Hace un par de días, caminaba por la avenida Abancay y a la altura de la Plaza Bolivar, frente al edificio del Congreso de la República, me encontré en la vereda una pequeña libreta en cuya tapa rezaba el siguiente título: “Diario íntimo de un candidato al Congreso”. Picado por la curiosidad abrí la libreta y esto fue lo que leí: “Querido Diario: Ayer por la noche tuve un sueño maravilloso. Soñé que vivía como un rey. Nada me faltaba. Todo el mundo me adulaba y me saludaba por las calles, las mujeres más bellas –incluyendo vedettes- me sonreían e insinuaban, viajaba por todo el mundo, comía opíparamente en los mejores restaurantes, mi fotografía estaba en todos los periódicos y revistas, era famoso, no trabajaba y podía dormir como un lirón hasta la hora que quisiera, tenía un sueldazo, la plata venía sola y, en fin, vivía como un marajá. De allí que, una vez que me desperté e inspirado por tan maravilloso sueño, decidí hacerlo realidad, por lo que tomé la decisión más profunda y trascendental de mi vida: ¡Postular como candidato al Congreso de la República en el 2016! Mi decisión estaba tomada. Para ello necesitaba ser miembro de algún partido político, movimiento, alianza, lo que sea con el cual ganar un curul en el Congreso. Llamé a un amigo mío que tiene un alto cargo en un conocido partido político. Le encantó la idea y me invitó a participar como candidato en la lista al congreso por dicho partido, previa cancelación de una “módica cuota-donación” al Partido. Acepté encantado. ¡Lo que sea por llegar al Congreso! ¡Mi sueño empezaba a hacerse realidad! Más aún, me dijo que en ese momento fuera al local partidario pues al medio día visitarían con el futuro candidato presidencial, un asentamiento humano en la periferia de Lima. No bien había llegado al local del partido, mi amigo me invitó a una sesión de fotos para mi propaganda. Puse mi mejor sonrisa “fashion”. El fotógrafo empezó a disparar su cámara mientras me pedía que pusiera cara de intelectual serio. Empecé a contornearme misma vedette, pero mi foto no salió muy agraciada que digamos. “Habrá que someterla a tratamiento” dijo. ¡Que maravilla! La computadora arregló mi rostro que ya lo quisiera Brad Pitt. ¡Quedé hecho un “cuerazo”!
Sin embargo, la experiencia en el asentamiento humano no fue de lo más agradable que digamos. No bien llegamos, como candidato tuve que repartir besos a cuantas señoras se me tiraban encima. Una no tenía dientes, la otra olía a ajo molido con romero, una creo que ni siquiera era mujer sino hombre o algo parecido pues sentí el extraño raspar de una frondosa barba en mi cachete; por último una mujer bien gordita me apachurró tanto de un abrazo que casi devuelvo mis Corn Flakes del desayuno. Finalmente, y esto fue espeluznante, una mujer que estaba dando de lactar me hizo cargar a su niño mientras se acomodaba los senos, y el niño todo lleno de mocos y babeando se limpiaba en mi fino polo Lacost importado y me miraba como diciendo: “Votaré por ti se me das mas leche”. Luego vinieron sus hermanitos los cuales se me tiraron encima pidiéndome que les regalara cosas. Olían horrible oye e inclusive uno se había orinado en el pantalón y otro tenía unas ronchas en la panza que eran de horror. ¡Las cosas que hay que hacer por una curul! Pero allí no acabó la cosa. Luego de dirigir unas palabras a la concurrencia me invitaron a almorzar. ¡Me quiero morir! De arranque me dieron un vaso con un líquido blanquecino y medio espeso. ¿Algún brebaje popular? ¿Chicha de jora a lo mejor? ¡Dios lo quiera! Me lo tuve que tomar de un trago. Las arcadas me vinieron de a pocos pero me contuve. Luego me dijeron… ¡Es masato! ¡Y preparado por la tía curandera-chaman del asentamiento, que era de la selva! ¡Horror!
Luego me sentaron en una mesa con un mantel de plástico a cuadraditos rojo. Cuando apoyé mis brazos se quedaron pegados. Había tantas moscas pegadas al mantel que parecía un panetón gigante lleno de pasas. ¡Los cubiertos estaban envueltos en un trozo de papel higiénico! Al momento comenzó la tortura: apareció el primer plato con un encebollado de pescado impresionante. Me dijeron que en la acequia de la zona se pesca un excelente pescado el cual aún no tiene nombre pues ni Darwin dió con la especie. Me lo dieron frito con piel y todo. Me miraba con aire graciosito, como diciéndome: “Cómeme y viviré en tu barriga”. Me lo tragué como aspirina, esto es, casi sin masticar y con un buen trago de cerveza tibia. Cuando me disponía a levantarme se me vino encima, con premeditación y alevosía el segundo plato: frijoles negros con arroz, plátano y huevo frito acompañado con un apanado de alguna carne de bicho desconocido y harto rocoto, con pepas y todo. Me acabé el plato de milagro pues todos me miraban con cara ilusionada y alegre pero también como diciendo: “Si no te lo terminas te linchamos al toque”. De allí que no me quedó otra cosa. Lagrimeaba y sudaba como chancho y mi boca y todo el tubo digestivo me quemaba por el rocoto. ¡Como para llamar a todos los bomberos de Lima! En eso la banda comenzó a tocar un huayno y la señora que olía a ajo me sacó a bailar. ¡Que ni me vean mis amigos del Club Nacional! ¡Horror! ¡Me quiero morir! ¡Yo que he bailado en las mejores discotecas de Lima y del Bullevard de “Eishia”, bailando huayno en este terral! ¡Me muero si me cuelgan una foto en Facebook!
