En todo el mundo, la pandemia del COVID-19 ha alcanzado 186 países con más de 185 mil personas muertas y 2,600 millones de contagiados. Increíblemente países como Estados Unidos, España, Italia, Francia, Alemania y Reino Unido encabezan la lista de los más afectados con más de cien mil casos, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su reporte mundial sobre el avance de la pandemia, cerrado al jueves 23 de abril.
¿Y qué sucede con las niñas y niños en tiempos del coronavirus? Más de 850 millones de niñas, niños y adolescentes en todo el mundo han dejado de ir a la escuela. De ellos, un gran porcentaje dejó de recibir alimentación con buena nutrición dado que pertenecían a programas sociales que cerraron intempestivamente en el colegio, por ser espacios de inminente contagio. De otro lado, la permanencia en casa acentúo la posibilidad de que sean víctimas de violencia familiar, abuso y se ubiquen con mayor facilidad en la línea del matrimonio infantil en los países donde a pesar de las campañas aún se mantiene junto a la extirpación de los genitales femeninos en las niñas. En suma, pasaron de la protección a la desprotección.
La actual desprotección de las niñas y niños visibiliza las brechas que no se han logrado cubrir en todo el mundo. Todos los que trabajamos por los derechos de las niñas y niños, que nos hemos abocado a protegerlos y promover sus capacidades durante años, nos cuestionamos sobre la situación actual y sobre nuestro accionar en nuevos escenarios.
Para empezar, ¿qué sucede con la globalización como la conocemos? No vamos a regresar al mundo de antes y la globalización ya dio pase a un nuevo concepto: la “glocalización”. Para Jeremy Rifkin, sociólogo, economista, escritor, orador, asesor político y activista estadounidense, maestro en Relaciones Internacionales por la Fletcher School of Law and Diplomacy de la Universidad Tufts, la “glocalización” es producto de la Tercera Revolución Industrial que empezó por la crisis del cambio climático y logró que 29 estados de Estados Unidos comenzarán a crear planes para el desarrollo de energías renovables utilizando la energía solar y eólica en reemplazo de los combustibles fósiles. La Tercera Revolución Industrial, para el académico, potencia los medios de comunicación, la energía, el transporte y la logística. Pero es el Internet lo que conecta cada pieza, como lo fue la imprenta o el teléfono en la primera y segunda revolución industrial, respectivamente. Hoy 4 mil millones de personas usan Internet en todo el globo. “El Internet del conocimiento se combina con el Internet de la energía y el Internet de la movilidad. Estos tres convergerán y se desarrollará el Internet de las cosas que reconfigurará la forma cómo se gestiona la actividad en el siglo XXI”, afirma Rifkin.
Entonces, la “glocalización” permitirá crear nuevos negocios que se conectarán por todo el mundo a través de empresas que usen tecnología con cero emisiones contaminantes que será más barata. La gran mayoría de conglomerados desaparecerá y los que queden junto con los nuevos, tendrán que trabajar integrados. El Internet facilitará el uso de la información con redes abiertas que compartan data. Ese sería el panorama para los próximos años a decir de Rifkin. Y en ese sentido, tendríamos que pensar la educación para las niñas y niños que serán quienes van a movilizar la economía a nivel mundial.
El Internet en la educación debe dejar de ser una herramienta para el aprendizaje a ser un espacio seguro para interactuar, relacionarse, vincularse, aprender, trabajar, crear e innovar. Sí es complicado, porque es una puerta que hay que saber cruzar o en todo cruzarla con compañía.
Aquí justamente deberíamos empezar a replantear el rol de los padres y los docentes para cambiar el mandato de prohibir por el de aconsejar y acompañar hacia un uso responsable del Internet. Mientras más pronto comencemos a romper las barreras respecto a su uso adecuado y permitamos que se exploren nuevos usos, más pronto encontrarán las niñas y los niños, un espacio virtual seguro con las medidas de prevención del caso para desarrollarse. Implica que el Estado y la empresa privada tendrán que regularse entre otras cosas. También implica que cada ciudadano dé algo de sí, como Raquel Elisa Rosas, docente de inglés, quien abrió una plataforma para enseñar el idioma gratis a niñas y niños con la única condición de que se queden en casa.
Será difícil pero la educación en todo el mundo está replanteando sus paradigmas para avanzar. Lograr la conectividad en las zonas rurales, mejorar las capacidades de los docentes, incorporar nuestras 47 lenguas originarias ya que 13 de cada 100 peruanos y peruanas hablan una lengua indígena y no debemos perder nuestra identidad por tanto debemos aprender en nuestra lengua natal; desarrollar formatos accesibles para el material pedagógico a usarse con niñas y niños sordos, ciegos y con discapacidad cognitiva y lo más importante que la educación ya no sea solo responsabilidad del docente sino de la familia. Se trata entonces de un nuevo modelo educativo que responsabiliza al adulto y lo hace cocreador del aprendizaje de sus hijos. Acaso ¿le tenemos miedo a esta responsabilidad? Queda claro que en todo el mundo, sin importar el idioma, la religión, la raza, el partido político, que hemos sido arrebatados de nuestra zona de confort. Entonces, es hora de que crucemos el umbral, seguros que al otro lado vamos a llegar todos. Tal vez sea hora de inventar un nuevo derecho: el derecho a la cocreación de un nuevo mundo en todo el planeta.
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