Crónicas morrocotudas: París era una fiesta… del Pisco

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La segunda vez que visité París, tenía 17 años. En otra oportunidad hablaré de la primera vez, la cual constituyó toda una odisea con mis hermanos. En esta segunda ocasión, había terminado ya el colegio, y fue en el mes de abril de 1979, cuando acompañé a mi madre a realizar su primera exposición de pintura en París. El local en donde expondría era nada menos que en los salones de la prestigiosa “Maison de la Amerique Latine”. La primera vez que vi Paris, podría decirse que fue amor a primera vista, pues quedé perdidamente prendado de esta bella ciudad, de su cultura y modo de vida. Así que ante la perspectiva de volver, más aún para la primera exposición artística de mi madre, casi no lo podía creer y no pude dormir de la emoción. Los preparativos del viaje fueron exhaustivos, pero lo mejor del caso fue que a mi madre no se le ocurrió mejor idea que pretender ofrecer pisco sour en la inauguración de la exposición. ¡Menuda proeza nos esperaba! Ya que para ello era menester llevarse hasta París varios kilos del excelente limón peruano y al menos un par de cajones de botellas de buen pisco. En aquellos años no estaba difundida como hoy, la buena cocina peruana y nuestro famoso pisco sour, por lo que tuvimos que hacer uso de toda nuestra viveza criolla para lograr nuestro objetivo.

En aquél año, penúltimo año de la dictadura militar del general Morales Bermúdez, en donde el control para salir del país era muy exhaustivo, y más aun cargando unas treinta pinturas al óleo de buen tamaño y llevando en maletines de mano unos diez kilos de limones, no constituía una tarea nada fácil. Hubo que embalar los cuadros en grandes cajas de madera tripley con rueditas, efectuar los trámites aduaneros correspondientes y cruzar los dedos para que todo saliera bien. Como mi padre era gerente general de una importante empresa de aviación comercial, el gerente de la Air France nos invitó a que viajáramos en primera clase en el famoso jumbo 747 con que dicha empresa operaba en Perú. Una mañana de mediados de abril, me despedí de mi padre y hermanos, y junto con mi madre, comenzamos la odisea. Después de hartas horas de champagne, filet mignon y dormir un poco, y luego de hacer escala en Manaos, Brasil, y en la Guayana Francesa, aterrizamos en Paris. No sabíamos cómo diablos haríamos para ingresar al país los inmensos cajones con los cuadros de mi madre, sin que la aduana francesa nos dijera algo, más aún con diez kilos de limones en mis dos grandes maletines de mano y unas quince botellas de pisco en una de las maletas. En Paris nos esperaba un gran amigo de mi padre, Jean Louis con su esposa Gigi y su hija Veronique, los cuales nos alojarían y nos ayudarían en todo lo que necesitásemos. En aquellos días yo no hablaba ni michi de francés por lo que entre el inglés y el español y un cierto acento “paguisino”, hacía la finta. El recientemente inaugurado aeropuerto Charles De Gaulle, fue testigo de cómo un humilde servidor, esto es, moi (yo), poniendo su mejor cara parisina, pasó ante las narices de los vistas de aduanas franceses hasta cuatro cajas inmensas de madera, conteniendo los cuadros de mi madre, ante el asombro de Jean Louis que nos esperaba viéndolo todo, a la salida del aeropuerto, comiéndose los dedos de los nervios que lo invadían, sin poder creer aún cómo habíamos hecho para pasar las cajas, los limones y el pisco, sin que se nos preguntase nada. “¡Ces la vie!” Es todo lo que le dije y seguí adelante.

Una vez alojados en la hermosa casona parisina de Jean Louis en el barrio de Asnieres, al norte de París –en mi habitación tenía un bello piano Pleyel de cuarto de cola al cual no pude resistirme tocar un buen rato- empezamos con los preparativos para la exposición. Teníamos unos cuantos días para ello, antes de la fecha de inauguración. Lo primero fue visitar la embajada del Perú en París, a fin de cursar las invitaciones a muchísimos compatriotas peruanos que en aquél entonces vivían en París. Uno de ellos, por ejemplo, era mi tocayo Alfredo Bryce Echenique, así como otros artistas, pintores, escritores, etc. El embajador Alberto Wagner de Reyna nos recibió muy amablemente y nos apoyó con todo. Gran diplomático y brillante intelectual, nos invitó a almorzar con su familia, brindándonos una gran ayuda. Cuando visitamos la sede del Perú en la Unesco, a fin de invitar a varias personas que allí trabajaban, gratísimo fue encontrarme con Julio Ramón Ribeyro –inconfundible con su cigarrillo colgado a un lado de la boca- trabajando allí. Obviamente que fue uno de los invitados de honor a la exposición.

Llegado el día de la exposición, nos encontramos con un pequeño problema logístico: ¡En toda Francia no existía una miserable licuadora para preparar el pisco sour! No se utilizaba la licuadora, pues era un producto norteamericano que aún no era difundido en Francia. Allí se utilizaba la “manita” –como dicen en España- esto es, una maquina larga con una hélice en la punta y con eso “licuabas” las cosas. Luego de preguntar y buscar por todo París, una señora gringa amiga de jean Louis, tenía una licuadora que se trajo de Nueva York ¡Salvados! Con esa licuadora preparamos el jarabe y todo lo demás. Esa noche, mucha gente invitada empezó a llegar a los salones de la Maison de la Amerique Latine: diplomáticos, embajadores, intelectuales, artistas y lógicamente, muchísimos franceses ilustres del mundo cultural y empresarial francés. Mi madre y yo rogábamos que a los franceses les gustase nuestro pisco sour pues no había otra cosa que ofrecer. Era una inauguración “a la peruana”, con bocaditos y canapés típicos peruanos, preparados por nosotros. A la media hora de haber sido servido el pisco sour todo el mundo estaba “chino de risa”. Los franceses especialmente no podían creer que estaba tomando el auténtico pisco sour peruano. ¡Lo tomaban como si se tratara del mismísimo elixir de los dioses! Contemplaban con respeto y adoración cada copa. ¡Tomando una copa tras otra sin parar! No sabían de lo “travieso” de nuestro maravilloso pisco sour, por lo que a la hora de haberse servido, ya reían y brindaban de felicidad. Se acercaban a mi madre para felicitarla por los bellos oleos y no dejaban de agradecerle por haberles permitido tomar el verdadero pisco sour con auténticos limones y pisco peruano. ¡Paris era una fiesta… pero de pisco sour! De más está decir que la exposición fue un éxito. Se vendieron muchísimos cuadros. Cabe mencionar que mi madre siempre fue una mujer muy guapa, culta y encantadora, por lo que los franceses caían a sus pies encantados, tanto por su belleza… como por el pisco que se tomaban.

Al día siguiente de la inauguración, el prestigioso diario “Le Monde” de París, publicó una nota sobre la exposición, sobre mi madre y el éxito de la muestra, resaltando el detalle “tres, tres magnifique” de haber ofrecido el famoso pisco sour peruano en dicho acontecimiento. Valió la pena cargar los limones y las botellas de pisco desde Lima. ¡Todo un triunfo de mi madre y del pisco peruano! Definitivamente París era una fiesta… una fiesta del pisco, una fiesta de peruanidad! ¡Oh la-la!