Editorial: De sádicos y masoquistas

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Desde que Pedro Pablo Kuczynski asumió la presidencia el pasado 28 de julio, estaba clarísimo que, por los números ostentados por el fujimorismo en el Congreso, el Ejecutivo iba a tener que empeñar sangre, sudor y lágrimas para poder trabajar como mejor le parece. De hecho, para ese propósito, la experiencia del presidente y la calidad profesional de sus ministros, parecía que bastaría, aunque sea para mantener un gobierno cohesionado capaz de encarar a la formidable fuerza parlamentaria. No obstante, el caso Chinchero parece dar a entender que los que supusieron eso, estuvieron equivocados.

Como se recuerda ya se había censurado al ex ministro de Educación Jaime Saavedra y, tras dicha baja, el mismo Kuczynski había adelantado una defensa para Martín Vizcarra, quien se perfilaba a ser el siguiente frente al paredón. Tanto fue así que, ante la amenaza de una futura censura, PPK sugirió que, a diferencia de lo que hizo con Saavedra, haría una cuestión de confianza para evitar que la censura se concretara. Al mismo tiempo, en lo que concernía al proyecto en discordia (el Aeropuerto de Chinchero), el primer mandatario llegó incluso a hacer una explicación televisada (con pizarra de por medio) de cómo la adenda enmendaba un error fatal cometido por el gobierno anterior. Todo parecía indicar, entonces, que el Ejecutivo no solo se mantendría firme con la permanencia de Vizcarra, sino que estaba convencido de la viabilidad de Chinchero tal y como estaba.

Pero bastó un día para que toda esta impronta de inusitada firmeza desapareciera. Primero se anuló el contrato y la adenda de Chinchero. Ese gesto en sí hacía vacua cualquier defensa antaño esbozada por el ejecutivo, elevando la pregunta de si incluso ellos llegaron en algún momento a estar convencidos de la enmienda hecha. La decisión, empero, según el ejecutivo, se justificaba en que el contrato “no ha generado el respaldo ni de los grupos políticos ni de la propia contraloría”. Pero claro, tomando en cuenta el ‘timing’ del hecho, la justificación más parecía una admisión de haber sucumbido a la presión del Congreso, poniendo en tela de juicio la firmeza del ejecutivo.

Luego de la anulación llegaría la renuncia de Martín Vizcarra al ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC). Así se coronó una especie de rendición a las fuerzas políticas del parlamento y, también, se selló un nefasto mensaje a futuros inversionistas, que ven a un Estado que no solo no continúa defendiendo los compromisos en los que se involucró sino que no está seguro ni de lo que quiere hacer. De esta manera PPK y su gabinete cerraban una sesión de tortuoso masoquismo que terminó armando aún más a sus adversarios políticos.

Pero definitivamente no se puede hablar de todo esto sin hablar del rol del Congreso. Si bien cabe dar una mención honrosa a miembros de Acción Popular y el Frente Amplio por la interpelación, Fuerza Popular, la bancada con mayoría se lleva más de la atención. Basta con ver cómo se llevó a cabo la sesión interpelatoria para saber que muchos fujimoristas estaban ansiosos de ver sangre correr la sangre del Ejecutivo. Daniel Salaverry aprovechó la sesión para pedir, desde entonces, la renuncia de Vizcarra “por bien suyo y de su familia”. Otros, como Becerril reclamaban, incluso, la renuncia de Zavala y acusaban al gobierno de contratar troles para insultarlos.

Este afán, casi sádico, por ver al gobierno desarmarse, empero, se consolidaría con el pedido hecho por Fuerza Popular de que Vizcarra también renuncie a la vicepresidencia. Un gesto innecesario que más parece sugerir que la oposición lamenta que el tiro de gracia al exministro no haya venido de su parte.

Así las cosas parece que estamos ante un ejecutivo masoquista, harto dispuesto a propinarse a sí mismo los golpes que sus adversarios quisieran darle y, también, ante una oposición sádica que, con el permiso del gobierno, no le dará un centímetro a PPK y a su equipo para para equivocarse o respirar. Lo único que esto deja claro es que si se quiere que el Perú camine en los próximos 4 años, ambos bandos tendrán que ponerle pausa a sus vicios.