La semana pasada, la Comisión de Defensa del Congreso aprobó un dictamen para la legalización del uso medicinal de la marihuana. Esto luego de un proceso que contó con la participación de distintos especialistas del sector salud que explicaron los avances en lo que respecta al uso de esta planta para tratar múltiples enfermedades y dolencias. La noticia, empero, no solo es buena para las personas que hoy pueden ser perseguidas por tratar de hacerse, por ejemplo, de un frasquito de aceite de cannabis para tratar alguna enfermedad, también lo es para el país en general, al ser esta circunstancia una muestra de que se puede sostener un debate donde la ciencia y la razón primen sobre nociones preconcebidas.
El futuro del proyecto, sin embargo, aún tendrá que ser determinado por el pleno del Congreso, pero dados los frutos del trabajo de la Comisión de Defensa, no es descabellado pensar que los augurios son positivos.
Y lo que sucede es que esto no solo tiene que ver con la legalización de una droga para fines médicos, también realza la importancia de la investigación y la innovación para la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. En ese sentido el dictamen también permite que desde los laboratorios y las universidades se trabaje con este producto para explotar al máximo su potencial médico. Que esto suceda también permite albergar la esperanza de que el Estado puede ser permeable a avances en más campos del conocimiento científico y, así, de distintas disciplinas.
Ciertamente el Estado nunca deberá decidir sobre el ciudadano lo que este utiliza y deja de utilizar para su beneficio individual. Ante esa misma lógica, la persecución a personas que, ante la ausencia de una alternativa efectiva para tratar sus dolencias, apelan a derivados del cannabis, era un disparate que, si algo lograba, era solo exacerbar el sufrimiento de los enfermos y la impotencia de sus familiares. Hoy, algo más de esperanza pueden albergar los que sufren, por ejemplo, de esclerosis múltiple o los pacientes con cáncer que saben que pueden encontrar alivio al sufrimiento de la quimioterapia en la marihuana.
Así las cosas, si algo es, finalmente, lo que termina por derivarse de la posibilidad de la legalización de la marihuana medicinal es que una porción de la sociedad será un poco más libre. Libre, entiéndase, para elegir los métodos que utiliza para tratarse y, en consecuencia, a vivir una vida menos atormentada por el dolor, más “normal”, si se quiere.
Convendría, no obstante, ya con el debate comenzado, que se reflexiones de forma más general sobre la prohibición de distintas sustancias por el Estado. Más adultos, sin importar las razones que puedan albergar, deberían poder decidir individualmente qué sustancias consumen y cuáles no, ateniéndose, claro, a las consecuencias que estas puedan traer consigo. Sería, como lo está siendo con la marihuana medicinal, un paso más en el sendero de la libertad para todos los peruanos.