Editorial: Así es el Estado

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Luego del accidentado censo que se llevó a cabo en nuestro país el domingo de la semana pasada, es nuestro deber como ciudadanos reflexionar sobre lo ocurrido. El evento ya resultó en la renuncia de Aníbal Sánchez, ahora exjefe del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), pero todos sabemos que poco o ningún efecto puede tener la ausencia de un funcionario cuando, en realidad, lo sucedido con el censo fue solo un síntoma de una realidad mucho más grave y es que la ineficiencia, la desorganización y la desidia, son males endémicos de nuestro Estado.

Si bien muchos peruanos se indignaron con especial potencia luego de ver que habían esperado a los empadronadores en vano por nueve horas, ninguno puede mostrarse verdaderamente sorprendido por lo acontecido. La circunstancia en la que se desenvuelve un censo, con los ojos de toda la ciudadanía y de los medios de comunicación monitoreando cada minuto del evento, hace que el hecho sea más notorio, pero difícilmente es algo distinto a lo que sucede todos los días en el Estado peruano.

Uno de los principales problemas que hubo ese día fue que los empadronadores no recibieron el material con el que debían hacer su trabajo. Esto no es nada distinto a lo que sucede en cientos de hospitales a nivel nacional, donde los médicos no cuentan con los recursos para atender a los pacientes y donde estos últimos, en ocasiones, ocupan los pasadizos y hasta los baños por falta de camas y habitaciones.

También se discutió mucho sobre la pertinencia o efectividad de la capacitación que se hizo a los empadronadores, ya que muchos ciudadanos acusaron que no supieron guiarlos eficientemente por las respuestas ¿Usted alguna vez ha visitado alguna oficina del Estado para realizar un trámite? ¿Cuántas veces se ha topado con un trabajador que responde a sus dudas con desgano o sin verdadero conocimiento? Claro, indudablemente la capacitación fue precaria, pero ello difícilmente se trató de algo circunstancial, se dio así porque el Estado no sabe hacerlo de otra manera.

Por otro lado está la forma en la que se hizo el censo en sí. Como discutimos en esta misma página la semana pasada, resulta harto sorprendente que en el siglo XXI se apele a mecanismos tan arcaicos como los usados el último domingo. Los países desarrollados ya llevan a cabo procesos censales híbridos, combinando herramientas digitales con el uso de empadronadores y formularios enviados por correo ¿Cómo en un país con 40% de ciudadanos con acceso a internet, aún se pretende visitar todos los hogares? ¿Cuántos millones de soles se podrían haber ahorrado? Sin embargo, esto es un reflejo del modus operandi de un Estado arcaico, que prefiere aumentar las cabezas en el sistema burocrático y gastar los recursos de forma ineficiente que procurar emplear la tecnología, contratar menos trabajadores y, así, gastar menos dinero de los contribuyentes.

Empero, frente a todo esto no podemos olvidarnos, bajo ninguna circunstancia, del hecho más lamentable que se dio ese día: la violación de una de las empadronadoras. Más allá del hecho en sí, que echa luz sobre la putridez de nuestra sociedad y sus valores, está la acusación que se hizo sobre funcionarios del INEI tratando de cubrir lo sucedido. Una pastilla que muestra tanto la corrupción del Estado como su grosera indiferencia al problema de fondo. En el gran Estado esto se manifiesta en violadores que salen libres y congresistas que votan en contra de quitarles beneficios penitenciarios, acá se manifestó en un hecho concreto pero muy significativo.

Así las cosas, la principal lección que se puede obtener del Censo 2017 es que el problema real es el Estado peruano. Grande, rancio y torpe. Burocrático, renuente a la renovación y, en consecuencia, harto ineficiente. Ya con el censo pasado, renovamos nuestro pedido al gobierno de modernizar y achicar el Estado. Si el presidente no lo hace, todos estaremos muy decepcionados.