Barack Obama llegó a Lima para la cumbre APEC ostentando un brillo especial. Y es que ante lo que se percibe como un camino rocoso con la futura presidencia de Donald Trump, el aún jefe de Estado estadounidense ya empieza a evocar nostalgias, incluso de aquellos que, como yo, no fuimos necesariamente fanáticos de todo lo que hizo desde la Casa Blanca. Así, en su último viaje oficial, con el temor con el que uno se despide de un amigo antes de emprender un viaje incierto, el mundo le dijo adiós.
Y el marco en el que se hizo dicha despedida no podía ser más significativo. Uno de los ejes de la campaña de Donald Trump fue la promesa de un Estados Unidos menos abierto, tanto para los inmigrantes como para el comercio. La APEC, por otro lado, se fundamenta en promover lo contrario, en difuminar las fronteras entre los países que comparten el océano pacífico y por ende era la oportunidad perfecta para tratar de dar luces sobre lo que podría deparar el futuro.
Sin embargo, la duda sobre lo que puede, en efecto, suceder hizo que Trump quedara como uno de los sujetos tácitos de comentarios que citaban “cambios en el mundo” y la diplomacia se empeñó en maquillar el temor y limitar los vaticinios de futuro a simples promesas de mantener la voluntad de trabajo, pase lo que pase. Claro, desde un foro del calibre de APEC no cabe espacio para esparcir zozobra y, por eso, la propuesta de “esperar y ver” hecha por Obama es lo que tratarán de aplicar todos los líderes mundiales.
Pero la tensión de toda esta circunstancia la quebró Ian Bremmer, presidente de Eurasia Group. Dijo haber percibido que el tema de Donald Trump había sido abordado como de puntillas por todos los expositores que lo precedieron y se atrevió a hacer unas cuantas sugerencias, harto valiosas a mi parecer.
En lo que respecta a la política interna de Estados Unidos, poco va a cambiar ya que el corsé institucional del país no va a permitir que el presidente haga lo que se le antoje (a pesar de que existe una mayoría republicana en el senado, no todos los senadores de este partido suscriben todos los elementos del discurso de Trump). Lo que sí podemos esperar, comentaba Bremmer, es un cambio en la política exterior. En lo que respecta al comercio, por ejemplo, sugirió que valdría aprovechar esta situación para que los demás países busquen otras alternativas, formando cooperaciones que no necesariamente tengan que incluir a Estados Unidos. Con respecto a la relación del gigante norteamericano con otros países pronosticó que, más que una política de aislamiento, Trump implementará una política de no intervención, lo que implicaría, entre otras cosas, más holgura para que Rusia participe en asuntos sin que, como sucede hoy, el líder del mundo libre le frunza el ceño.
Sin duda, la intervención de Bremmer fue la más sincera y directa de toda la conferencia.
Pero tiene sentido. Trump será el elefante en la habitación por mucho tiempo, incluso hasta buen tiempo después de que asuma la presidencia el 20 de enero. Poco se podrá decir de él, poco se podrá afirmar de lo que depara el futuro y, por ende, todo comentario será tangencial a su existencia y no se hablará de él directamente. Es un ingrediente más que suma a una larga lista de temores sobre el futuro mundial, con Brexit en Gran Bretaña, los partidos de ultraderecha acaparando fieles en Europa y el crecimiento del terrorismo islamista como moda. Por salud mental habrá que reservarle a Trump el beneficio de la duda y esperar que las cosas salgan de la mejor manera.