El congreso se desinforma: Operación Hildebrant

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Pocas luces son tan sombrías. El pasado viernes 26 de agosto, en su edición N° 312, el semanario local ‘Hildebrant en sus trece’ notificó a la opinión pública, nada más comenzada la página tercera de dicha publicación – lo que nos manifiesta la urgencia y jerarquía del relato –, que la Oficina de Comunicaciones del Congreso lo había retirado de la vasta recopilación periodística que esta misma entrega a los 130 ‘padres de la patria’ y a los cerca de 4 mil funcionarios del Legislativo. En estricto, el periódico independiente concede las líneas “el fujimorismo ha vetado a esta publicación”. En estricto, se hace referencia a la Presidenta del Congreso, Luz Salgado, de haber ordenado este aniquilamiento a la libertad de prensa ¿Por qué los padres no quieren leer a sus hijos? Y luego ¿Por qué entre hermanos no se defienden de la tiranía de sus padres? Cuando algo se está pudriendo en la cocina, taparse las narices no es una opción.

Luz Salgado es el eslabón de una cadena, basta decir, una operaria, que podría guiarnos hasta las profundidades de una reclusión bien conocida. Si manipular, en coquito, es desinformar de manera adrede ¿No es el destierro del semanario de la Oficina de Comunicaciones del Congreso una manipulación de medios? Luz puede ser una operaria, pero ha sido arropada de poder por los suyos, y es indudable que en su proceso de mecanización ha aprendido las bellas artes del fujimorismo. Por otro lado, la estrecha cercanía de este anquilosamiento a la libertad de prensa con la nefasta absolución de Fujimori del delito de manipulación de prensa y diarios chicha, pudo haber delineado una contra-historia, un derrotero perfectamente viable, pero que la prensa evitó. O mejor dicho, desestimó.

Esta conducta sosegada y silenciosa la compromete tanto como a los otros partidos políticos, señores ilustres de la complicidad, del apañamiento: de la dictadura congresal del fujimorismo. Portadas enteras, a todo color, impresas a láser; aspavientos noticiosos, donde micrófonos matutinos, meridianos y nocturnos se incrustasen en la Oficina de Comunicaciones del Congreso a exigir la resurrección del hermano caído. Al fin, lo regocijábamos de nuevo en nuestra casa democrática, endeble, esquelética, pero donde el periodismo límpido cumple una labor fundamental, un cimiento matriz: la búsqueda del bien común, de informar a la sociedad de una manera veraz, objetiva y oportuna.

Que el cargo de conciencia se embuta a los malos periodistas y no los devuelva ni en materia residual. No se solidarizaron con su gremio, con su sociedad y mucho menos dignificaron su código de ética y su estatuto, el cual los exhorta en el artículo 4 sobre “Fines del Colegio de Periodistas del Perú” a cumplir el inciso f) “garantizar a sus miembros el correcto ejercicio de su profesión, prestándoles asistencia y el amparo que requieran”. Desde este humilde y microscópico rincón se condena la censura al semanario “Hildebrant en sus trece”.