El lunes 28 de noviembre, en un gesto que pasó desapercibido, el Frente Amplio presentó una moción que buscaba hacer un reconocimiento al dictador cubano Fidel Castro. Según decía la exposición de motivos “la partida de Fidel Castro, líder de talla mundial, es un momento para reconocer su valía y compromiso con los profundos cambios en su pueblo”. A la par con ello, el congresista frenteamplista Alberto Quintanilla comentó: “es un líder que recobró la dignidad de su país, pero no lo quieren reconocer por una serie de errores al no democratizar el proceso”.
No es novedad ver a ciertos grupos de izquierda mostrándose indulgentes ante las acciones de algunos tiranos extranjeros, claro, siempre y cuando la bandera que sostengan ostente colores semejantes a los suyos. Sin embargo, la defensa que los principales líderes de izquierda han hecho del fallecido dictador cubano, deja de entrever, más que afinidad política, una peligrosísima ceguera selectiva.
Y es que resulta preocupante que un sector político que con tanto ahínco hace oposición a lo que fue el régimen autoritario de Alberto Fujimori, hoy sea tan complaciente con un dictador que también derramó sangre y vulneró con mayor crueldad las libertades de sus ciudadanos.
Lo más alarmante, sin embargo, es que, aparte de la manifestada complacencia, también buscan elevar la obra de Fidel Castro en loas y homenajes, siendo la más insólita de las aseveraciones buscar reconocerlo por –como dice Quintanilla y como dijo Verónika Mendoza– por recuperar “la dignidad” de su país. Definitivamente dicha petición revela o una fatal ignorancia o, en su defecto, una redefinición un tanto retorcida de la palabra ‘dignidad’, una especie de ‘dignidad a la gauche’, si se quiere.
Y es que al someter las acciones de Fidel Castro al más mínimo escrutinio, poca o ninguna dignidad se puede decir que fue concedida a los que tuvieron que sufrirlas. Así tenemos, por ejemplo, las aproximadamente 5,600 ejecuciones que hizo el régimen frente a pelotones de fusilamiento (súmele a eso un aproximado de 1,600 ejecuciones extrajudiciales). También están los miles de religiosos, homosexuales y proxenetas que fueron vejados y encarcelados junto a criminales en campos de concentración por ser considerados “peligrosos para la sociedad”. Y qué decir del 20% de la población cubana que tuvo que apelar al exilio (muchos escaparon en balsas hacia Miami, varios morían en el intento) para no sufrir bajo Castro. Si estos hechos son sinónimo de dignidad para la izquierda, existe mucho de qué preocuparse.
Pero claro, esta aparente definición antojadiza de la dignidad es coherente con los viejos anhelos que aún mantiene la izquierda nacional. Muchos líderes se han quedado extrañando el prospecto de una revolución romántica, cargada de símbolos y uniformes y, ante esa nostalgia, los líderes de antaño que los inspiraron son, para ellos, santos dignos de reverencia. Lo cierto, sin embargo, es que Fidel Castro fue un tirano y un asesino y ningún parlamento que se pondere como mínimamente democrático debería rendirle homenaje. La preocupación de los peruanos debería ser, más bien, que grupos como el Frente Amplio quieran impartir en nuestro territorio la misma ‘dignidad’ que Castro le reservó a los cubanos. Ahí sí tendríamos un serio problema.