El 6 y 9 de agosto de 1945 serán considerados por siempre como las fechas en las que en Hiroshima y Nagasaki murieron 120 mil personas y 130 mil resultaron heridas. Las bombas nucleares marcaron una historia para el mundo que aún no ha aprendido a trabajar por el bien común.
La magnitud de la catástrofe de la muerte de miles de seres humanos no sólo japoneses, sino coreanos y presos estadounidenses puede compararse con nuestros muertos y los del mundo entero frente a la pandemia del COVID-19. ¿Qué haremos para cerrar esta herida de la perdida de la vida humana en nuestro país? La respuesta es caminar hacia la creación de una cultura de la vida.
Algunos pensaran en un museo que recopile las historias de las vidas de los médicos, enfermeras, policías, bomberos, serenos que salieron a atender a los heridos sin cuestionarse el peligro y murieron. Otros propondrán declarar un día nacional para conmemorarlos. Algunos expresaran este hecho con la demostración de diversas activaciones artísticas y culturales. Posiblemente se incluya un capítulo en los textos escolares que marque la historia antes de la pandemia. Y los medios de comunicación harán sendos documentales con periodistas que dirán que cubrieron los hechos. Es probable que se piense en crear un monumento y un espacio público con un nombre emblemático para una alameda, una avenida o un puente. Pero ¿creemos realmente que esto será suficiente? ¿cuál es nuestro aporte para crear una cultura de la vida?
La experiencia de Hiroshima y Nagasaki demuestra a la fecha que además de las conmemoraciones y de los supuestos altos en la construcción de armamento nuclear, la herida de la pérdida de la vida humana se mantiene. Porque para cerrar una herida se requiere que los actos sean certeros y den paz a la historia, sin ocultarla, con acciones que demuestren que no se repetirá.
En ese sentido para atender la pandemia y evitar que se extienda, la OMS ha propuesto frenar la transmisión del virus y mitigar el impacto en la salud del COVID-19 en la Región de América del Sur requiriendo inicialmente 94.8 millones de dólares para apoyar los esfuerzos críticos de respuesta en los países que más necesitan ayuda hasta septiembre de 2020. Frente a tanta presión por las desavenencias entre Estados Unidos y China, y el retiro del financiamiento de USA hacia la OMS, China declaró que si encuentran la vacuna, será “bien público mundial”, para que cada ciudadano acceda sin restricciones. Al final, se trata de poderes políticos que no compatibilizan quedando todos los habitantes del mundo expuestos porque no se coordinaron acciones para evitar la propagación del virus. Mientras tanto en nuestro país, según el Instituto para la Métrica y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington, para agosto tendremos más de 19 mil fallecidos.
Estamos pagando el precio de los contagios efectuados por pacientes asintomáticos. Pero también estamos pagando el precio de una cultura que se enfoca en el bienestar individual y no en el bien común. Cada vez que vemos las noticias, nos enteramos de nuevos afanes políticos que buscan protagonizar historias que no se vinculan con el sufrimiento de nuestros hermanos fallecidos y con los que fallecerán. Se trata otra vez de una disociación de la realidad en la cual se cree que lo que le pase al otro no nos afectará.
¿Cómo vamos a cerrar esta parte de la historia nacional como ciudadanos y cómo lo haremos de manera individual? Las empresas están activando protocolos para comenzar a activarse y algunas han donado alimentos a familias de extrema pobreza; los mercados están adoptando medidas más estrictas; las familias se integran a esta nueva normalidad que confluye casa, trabajo, escuela y zona de confort; diversas organizaciones y grupos de Iglesia están abocados a distribuir víveres.
Y es que cuando pase la meseta, nos daremos cuenta que probablemente el virus sea declarado de carácter endémico en el mundo. Significa que tendremos que convivir con él y hacerlo de forma correcta evitará incrementar el número de fallecidos. Tenemos que empezar a tomar acción individual desde nuestras posiciones para crear una cultura de la vida.
Una señal de esperanza es el ejemplo de Ruisa Goes, una enfermera brasilera que trabajó hasta los ocho meses de embarazo en un hospital, cuando fue internada con síntomas de coronavirus. Tenía dificultades para respirar y tras un parto inducido fue separada de su bebé para luchar contra la enfermedad. Sólo 26 días después, pudo conocer a su hija, quien dio negativo al virus, y a quien estrechó entre sus brazos, en un país donde mueren mil personas al día por el COVID-19.
Otro ejemplo es el asocio entre la OMS, la Fundación pro Naciones Unidas y el estudio de cine Illumination, que lanzarán con los personajes de Gru y los famosos Minions, un spot que muestra conductas que salvan vidas y ayudan a mitigar las consecuencias de la COVID-19. Mantener la distancia física, hacer ejercicio físico en casa y ser amables con los demás, son algunas de ellas. Así ayudarán a las personas de todas las edades a mantenerse protegidas y sanas durante esta pandemia.
Una cultura de la vida en Tiempos del Coronavirus comienza por aceptar el primer duelo, no el de la muerte física, sino el de la muerte de nuestra omnipotencia, pues la razón no necesariamente nos lleva a la solución de la crisis de la pandemia. Este momento representará lo que decidamos que represente. Apostemos por una cultura de la vida que cierre la herida de la muerte con las acciones que cada uno pueda hacer para que el otro sea feliz y tenga bienestar. Esto depende de nosotros y no de nuestros gobernantes.
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