Editorial: Partidos

781

Yeni Vilcatoma dejó Fuerza Popular entre llantos, críticas y, sobre todo, una considerable atención mediática. Y tiene sentido, el gigante naranja del Congreso pierde uno de sus 73 pies y, aunque su mayoría aún se mantiene intacta, lo que se veía tan formidable al comienzo hoy se ve un poco más vulnerable.

Sin embargo, aunque la renuncia de Vilcatoma ha sido la manifestación más dramática de las desavenencias existentes en las bancadas, lo cierto es que Fuerza Popular no está solo en su cojera. El Frente Amplio (FA) y Peruanos por el Kambio (PPK) también han registrado conflictos al interior de sus organizaciones.

La agrupación de izquierda sufre la guerra fría entre quienes se suscriben al liderazgo más principista de Verónika Mendoza y los que optan  por la línea de Marco Arana. Las fricciones han tenido como consecuencia, por ejemplo, a Marisa Glave siendo separada del Comité Permanente del FA por Tierra y Libertad, su propio partido; y la renuncia de Alan Fairlie, ex candidato a la Vicepresidencia, también de dicho comité.

En lo que respecta a PPK, mucho se ha hablado de una división interna, la atomización de la bancada en pequeñas colleras. La situación se hizo notable por un intercambio de comentarios entre Guido Lombardi y Juan Sheput en relación a la elección del Defensor del Pueblo, que terminó en lo que muchos consideraron un abrazo obligado para las cámaras.

Ante los casos citados, queda claro que,  que las bancadas en el Congreso de la República todavía son débiles y vulnerables al cambio. La circunstancia resulta en la inevitable discusión sobre el transfuguismo y, como se dio en la Comisión de Constitución del Congreso, la peligrosa conversación sobre posibles sanciones a quienes lo practican. De ello es necesario rescatar que no dejamos dee lado el hecho que hemos pasado de un Hemiciclo de “come oros”, “mata perros” y “lava pies”, a uno donde relativamente se puede negociar y conversar, y donde, hasta ahora, el nivel moral de sus miembros aparenta ser más alto, aunque quizá es un poco pronto para decirlo.

De todos modos, vemos como relevante la evolución incremental del Congreso. De pasar a tener una colosal fragmentación en los periodos anteriores (2001- 2006, 2006 – 2011, 2011 – 2016) e informalidad, a uno donde relativamente se toman decisiones con más consenso. Casos como el voto de confianza al Gabinete Zavala, elección del Defensor del Pueblo y elección de la Mesa Directiva, dan signos de una mejora institucional. El siguiente paso no es ya mejorar el nivel moral de los congresistas, sino la cohesión institucional.

Desincentivar que los congresistas dejen el partido que los acoge puede parecer una solución ideal al problema de la institucionalidad partidaria. Sin embargo, es, al mismo tiempo, una medida estética que se aleja de arreglar el fondo del asunto. Los parlamentarios, que por el voto preferencial han sido elegidos ‘a dedo’ por la ciudadanía, y no por el sello político que representan, deberían tener la libertad de renunciar, sin consecuencias, al partido que los llevó al hemiciclo. ¿Qué sucede si la organización tiene un viraje ideológico como sucedió con el Partido Nacionalista? ¿Qué pasa si existe maltrato de la dirigencia hacia un congresista?

La solución a la debilidad partidaria y a los conflictos, no parte de una regulación que castigue a los desertores. El verdadero remedio por un lado, es que los partidos logren generar suficiente atracción en sus filas para evitar que sus integrantes sientan la necesidad de partir. Por otro lado,  es necesario realizar una modificación o eliminación al voto preferencial. Los congresistas han sido elegidos directamente por el ciudadano y, en general, no por la afiliación al partido que los alberga. En ese sentido, sería dañino para la representación nacional condenar a un congresista renunciante a la muerte congresal.

Los conflictos descritos al comienzo de este editorial no pueden ser pretexto para tomar medidas apresuradas y potencialmente dañinas. Nuestros ‘partidos’, en efecto, están partidos pero las curas epidérmicas no solucionaran el daño extendido que hay al interior.