Luego que me samaquearon un buen rato, sudando y cansado, me llevaron prácticamente en peso a inaugurar unos baños públicos que consistían en tres casetas de madera tripley con su water cada uno y un grifo con agua potable al lado para lavarse. Luego de cortar la cinta con una tijera, literalmente puedo decir que “inauguré” la obra pues el estómago, con todo lo que había comido y bailado, mas el rocoto entero que me empujaron, comenzaba a hacer sus efectos. No me quedó otra cosa que -en un arranque de ingenio político- anunciar que personalmente inauguraría la obra, por lo que corrí a encerrarme desesperado en una de las cabinas, prácticamente arrancándome desesperadamente el pantalón. ¡Qué retortijones! ¡Cómo me dolía la barriga por Dios! ¡Y qué ruidos, sin contar mis alaridos! ¡Ni los altoparlantes se escuchaban! ¡Mi reino por un “Donafán”! ¡Qué malestar madre mía! ¡Misericordia! No podía evitarlo, no daba mas, ¡Me moría! Luego de unos veinte minutos en que mis alaridos de dolor parecían un “mantra” hindú, me tocaron la puerta y una mano introdujo por debajo de la puertita una sección Luces del Diario El Comercio, “para su utilización íntima señor” dijo alguien”. Mis pies se podían ver perfectamente bajo la puertita, con mi blue jean Levis abajo, con lo cual la comunidad podía ver en qué faenas andaba. Todo un espectáculo digno del INC. Un acto de “entrega pública política”. ¡En fin!
Luego de ese faenón, y con el trasero ardiéndome y colorado como poto de mandril, me llevaron en medio de aplausos por las calles del pueblo joven, el cual está en medio de un abrazador arenal. Inclusive un dirigente de la comunidad y varias autoridades me felicitaron por ese generoso detalle de “inaugurar” yo mismo esta obra pública, ¡Faltaba más! Ya avanzada la tarde, me despedí de la comunidad. En ese momento unas señoras me regalaron una caja con hielo llena de varios ejemplares del pescado de acequia que había consumido en el almuerzo. Nuevamente repartí besos a granel tanto a señoras respetables como a niños y niñas, creo que medio piojositas pues un misterioso escozor comenzaba a fastidiarme en mi cabello desde hacía buen rato. Un hombre de edad se me apareció con una cabra blanca muy bonita y me dijo que se llamaba “Clementina” y que era para mí, para que tomara leche todos los días y me diera fuerza para la campaña. Total, cargué con la cabra, los pescados y ¡ah! me olvidaba: unos niñitos me obsequiaron cuatro cuyes marrones y un gallinazo de nombre Lucas que me dijeron ya estaba amaestrado. ¡Vaya uno a saber! Puse a toda esta fauna en la camioneta en la que vinimos y regresamos a Lima, directamente a mi casa y de frente a la ducha. Estaba hecho un asco. Tuve que mandar quemar mi ropa. La Ermenegilda, mi cocinera ayacuchana, me dijo que tenía la cabeza llena de piojos y que yo apestaba a “cuchi” que en quechua dijo, significa chancho. Estaba pues hecho un cerdo. Una vez metido en mi hermoso yakusi, con grifos de plata y revestido de mármol de Carrara, con mis burbujas olor a fino limón, pude descansar y recién relajarme un poco. Pero… todo sea por el Congreso, ¡El paraíso! Disfrutar de la vida sin trabajo es la felicidad, ¡La dicha total! En fin, definitivamente, por Dios y por la patria, vale la pena… y por todo lo que se quiera también.
PD: Me olvidaba, ya tengo cita con tres programas cómicos, dos “talk show”, Magaly, un concurso de “baile del tubo” para candidatos y revolcarme con alguien en “Combate” y “Esto es Guerra”. Además, he conversado con un imitador para que me haga famoso ¡Todo sea por la patria! ¿Qué donde está mis propuestas al Congreso? ¡Por Dios! ¿Qué es eso? ¡No hay que ser un aburrido “nerd” oye! Bueno, hasta el próximo lunes querido Diario”.
Conclusión: ¡Vaya Diario íntimo! ¡Cuánta fantasía! ¡Vaya imaginación que tiene la gente! Cualquier parecido con la realidad… ¡¡¡Es la realidad!!!