Parecía que nada podía afectar –sustancialmente- a su aceptación, a su prestigio, a su solidez. Esta vez la situación parece desbordarle: la Alemania de Angela Merkel, incólume, incluso durante la grave crisis por la que ha atravesado Europa, se tambalea. En tres frentes:
En el tema de la aceptación de los refugiados, con las consecuencias que pueda tener el escándalo de VW y en algunas tensiones “europeas” de fondo, la Canciller percibe fuerte viento en contra.
En los refugiados, su expresión de que “no habría techo” marcó la línea, una vez que la población se había mostrado entusiásticamente hospitalaria, con su presencia masiva en las estaciones de tren a las que llegaban los refugiados, también después de algunos ataques xenófobos en los que –sobre todo en la Alemania del Este que en tiempos fue comunista- radicales atacaran, incendiaran, alojamientos de refugiados o previstos para ellos por los gobiernos municipales. La reacción de la población, ese entusiasmo, fue impresionante. Merkel –que tiene un fino olfato para los vientos que mueve el pueblo, se puso a la cabeza de esa manifestación. Le amparaba, bien es cierto, la Constitución alemana, hecha en 1948 aun bajo el impacto de los años anteriores de dictadura perversa y de una guerra que castigó a prácticamente todas las familias alemanas. Muchos alemanes fueron en tiempos de los nazis al exilio. Y la Constitución recoge como un derecho fundamental el derecho a asilo: es un agradecimiento a quienes en los tiempos oscuros acogieron a los alemanes que tuvieron que abandonar su hogar y su tierra. ¿Es aplicable ese derecho de asilo a todos los que huyen de una tierra en guerra? Así lo entendió Merkel con su expresión. Pero se ha encontrado con cierta resistencia de sus propios socios: los de la CSU (Partido Social-Cristiano) de Baviera, coaligados con la democracia cristiana de Merkel. Estas diferencias son ya habituales: siempre los bávaros tratan de marcar distancia en algunos puntos; tienen que mostrar ante sus electores que tienen una personalidad propia. Pero esta vez el tira y afloja con Horst Seehofer, el líder de los bávaros, va más allá. A las voces críticas se ha unido también Thomas de Maizière, ahora ya dentro de la CDU y ministro en el gobierno de Merkel; como ella, procede de la República Democrática Alemana, donde ejerció la disidencia (más que Angela) y está (o estaba) considerado como uno de los hombres de confianza de la Canciller. Ahora, sus palabras de que con el “no habrá techo” se había creado una situación en la que “no hay marcha atrás” se ha entendido como una crítica. Recientemente, la canciller presentó un libro de su antecesor, el socialdemocráta Gerhard Schröder. Consideran sus analistas que el gran error de éste, encumbrado en la cima del poder, fue despreciar a su partido. Y su partido lo dejó caer…
En cuanto a Volkswagen, es no sólo una tremenda estupidez: trucaron en la planta de Estados Unidos los programas de medición de emisiones para que detectaran cuando estaban en situaciones de test y automáticamente bajaran el nivel de emisiones… que en condiciones normales estaban por encima de lo permitido por la ley de Estados Unidos. Es también el fin de un prestigio inmaculado: el de la marca “made in Germany”. De un lado, los ingenieros de Volkswagen no pudieron construir un vehículo cuyas emisiones cumplieran la norma y fuera competitivo en cuanto al coste. Por otra parte, quizá la presión inducida por el tándem Ferdinand Piëch (Presidente hasta hace unos meses y representante de la familia fundadora) y Martin Winterkorn (Director General) no permitió buscar una solución madura (porque, ya se sabe, estas soluciones llevan tiempo). Winterkorn, después de aferrarse lo que pudo al cargo, finalmente ha tenido que dimitir… pero exige el pago de su millonario sueldo para todo el período de su contrato, o sea, finales de 2016 (en 2014 cobró 15.9 millones de euros). Es también un asunto con inmensas consecuencias económicas: además de la multa que parece inevitable (se habla de 18 mil millones de euros), puede que Volkswagen tenga que modificar en todo el mundo cientos de miles de vehículos, asumiendo los costes. Y esto en una empresa con unos 600,000 empleados que depende directa o indirectamente de ella (el 1,5 por ciento de los empleos en Alemania), una empresa que supone –también de forma directa o indirecta- el 2-3 por ciento del PIB alemán y casi un 66 por ciento de la creación de riqueza en la región (Land) de Baja Sajonia, cuyo gobierno tiene presencia en los órganos rectores de la empresa.
Después de Siemens, de Thyssen-Krupp, de Deutsche Bank con sus importantes escándalos, ahora Volkswagen. Y algunos comentan con cierta ironía que en dos de estos casos (Siemens, Volkswagen), las irregularidades han sido detectadas en Estados Unidos… de donde también sale la investigación del Comité Olímpico Internacional. Aquí Alemania no está involucrada: ya con los otros casos tiene bastante. Por cierto, en el escándalo Volkswagen fue una pequeña ONG medioambiental de EE.UU. la que detectó la irregularidad. No hay enemigo pequeño.
Quede el análisis del debate europeo para otra ocasión. Atentos a cómo evolucionan estas dos ollas a presión en Alemania. Pues cuando Alemania estornuda, la neumonía en Europa puede estar cerca.