POR ESCRITO GALLINA UNA
“Con lo que pasa es nosotras exaltante. Rápidamente del posesionado mundo hemos nos, hurra. Era un inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americanos Cabo por los desde. Razones se desconocidas por órbita de la desvió, probablemente algo al rozar invisible la tierra devolvió a. Cresta nos cayó en la ¡paf!, y mutación golpe entramos de. Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura para la somos de historia, química menos un poco, desastre ahora hasta deportes, no importa pero: de será gallinas cosmos el, ¡carajo qué!”.
Julio Cortázar,
La vuelta al día en ochenta mundos.
Sorprendente es que tan incomprensible texto lo escribiese una de las figuras más ilustres de las letras hispanas a quien, paradójicamente, nunca se le concedió el Premio Nobel de Literatura. Pero, ese detalle no es ningún menoscabo para Julio Cortázar y su tan bien merecida fama internacional por la maestría que hizo gala en el uso (y el abuso) del idioma castellano. Sin embargo, estamos hablando de un profundo conocedor, de un diletante del idioma, quien se permitió retorcerlo sin piedad a través licencias literarias. Al otro lado del espectro, nos encontramos aquellos que aún no llegamos a esas simas de la lengua.
En realidad, nuestro afán lingüístico debe ser más modesto y pragmático. Nuestra meta se debe concretar a no tergiversar la lengua que nos permite entendernos entre más de 500 millones de personas en el mundo. Así como se lee: solo en el continente americano, el español es el idioma predominante desde los gélidos territorios canadienses en el norte hasta los helados territorios chileno-argentinos en el sur.
En efecto, según los últimos censos realizados, Canadá ostenta una población de casi un millón de hispanoparlantes convirtiendo al español en la tercera lengua más hablada, después del inglés y francés que son los idiomas oficiales del reino. Siguiendo el camino hacia el sur, los Estados Unidos de Norteamérica registra una población de más de 56 millones de hispanohablantes. Eso significa que el 18 % de habitantes, es decir uno de cada seis pobladores, habla el idioma de Cervantes en su entorno familiar. Estas cifras colocan al español como el segundo idioma más hablado en el gran país del norte. Hecho curioso: si consideramos estos datos, en los Estados Unidos viven más hispanoparlantes que en el Perú.
Luego, cruzando el famoso río Grande, nos adentramos en dominios donde el español señorea. Es un territorio integrado por veinte países con cerca de 400 millones de personas. Es decir, un hispanoparlante podría recorrer cada una de estas naciones hablando una sola lengua para comunicarse saltando fronteras políticas. El español se convierte así en la llave que nos permitiría franquear barreras de tiempo, espacio, convenciones sociales, prejuicios y posiciones ideológicas. Somos, entonces, el mayor conjunto de personas en el mundo que se pueden comunicar sin mayores dificultades lingüísticas, pues el chino no ofrece esas ventajas a los sinohablantes.
Por lo tanto, es imprescindible defender nuestro idioma hablándolo y escribiéndolo correctamente. ¿Por qué malbaratarlo con vulgarismos, pintarrajearlo con figuritas, corromperlo con giros extranjerizantes, agredirlo con coprolalia o devaluarlo con un ínfimo vocabulario? Junto con las lenguas vernáculas americanas, el español es lo que nos identifica como pueblos unidos por historias y destinos comunes. No debemos desdeñarlo, sino aprenderlo con cariño, promoverlo con celo y dejar íntegra esa herencia para las siguientes generaciones.
Una última aclaración: Según la RAE, anacoluto significa “inconsecuencia en la construcción del discurso”, y solecismo es la “falta de sintaxis; error cometido contra las normas de algún idioma”. Ambos errores nublan la correcta comprensión de las ideas en el discurso, tanto escrito como oral. Desde esta columna proponemos un reto para los lectores: aprender a hablar y escribir el español libre de anacolutos y solecismos que empañen las ideas que deseemos compartir entre los más de 500 millones de hispanohablantes. Julio Cortázar estaría muy orgulloso si llegamos a manejar el español con la misma maestría que él demostró ante propios y extraños.