En una caricatura del miércoles de esta semana, el semanario The New Yorker retrataba de manera precisa la reciente turbulencia en los mercados financieros. En una viñeta, una gallina asustada regresa corriendo y haciendo aspavientos a la granja mientras los otros animales comentan: Ahí viene el experto en China. Esta semana estuvo caracterizada por el pánico y los análisis alarmistas. Pero los mercados financieros siempre reaccionan en exceso. Y en un mundo cada vez más global (la frase es un cliché pero no deja de ser cierta) el contagio es inmediato. Aún así, muchos “expertos” locales se apresuraron en predecir una inminente crisis financiera.
Es cierto que no ha sido una semana fácil: la mayor caída en un mercado financiero desde el 2007, caídas en el precio de los commodities (los más bajos de los últimos 15 años), depreciación en los mercados de divisas, contagio en las bolsas de Estados Unidos y Europa. Sin embargo, los mercados occidentales se han recuperado. También es cierto que China, la segunda economía más grande del mundo, no atraviesa por su mejor momento. No sólo los mercados financieros parecen derrumbarse, las exportaciones y la producción industrial retroceden, mientras que las intervenciones del gobierno parecen no tener efecto. Pero su economía no se va a derrumbar mañana. Señalaba en un artículo anterior que los vínculos entre el mercado financiero y el sector real de la economía en China son débiles, y lo mismo sucede con el sistema bancario. La demanda doméstica, el principal motor de su crecimiento económico, se mantiene en niveles positivos (de acuerdo a estadísticas oficiales). ¿Entonces? China no puede seguir creciendo indefinidamente a 7 por ciento, y es lógico suponer que su economía se va a desacelerar y seguirá enfrentado problemas domésticos importantes, pero el “lunes negro” no es ni la causa ni la consecuencia. Este no es el inicio de una crisis global.
No es novedad que China es un jugador importante en la economía mundial. Tampoco es nada nuevo que es el principal socio comercial de Perú. Todos sabemos que si China se desacelera, Perú (y buena parte de las economías de América del Sur) van a sentir los efectos. Y China ya viene desacelerándose hace un buen tiempo. Veamos cómo nuestro crecimiento también lo ha hecho en los últimos dos años. Que no nos cuenten historias sobre la falta de confianza de los inversionistas locales. Es evidente entonces que si China se desacelera aún más, las oportunidades de crecimiento de nuestro país serán más limitadas. En una investigación que hice en el 2012 con Diego Winkelried, profesor de la Universidad del Pacífico (y que fue publicada por el International Economics journal) señalaba que China no sólo arrastraba a la economía peruana sino a la de otros socios comerciales de Perú, que al verse favorecidos por el crecimiento chino, podían demandar más bienes de Perú. En ese sentido, hay un doble impacto en la desaceleración China, uno directo, porque exportamos menos a China, y otro indirecto, porque exportamos menos a otros países que también crecen menos. Por otro lado, la volatilidad en los mercados financieros y la reciente devaluación del yuan tienen un impacto inmediato en los mercados emergentes.
¿Qué puede hacer el gobierno? En el corto plazo poco. ¿Y en el mediano plazo? Mucho se habla de diversificar o elevar la productividad, algo que suena fácil y es muy difícil. Nadie lo resume mejor que The Economist en su edición de esta semana. “La expansión China mantuvo al mundo a flote por años. Ahora el crecimiento depende de los gobiernos y de las decisiones difíciles que tomen en todo, desde reformas financieras hasta gasto en infraestructura. Ésta es la dura lección del pánico en China”.