Dios está muerto, por Gonzalo Ramírez de la Torre

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Pasé los primeros ocho años de mi vida teniendo una idea muy vaga sobre lo que Dios significaba. La religión era un tema muy abstracto para mí. Si mi creencia podía llamarse devoción esta se justificaba más que nada en el temor que me daba la promesa de un ser supremo vigilando todas y cada una de mis acciones. Dios, para mí, era alguien que esperaba que me equivocara para luego hacerme pagar por mis equivocaciones en el infierno. Creía por miedo.

Pero fue más o menos en segundo de primaria cuando finalmente entendí que Dios no era algo a que temerle, sino algo donde podía encontrar consuelo, tranquilidad. “¿Qué es Dios?” le había preguntado un amigo al profesor de religión, el señor Lira. Él sonrió y respondió: “amor, chicos, amor y nada más que amor”. Eso me bastó. Desde ahí todo me quedó clarísimo y por primera vez creí sujetado en la fe y no en el temor. Ese sería el Dios con el que crecería y, creyendo más en él que en las instituciones que dicen representarlo, hice la primera comunión y luego me confirmé.

Pero hoy, ese Dios en el que yo creo, ha muerto y ha sido asesinado. Sus homicidas ni se han preocupado por esconderse y, con la más suprema de las vilezas, se siguen jactando de ser sus más leales escuderos. A Dios lo han matado de pena. Lo han matado traicionando la más simple de sus consignas y tratando de hacerlo ver como un tirano, como un castigador.

“Los desastres son un castigo divino producido por la ideología de género”, dijo un regidor arequipeño, un fariseo de los muchos que han repartido frases similares desde que comenzó la crisis. Y sin duda hay que ser bien canalla para usar a Dios de esa manera, para decirle a esa gente que hoy vive en zozobra y que lo ha perdido todo porque Dios lo hizo como castigo, que les ha dado la espalda. Y la canallada se agudiza aún más cuando lo dicho tiene la intención de causar miedo para tratar de traerse abajo un documento al que se oponen por simple odio a la diversidad que este busca defender.

Si Dios mandó a su hijo a la tierra lo hizo para desterrar la forma como se le pintó en el antiguo testamento. Para que dejáramos de verlo como ese ser violento y draconiano que mataba en masa con inundaciones y plagas y pasáramos a verlo como el ser tolerante y amoroso que llevó a cabo el más supremo gesto de cariño. Pero hoy, el odio de los fieles suena más fuerte que ese mensaje y Dios, como verdaderamente es, muere reemplazado por el recurso político, salvaje e intolerante, que algunos falsos profetas han insistido en inventar.

Pero esta no es la única circunstancia donde se ha matado a Dios. Desde hace mucho tiempo su nombre se ha utilizado como argumento para privar a algunas personas de sus derechos, para categorizarlas como enfermos o para sugerir que el simple hecho de que vivan sus vidas es un pecado mortal que pagarán en las entrañas del infierno. Lo vimos en la marcha de ‘Con mis hijos no te metas’, con furiosos manifestantes agitando banderolas que invocaban el castigo a los homosexuales y en aquellos que, con biblia en mano, buscaban justificar su odio con las escrituras, o hasta llamaban a matar lesbianas, como el pastor Rodolfo González Cruz.

Dios también muere de pena por su iglesia. Esa que, aunque seguramente cargada de gente buena, hoy brilla por las atrocidades cometidas por muchísimos de sus pastores. Esos mismos pastores que fácilmente condenan todo lo que sucede fuera de las paredes de su templo pero que, adentro, esconden y perpetúan los más atroces crímenes ¿No se preguntará Dios por qué tantos marchan para traerse abajo un currículo pero no para llevar a la justicia a aquellos que violan a niños en el seno de la institución que dice representarlo? ¿Acaso no creen que Dios se asquea viendo cómo algunos, uniformados como sus adláteres, blindan y reubican a los que han traicionado su esencia?

Muere por la arrogancia de sus obispos ¿No cree el obispo de Arequipa que antes de hacer ínfulas de sus pergaminos académicos debe preocuparse por esparcir la palabra de Dios como él la pretendió? ¿No cree que sería mejor que, antes de burlarse de un laico que parece tener las cosas más claras que él, se preocupe por llegar al más simple de los creyentes?

Dios, el verdadero, el que ama y consuela, ha muerto. Ha muerto en manos de quienes han buscado reemplazar su esencia con la del miedo y el odio, por los que hoy se empeñan en usar su palabra para justificar todo menos lo que él, a lo largo de tantos años, nos trató de inculcar.

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