Pocas horas antes de celebrarse la nochebuena, el Presidente Pedro Pablo Kuczynski emitió un mensaje a la nación donde dio a conocer su decisión de indultar a Alberto Fujimori. A través de un video intentó persuadir a la audiencia con la idea de que “las heridas abiertas sólo podrán curarse a partir de un esfuerzo reconciliador y de una voluntad de la que todos debemos formar parte”.
Desde entonces, el discurso del Gobierno –que se mostraba endeble en lo que iba del periodo y se tornó agresivo durante el contexto de la casi vacancia– no ha dejado de repetir, cual disco rayado, que es momento de una “reconciliación nacional”. Y cabe precisar, para que la palabra “reconciliación” tenga sentido, necesariamente deben haber por lo menos dos actores sobre quienes recae la acción o efecto de su verbo. Uno de ellos es el Gobierno encabezado por Kuczynski. Cabe preguntarse, pues, ¿quién o quiénes son los otros actores de este proceso? ¿quieren realmente poner punto final a una enemistad?
Antes de responder a estas interrogantes, veamos brevemente el concepto. La palabra “reconciliar” implica restituir una amistad o el simple entendimiento entre dos o más personas. Etimológicamente, se compone de prefijos como “re” (volver a), con (conjuntamente), y ciliar (o calare, juntar o convocar). Partiendo de esta explicación es como podremos señalar ahora sí a los actores del proceso y cuán reconciliables son.
Dada la coyuntura, se han mezclado varias figuras, a mencionar: 1) PPK; 2) el nuevo gabinete ministerial; 3) el Congreso, siendo Fuerza Popular su principal rostro; 4) Alberto Fujimori y 5) la sociedad civil. En lo que va de la crisis política no se ha logrado ver que PPK haya logrado juntarse con alguno de ellos, pero sí llegar a un entendimiento con el indultado expresidente y, por ende, con porcentaje de la sociedad que se reconoce como fujimorista “albertista”.
El caso del nuevo gabinete ha evidenciado la debilidad del Ejecutivo para convocar rostros políticos importantes. La demora del nombramiento solo permite entender que se ha realizado un enroque de ministros y una búsqueda de cuadros técnicos prácticamente debajo de las piedras. Así, se interpreta que no logró convocar a la mayor cantidad de organizaciones políticas para conformar un grupo de consenso del cual, el entorno íntimo del Jefe de Estado tiene mayoría y apenas tres tuvieron vínculo con el Apra (partido del cual fueron inmediatamente separados).
Probablemente, la peor de todas las relaciones continúa siendo entre el Ejecutivo y Legislativo: La bancada mayoritaria todavía no logra superar haber perdido la vacancia; la dirigencia aprista ha extirpado de sus filas a los que aceptaron ser ministros; las dos izquierdas se unirían en un nuevo intento de vacancia; y la bancada oficialista perdió importantes cuadros tras otorgarse el indulto. Sumado a ello, está pendiente el interrogatorio de la comisión Lava Jato al Mandatario y se desconoce si se revelará mayor información que bien podría complicar su situación.
Finalmente, a pesar de ya varios pronunciamientos públicos suyos o de su Premier instando al diálogo, Kuczynski tiene enemistado a un importante colectivo civil denominado “antifujimorismo”, y lo más seguro es que no logre entablar jamás vínculos con él por la traición que significa haber llegado a Palacio de Gobierno con los votos de sus integrantes y luego haber indultado al principal enemigo de ellos: Alberto Fujimori.
Queda demostrado, pues, que sin diálogo no habrá reconciliación. La palabra pierde peso y, una vez más, PPK incurrió en una muy mala estrategia comunicativa que le terminó haciendo pasar una mala jugada. Su salvavidas, no obstante, no es ya su indultado amigo sino la misma bancada que le ha venido haciendo trabajar con la soga en el cuello, Fuerza Popular, porque dado el nuevo contexto (valga precisar, con Fujimori en libertad) ese silencio que vemos desde hace ya varias semanas entre sus más bulliciosos representantes podría significarle un mínimo de reconciliación para seguir andando en el tiempo que viene.