Alfonso Sánchez-Tabernero, actual rector de la Universidad de Navarra, donde yo estudié y me licencié en periodismo, acaba de publicar un artículo en el diario madrileño El País, en el que señala cuatro características de lo que, en su opinión, no hacen las mejores universidades del mundo: 1. no tienen ánimo de lucro; 2. no toleran entornos desmotivadores para sus profesores; 3. no tienen gobierno asambleario y con escasa eficiencia; y 4. no tienen alta dependencia de una misma fuente de ingresos.
El mencionado rector ha trabajado en universidades públicas y privadas de varios países; y ha sido vicerrector de Relaciones Internacionales de la Universidad de Navarra antes de ser rector, lo que le facilitó visitar bastantes de los campus que aparecen en los primeros 20 puestos de las listas de las mejores universidades: unas universidades públicas como Berkeley y otras privadas como Columbia; unas que destacan más por su grado como Princeton y otras por su posgrado como Caltech; unas omnicomprensivas como Oxford y otras especializadas como MIT; unas grandes como UCLA y otras pequeñas como Yale.
Es claro, sin embargo, que en el mundo, afirma, “cada universidad sigue su propio camino, de acuerdo con su misión, su historia y sus recursos. Expresado de otro modo, no es posible indicar qué hay que hacer para llegar a ser una buena universidad”. Pero esas cuatro notas parecen representar el denominador común de las mejores.
Ahora que el Perú estrena nueva ley universitaria –ley 30220- y que el Estado inicia la andadura de la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria –SUNEDU- la experiencia del rector español Alfonso Sánchez-Tabernero nos regala cuatro aspectos de la vida universitaria que proyectan a las universidades peruanas, públicas y privadas, hacia el futuro, mientras que la reforma de Córdova, Argentina, de 1917 nos aprisiona en el pasado.
El espacio de esta nota no es el adecuado para un análisis detenido sino apenas para observar que el quehacer universitario no prioriza el ánimo de lucro pero, simultáneamente, cuida de motivar a su cuerpo de profesores. No se entrega a un manejo multitudinario popular asambleístico ni se fía de una sola fuente de ingresos. El devenir del movimiento de las universidades nacionales tiene, por tanto, materia suficiente para reflexionar sobre su existencia y destino.
Terminaré citando la premisa del rector Sánchez-Tabernero: “El futuro de cualquier país depende, en buena medida, de la calidad de su sistema universitario. Las mejores universidades forman ciudadanos cultos, creativos y solidarios; generan ciencia y fomentan la innovación y el emprendimiento; y proporcionan a la sociedad una oferta variada de servicios culturales, educativos y sanitarios”.