Era el 13 de enero del 2015. Apenas habían pasado seis días desde el cobarde atentado al semanario ´Charlie Hebdo’ y el parlamento francés se disponía a cumplir un minuto de silencio por las 17 víctimas. Sin embargo, en un suceso que se quedaría en las retinas de la comunidad internacional, una voz discreta empezó a entonar ‘La Marsellesa’ y, así, todos los congresistas empezaron a cantar. El minuto de silencio pasó a ser un grito de esperanza, de coraje y de patriotismo en un momento de dolor.
Algo similar ocurrió en noviembre de ese mismo año. El público que asistió a un partido entre Alemania y Francia en el Stade de France era evacuado luego de la detonación de tres bombas en los alrededores del edificio. Los hinchas salieron del lugar cantando vigorosamente ‘La Marsellesa’, mientras empezaban a conocerse las noticias de los otros ataques que se estaban dando en la ciudad. Una vez más el patriotismo, casi poético, primaba sobre el miedo.
Pero la reacción patriótica ante la adversidad no ha resultado, como ha ocurrido en otros países, en un vuelco político radical, con la elección de candidatos extremistas o medidas que cambian drásticamente la relación de la nación con la comunidad internacional. La reacción, más bien, ha sido la reafirmación de la pluralidad francesa y el rechazo a posiciones extremas. Esto ha quedado demostrado por la última elección, que dio como ganador a Emanuelle Macron –el candidato centrista, pro Unión Europea (UE) y pro inmigración– sobre Marine Le Pen –candidata que simpatizaba con Francia dejando la UE y con el control migratorio–.
Y es que la elección de Macron, quien se hizo del 66.1% de los votos, parece notarse como un legítima manifestación del patriotismo francés, uno que se sabe distinto al que se puede encontrar en otros países. Cuando los franceses son patriotas, no han demostrado procurar el cierre de las fronteras o la depredación de la diversidad al interior de las mismas, por el contrario, se busca mantener aquello que los ha caracterizado a lo largo de su historia.
Pero claro, sería mezquino descartar de plano lo que significó la popularidad de Marine Le Pen. Le Pen, sin duda, es un síntoma del miedo francés por el terror y, también, el rechazo que algunos pueden albergar hacia la globalización, al sentir que no reciben beneficio alguno de esta. De hecho, que haya llegado a las instancias que llegó debe servir como un grito de alerta para esa mayoría francesa que aún guarda afinidad a sus raíces y Macron tendrá que saber lidiar con esta situación, en aras de que la amenaza de un gobierno de derecha populista no vuelva a repetirse.
Pero el éxito del candidato de ‘En Marche!’, sin duda, cae como un conato de esperanza en un panorama mundial que, para muchos, se nota agreste y hostil. El hecho de que uno de los países occidentales más brutalizados por el fundamentalismo no opte por un nacionalismo extremo en el gobierno, da a entender que aunque las heridas y la pena duelan, la esencia de lo que entraña una nación se puede mantener. En el caso de Francia, sin duda, nos referimos a sus cualidades cosmopolitas, su valorización por la cultura y, fundamentalmente, su compromiso como actores en el plano internacional.
Como los parlamentarios luego del atentado de Charlie Hebdo y como los hinchas de fútbol tras los atentados del 13 de noviembre del 2015, los franceses le han cantado al mundo entero desde las urnas. Un canto de esperanza, pero, sobre todo, uno ‘ilustrador’, al fiel estilo del siglo XVIII, buscando que la razón brille una luz sobre las tinieblas de un mundo que, últimamente, se ha acercado más al oscurantismo de los fundamentalismos, la violencia y la xenofobia. Habrá que esperar, empero, que el canto se oiga e inspire a otros países