El arcoiris en las manos, por Javier Ponce Gambirazio

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No te voy a engañar. Cuando termina esta obra, no estás feliz. Tampoco estás triste. Te quedas paralizado. Te secas las lágrimas y nada te borra la sonrisa. No paras de aplaudir. De pie. Entonces entiendes que estás agradecido, con ganas de abrazar a alguien. Y no sabes bien si correr a felicitar al autor o al director.

Daniel Fernández ganó el tercer puesto del concurso Nueva Dramaturgia Peruana del año 2015 con este inteligente guion que no sucumbe a la tentación del panfleto. El tratamiento de los personajes es impecable. Se rescata y respeta los giros idiomáticos particulares del mundo trans y en ningún momento se cae en la caricatura o la deformación facilista. A pesar de retratar una realidad terrible, no es un texto llorón. Está lleno de ese humor que nace de la desesperación y de la lucha por ser felices en medio de la precariedad. Valiosa lección. Ese gran recurso que nadie les puede quitar, esa sabiduría que se gesta en la cloaca a la que aún son condenados los diferentes. La risa.

Cuando el público entra, los actores ya están ahí y todo viene sucediendo desde antes. La sensación es que no estamos frente a un montaje. Lo que vemos no es un escenario, es una ventana que nos permite fisgar en ese espacio al cual no solemos tener acceso. Un universo que podemos sentir lejano, pero que nos atañe a todos. Es preciso manejar muy bien el argumento para no caer en el cliché o reforzar los prejuicios. La dirección de Dusan Fung lo consigue con total acierto.

La protagonista es Marita, una chica trans interpretada por Miguel Dávalos. Nacida bajo el nombre de Mario, versión masculina de María, imagen suprema de virginidad y represión, orienta todos sus esfuerzos a lograr la aceptación de su madre que la desprecia. Sin ese elemento fundamental, nada tiene valor, nada sirve. Porque si falta el amor incondicional, estaremos dañados para siempre. Y ese objetivo inalcanzable dispara y sostiene sus acciones. Marita quiere romper la maldición y probarle a su madre que no es un monstruo.

Las mujeres trans sobreviven en una sociedad hipócrita que las obliga a empeñar su cuerpo y sus sueños y las aplasta contra un molde moral en el que nunca encajarán. Encerradas entre la prostitución y la peluquería como únicas alternativas laborales, las mujeres como Marita suelen sostener a sus familias quienes obvian la procedencia de ese dinero y no terminan de abrirles la puerta nunca. Es un chantaje constante que no concede el perdón para seguir capitalizando la culpa y obligarlas a hacer aquello que tanto critican. Pero cuando esas entregas fallan, los insultos, reproches y reclamos no se hacen esperar. El amor se ha convertido entonces en una mercancía que tiene precio y caduca. Eso no es amor.

Pero los mundos alternativos desarrollan sus compensaciones y Marita tiene un respiro, su madre trans. Magistralmente interpretada por Miguel Álvarez, Vandrea es una luz autogenerada. Con su propio cuerpo como referencia, construye sus días sin pretensiones ni mentiras. Provoca llevártela a tu casa para que te haga la vida más feliz y te obligue a reaccionar con una cachetada, mientras canta y te muestra la realidad como nunca antes la habías visto.

El Arcoíris en las manos es una invitación a desnudarse, a ser uno mismo. Es un reto. Un oasis en medio de una cartelera que suele repetirse para evitar riesgos. Tatiana Espinoza, Mariajosé Vega y Eduardo Ramos completan el gran reparto de esta pieza fundamental de nuestro teatro. Foto: SOL MOSCOSO

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