Editorial: Lloremos sobre la sangre derramada

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No ha pasado mucho tiempo desde cuando en nuestro país se vivía el terrorismo en pleno apogeo. Las víctimas aún no son recordadas como parientes ancestrales, sino como tíos, padres, hermanos o abuelos. Difícilmente se puede encontrar una familia en el país que no cargue con las cicatrices de aquellas épocas y que no lleve consigo, tatuado en su memoria, el daño que Abimael Guzmán y su banda de canallas le hicieron al país.

Cada cierto tiempo sucede algo que hace que las heridas vuelvan a arder, hoy estamos ante ello, sin embargo, esta semana esto ocurre por partida doble y con un sabor ciertamente agridulce. El martes celebraremos 25 años de la captura de Abimael Guzmán, el cruento líder de Sendero Luminoso, pero las celebraciones se harán a medias, pues serán aguadas por la liberación, el día anterior, de la terrorista Martiza Garrido-Lecca.

Y sí, la criminal que no se ha arrepentido por sus fechorías sale tras haber cumplido su pena de 25 años de prisión, pero esa realidad legal, lamentablemente, no consuela a nadie. Y es que la realidad humana pesa más que la anterior y esta habla con absoluta claridad: No es justo que Garrido-Lecca sea liberada, aquella mujer que hizo de centinela para Abimael Guzmán, albergándolo en su casa, esa mujer que, por lo que hizo, es cómplice directa de todos y cada uno de los asesinatos perpetradas por Sendero Luminoso. No es justo y su libertad será siempre una afrenta para todas las víctimas que el terrorismo cobró en nuestro país.

Pero la actitud que tengamos hacia esta situación no puede ser simplemente de “ya está”, de lamentarse por lo torcido de nuestra justicia, por lo grosero de los políticos que permitieron que esto pase (Diego García-Sayán, et al.), pero de estar dispuesto a pasar la página. No. No estamos ante un caso de tener que evitar llorar sobre la leche derramada. Tenemos que llorar, ahogados por la memoria y la eterna condena a los que nos hicieron daño, sobre la sangre derramada. La sangre de nuestros familiares, amigos y compatriotas.

Estamos dejando que Maritza Garrido-Lecca (y todos los terroristas que ya salieron y saldrán pronto), dejen la prisión –lamentable por quienes lo permitieron–. Pero queda clarísimo que tiene que estar sometida a la cadena perpetua de nuestros recuerdos. Ahí, aunque esté libre para caminar por las calles de nuestras ciudades, nuestras miradas, empapadas de recuerdo, serán sus barrotes y nuestro desprecio, por sus crímenes y falta de arrepentimiento, la tendrá eternamente esposada. Mal haríamos si nos ponemos a su nivel, sin embargo, si reaccionamos con violencia a su liberación. Basta con que viva su libertad sabiendo que no encontrará amigos en sus víctimas.

No obstante, no hay que perdernos en la liberación de Maritza Garrido- Lecca. Hay que celebrar el aniversario que tendremos el 12 de septiembre. Hay que recordar que bastó con la captura de un hombre para traer abajo la causa terrorista de Sendero Luminoso y que eso fue lo que se hizo. Hay que recordar que Abimael Guzmán se terminará pudriendo en prisión como merece y como lo está haciendo desde ese día en 1992.

Hablemos del terrorismo, compatriotas, lloremos sobre la sangre derramada de todas las víctimas. Contémosles a nuestros hijos lo que pasó, enseñémosles las caras de quienes trataron traernos abajo. Señalémosles con el dedo a esos grupúsculos como el Movadef que buscan reivindicarlos. Dejemos que nuestras memorias sean nuestra mejor arma contra el terrorismo y la prisión más atroz para los terroristas.