La izquierda, nacional e internacional, siempre ha creído tener una ventaja moral por encima de todos sus adversarios. De hecho, no es extraño que toda campaña presidencial de un líder de izquierda se sustente, justamente, en una diferenciación despótica con sus rivales de derecha, acusando que la doctrina proferida por estos últimos es opresora, ladrona, malvada y mezquina con las “verdaderas necesidades del pueblo”. Para los izquierdistas, quien se suscribe a su modelo político se suscribe a la honestidad y a la pulcritud y, los que no, son unos canallas egoístas.
Sin embargo, los últimos tiempos han demostrado que muchos izquierdistas, aunque quieran publicitarse como los paladines de la honestidad y la corrección, se han visto involucrados en hechos que, en realidad, proyectan todo lo contrario. En ese sentido, un caso de estudio emblemático tiene que ser el afamado “modelo brasilero”.
Para muchas personas afines al socialismo, aquello que sucedía en Brasil era casi como la manifestación de una utopía, un “socialismo moderno” cuya economía empezaba a competir en las grandes ligas. Empero, el tiempo demostró que lo elefantiásico del Estado liderado por Lula y Rousseff, funcionó como el ambiente perfecto para el desarrollo de una aventura corrupta que amenaza con mandar a los ex mandatarios a prisión.
En nuestro país, la encarnación de esta circunstancia son, sin duda, los Humala. Ambos, por cierto, fanáticos confesos del modelo brasilero, hasta el punto que parecen compartir su debilidad por algunas empresas de bolsillos regalones. Como se recuerda, el lema de la campaña de Ollanta Humala en el 2011 fue: “Honestidad para hacer la diferencia”. Sin embargo, el comportamiento del ex presidente y su esposa hacen notar que aquello fue solo una promesa de campaña, tanto por la falta de honestidad mostrada como por la poca diferencia que lograron marcar con otros líderes políticos que han demostrado ser afines a las malas prácticas.
¿No cree que los Humala han sido deshonestos? Basta con ver el ir y venir de la señora Heredia con respecto a sus famosas agendas para darse cuenta. En definitiva, pasar de negar rotundamente la autoría de las citadas libertas a luego reconocerlas como propias demuestra que, en un primer momento, se mintió con desparpajo. Luego está el aporte que, según Jorge Barata y Marcelo Odebrecht, le habría hecho la empresa de este último a la campaña de Ollanta Humala. Claro, no es ilegal, pero si ese apoyo (que difícilmente se hizo de forma gratuita) resultó en un favoritismo a la hora de escoger quién ejecutaría obras en el país (como parece ser), difícilmente se puede resaltar la honestidad del que tomó la decisión.
Sin embargo, lo que parece estar por coronar la deshonestidad de los Humala, es el caso Madre Mía. Aquellos audios y testimonios –cabe cuestionar por qué recién se sacan a la luz– que demostrarían que Ollanta Humala buscó sobornar testigos para que no se pronuncien en su contra, dejan clarísima la verdadera fibra moral del ex presidente. No obstante, lo más curioso es que, a la hora de defenderse, el ex jefe de estado se empeñó más en acusar la invalidez de las pruebas que negar lo que estas revelaban –semejante a la estrategia de Heredia con las agendas–, casi como si estuviera buscando a una salida a una verdad que sabe revelada. Pero lo verdaderamente preocupante no es que se haya querido callar a los testigos, sino que estos hayan tenido algo que decir desde un comienzo, lo que vuelve a poner en el tapete las sospechas que giran en torno a Humala con respecto a crímenes de lesa humanidad en Madre Mía.
Pero claro, sería mezquino que los únicos que tengan que cargar con esta cruz sean los Humala. Así como ellos lideraron su partido político, hubo aquellos que los siguieron a pesar de las dudas que existían desde antes de la elección del 2011. Resulta difícil de creer que las personas que apostaron por seguir a Humala no hayan tenido siquiera sospechas del comportamiento de sus líderes. Casi pareciera que el poder o las ansias de ver la victoria de un izquierdista a como dé lugar, superaron cualquier duda que haya podido existir. Sino no habría forma de explicar cómo Verónika Mendoza, por ejemplo, se enroló con alguien con acusaciones tan fuertes de crímenes de lesa humanidad. Resulta un gesto harto contradictorio, viniendo de una persona a la que le basta que seas pariente de un criminal para tacharte…
Lo cierto es, sin embargo, que la ciudadanía está obligada a ver más allá de los eslóganes de campaña para tratar de descubrir la verdadera entraña de los candidatos. Y quizá es conveniente prestarle más atención a aquellos que con mayor ahínco se ufanan de ser honestos pues, como demuestran los Humala y otros izquierdistas, ellos parecen ser más propensos a ser todo lo contrario.