas romanas nada parece haber cambiado: Los turistas se pasean, algunos guías le llaman la atención a jóvenes, el transporte continúa. Pero a pesar de la aparente normalidad, sí se llega a percibir algo diferente en el aire. Las personas caminan con cautela, muchos se apresuran a llegar a casa, otros no salen, aún atemorizados por los sucesos del fin de semana. No obstante, nadie lo dice, todos lo callan. Las tiendas siguen con vida. Las calles siguen transitadas. Pero la gente viste de negro y las miradas van hacia el suelo.

Hoy, lunes, me despierto antes de que el despertador suene. Hace ya 2 días que es lo mismo. Miro las noticias. Todos los periódicos hablan aún de muertos, sangre, tristeza, desolación. Pero también hablan de avances, solidaridad, esperanza y continuación. Los franceses no quieren el miedo. Lo rechazan, lo odian, no lo dejan penetrar sus pensamientos ya cansados de tanta crueldad. Parecen caparazones duros que no dejan pasar las emociones de tristeza y amargura. Pero por dentro estos franceses caminan con odio, incomprensión y duelo. Duelo que no quieren mostrar por miedo a darles más motivos a los terroristas de actuar.

En la universidad parece que todos hablan de lo mismo, de los cuerpos, las amistades psicológicamente destrozadas, el terror. Muchos no hemos dormido bien. Estamos lejos, en Lyon, a 2 horas en tren de donde fueron los atentados. Pero estamos cerca porque somos 1 país, 1 comunidad, una nación.

Luego de hora y media de clase, el profesor nos pregunta qué pensamos sobre los sucesos del fin de semana. Nadie quiere hablar. La emoción en la sala pronto desaparece. Luego uno por uno, cada quien dice lo que piensa y siente. Muchos sienten ira pero otros sienten preocupación. Preocupación por todos esos musulmanes que ahora muchos miran con desconfianza pero que no tienen nada que ver en esta batalla. Me alegra escuchar que a pesar de toda este embrollo mi generación aún está de pie, pensante y no juzgando por las simples apariencias. Pensar que todos esos refugiados escapan lo que ahora comprendo bien. Escapan de ese fanatismo incomprensible por un Dios que nunca les ordenó matar. Escapan ese miedo al que ahora han vuelto a llegar. Escapan ese temor a las atrocidades cometidas. Escapan lo que ahora llegó a su tierra prometida también. Algo que los persigue, que los embruja.

Son las 12 y en el patio principal de la universidad una masa de gente se amontona para un minuto de silencio. Un acto que se replicó en muchos lugares del mundo, recordando a las victimas de un atentado que nos dejó a todos sin palabras. Escuchamos las palabras del presidente de la universidad. Palabras de consolación, de aliento y de batalla. Palabras que serán seguidas por un minuto de reflexión, de pensamiento.

Dijeron que limitarían los accesos a la universidad. Pero en un campus abierto es difícil hacerlo. Han cerrado algunas calles con simples cintas. Otras rejas que hacen más difícil entrar pero de igual modo difícil salir. Me pongo a pensar lo difícil que sería salir corriendo si algo llegara a suceder aquí. Me digo a mi misma que no debo estar paranoica pero alguien rompe un cuadro de vidrio y me asusto. Algo ha cambiado. Aunque nadie lo quiera admitir, algo es diferente.

Un avión dibuja en el cielo el símbolo que se ha vuelto emblema estos últimos días. La torre Eiffel como símbolo de paz. La paz que queremos todos pero que no se vive ahora. Hay tensión, hay criticas. Las emociones siguen fuertes. Pero por haber estado en Francia luego de los atentados de Charlie Hebdo sé que las cosas se olvidan, se dejan atrás, se tratan de olvidar. No sé hasta cuando dure esta tensión pero sé que yo no me olvidaré de este sentimiento. Lo leía en los libros sobre los años de terrorismo en el Perú, lo veía a través de las noticias. Pero nadie puede describir lo que se siente ahora aquí, y no se lo deseo a nadie.