Cuando somos niños dar y recibir es un proceso natural. Si tienes niños alrededor, obsérvalos y date cuenta de lo libres que son en esta dinámica. Si no están dispuestos a dar, lo expresan sin miedo y si quieren algo sólo lo piden.
Poco a poco, mientras interiorizamos normas sociales, aprendemos que dar es un deber y recibir está condicionado. Esos «deberes» sociales van influyendo sobre la capacidad de ser coherentes con lo que pensamos y sentimos.
Ese niño que experimentó alguna vez el ciclo de dar y recibir en su estado natural aún vive dentro de nosotros y no entiende nada de historia ni deberes sociales. Cuando el ciclo se ve afectado es inevitable que experimentemos disconformidad.
En nuestra cultura tenemos muchas historias de mártires y santos que entregaron su vida a otras personas o la patria. Sin duda esos actos de desprendimiento extremos son reconocidos, el problema está cuando se convierten en ejemplos a seguir o se filtran características a la idea de cómo debemos ser. Así en el acto de dar muchas veces no se considera si la persona tiene suficiente para sí mismo y termina por convertirse en un sacrificio.
El sacrificio tiene un precio muy alto para con nosotros mismos ya que nuestro niño interno se siente agredido y verá la forma de regresar a su estado de equilibrio. Es inevitablemente que este proceso tenga consecuencias en nuestra dinámica con los demás.
Entonces, dar y recibir convertido en expectativas según normas o acuerdos sociales se vuelve muy confuso cuando no es coherente con lo que sentimos y pensamos.
Con el tiempo, manejándolo de esta forma, es posible que ya no estemos seguros siquiera de lo que merecemos de la vida y tampoco sepamos qué tenemos para dar.
Algo que aprendí en la vida es que uno no puede dar lo que no tiene. Igual nos pasamos intentando hacerlo y la sensación de carencia y deuda con nosotros mismos empieza a manifestarse.
Como es una dinámica en permanente movimiento, si partimos desde la carencia empezamos a reaccionar por un impulso inconsciente exigiendo a otros que paguen por aquello que les “dimos” o se vuelve mucho más importante que cumplan con nuestras expectativas.
Un ejemplo muy claro para entender esta dinámica es lo que generalmente sucede en las relaciones de pareja. Según lo que hemos aprendido de vivir en sociedad y de la exposición a una cantidad sin fin de novelas y películas románticas vamos armando una lista de expectativas o requerimientos sobre qué debemos dar y qué debemos esperar a cambio. Es como un intercambio en base a expectativas y a la ilusión de cómo debería ser una relación de pareja que muy rara vez se cumple.
Si nos vamos a los extremos, podemos encontrar a las personas que dan demasiado, viven en permanente sacrificio y endeudan tanto a su pareja que en un momento no hay manera de “pagarle”. El ciclo está en desequilibrio y la deuda convertida en disconformidad o culpa en la persona que recibe se puede volver tan grande que termina por romper la relación y a veces ni siquiera es consciente de por qué se siente así.
También existen los que no dan nada por miedo a repetir malas experiencias y por ende tampoco están dispuestos a recibir por el compromiso que significa. En este caso, una persona que enganche con este tipo de pareja experimenta mucha frustración reafirmando la creencia de lo que “no merecen”.
Imagínense estos dos escenarios extremos rodeados de reproches y resentimiento, todo porque el ciclo de dar y recibir está en desequilibrio.
Es común escuchar que debemos dar sin esperar nada a cambio y esto puede funcionar y ser saludable sólo si damos de aquello que tenemos en abundancia. Aquello de lo que tienes tanto para ti que puedes compartir con otros y así sigues tu camino sin sentir carencia. Por eso no se espera nada a cambio, porque no falta.
Empecemos por observar qué tenemos en abundancia y conozcamos cuales son nuestras carencias. A partir de ahí busquemos la manera de sanar y generar en nosotros aquello de lo que carecemos para poder tener tanto como para compartir.
Saber recibir es igual de importante que dar. La única manera de vivir una experiencia en la interacción con el mundo es si lo experimentamos dentro de nosotros primero. ¿Quieres recibir amor? Empieza por experimentar de tu amor para ti, sanando tu relación contigo mismo y así puedes abrirte a experimentarlo con otros.
Esa es una manifestación de la abundancia dentro de ti.
Empecemos a relacionarnos desde la abundancia e inevitablemente seremos mucho más felices. Tendremos mucho más que dar y podremos disfrutar de lo que recibimos. Y es así cuando dar y recibir se convierten en lo mismo.