El mundo que criamos, por Fabrizio López de Pomar

«Podemos ayudar a las generaciones menores a reparar la naturaleza, pero primero tienen que sentir la naturaleza y en una época donde la tecnología parece enemiga directa, podemos usarla a nuestro favor.»

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Imaginemos que todo el planeta Tierra fuera un vecindario. El vecindario actual donde vives. Imagina que eres parte de los primeros vecinos (una población de 100 000 personas). Durante toda su vida han logrado prosperar adaptándose a las dificultades del ambiente. De pronto un día, alrededor de las 7 a. m., llegan unos nuevos vecinos: 10 adolescentes de 16 años; es decir, el 0.01% de su vecindario original. Ellos son excesivamente millonarios y poderosos en todo sentido. Una hora después de su llegada, fueron a comprar el 95% de productos en todos los supermercados del vecindario. A las 10 a. m. realizaron una fiesta escandalosa sin precedentes, a tal punto que la bulla molestaba a todo el distrito. Cuando alguno de ustedes los vecinos (primeros habitantes) les reclamaron, fueron violentados llegando incluso a desenlaces fatales en perjuicio de ustedes.

A las 4 p. m. los nuevos vecinos adolescentes, hambrientos tras su fiesta matutina, fueron a sus casas a quitarles la comida. La gran mayoría del distrito puso resistencia a los nuevos vecinos; sin embargo, los desenlaces fatales incrementaron y casi la mitad de ustedes perdieron la vida. Luego de saciar sus impulsos, los adolescentes regresaron a su residencia e iniciaron una nueva fiesta a las 6 p. m. Una hora más tarde, producto de su descontrol, extendieron su fiesta por todo el distrito, alterando la vida de ustedes los vecinos originales, acostumbrados a vivir en armonía. A las 8 p. m., la falta de prevención de riesgos e impulsividad hizo que los nuevos vecinos generaran incendios a lo largo y ancho del distrito y, aun así, ellos seguían embriagados de poder y deseos egocéntricos. A las 9 p. m. otro grupo de ustedes se atrevieron a enfrentar a los jóvenes, pero esto trajo una nueva pérdida poblacional para ustedes. Menciono las horas para que noten cómo en menos de un día, de manera brusca, los nuevos vecinos habían arrasado con gran parte de todos los alimentos y personas del vecindario, y para colmo, generaron un incendio que empezó a consumir el único hogar de todos. Lo que a ustedes les costó construir y mantener por años, a ellos les tomó menos de 24 horas destruirlo. Así de rápido, así de violento. ¿Cómo te sentirías?

Los nuevos vecinos

Se estima que las especies mamíferas viven aproximadamente 1 millón de años antes de extinguirse. Nosotros los Homo Sapiens, especie mamífera, ya vamos 200 000 años de existencia. Si tuviéramos que imaginarnos a toda nuestra especie como una sola persona, ¿qué edad tendríamos? Para ensayar una respuesta, agreguemos a los números anteriores, lo siguiente: la esperanza de vida actual de un ser humano es de 80 años aproximadamente. Si hacemos la famosa regla de tres, el resultado es 16. La humanidad actual equivaldría a una persona con 16 años de existencia (Ord, 2020). Somos adolescentes.

Nuestro planeta, nuestro único vecindario, lleva miles de millones de años existiendo sin nosotros, con una flora y fauna tan maravillosa, que es válido decir que nosotros los humanos la hemos recibido sin mérito alguno, como una herencia fabulosa. Es como si un adolescente de 16 años descubre que es heredero de una fortuna incalculable. Actualmente, los 8 mil millones de humanos que habitamos el planeta no representamos más que el 0.01% de seres vivos y, sin embargo, ya hemos causado la pérdida del 83% de los mamíferos salvajes y el 50% de las plantas (Foro Económico Mundial, 2020). Lamentablemente, la historia que conté en la introducción, es real y más dolorosa, pues nosotros somos los nuevos vecinos.

¿Cómo fuimos capaces de hacer esto? Llegamos a la cima de un mundo heredado, nos embriagamos de poder e incendiamos nuestro único hogar seguro, ignorando seriamente el futuro de ese estilo de vida. Gran parte de la respuesta está en que somos como los adolescentes, valorando más las recompensas de nuestro poder, en lugar de las consecuencias. Necesitamos ser más sabios y conscientes del daño medioambiental que seguimos ocasionando.

Crianza ecológica

En un artículo anterior señalé que, gracias a las investigaciones científicas, hemos podido reconocer los principales estilos de crianza. Se destacó que el estilo con mayores resultados saludables para el desarrollo es aquel que combina adecuadamente la calidez emocional y la disciplina. Ahora bien, ¿Cómo vincular esto con el daño medioambiental?

El daño medioambiental que estamos generando es un problema, y como todo problema, requiere de ciertas condiciones psicológicas para afrontarlo: capacidad de regular las emociones, hacer preguntas sobre la causa de los problemas, atreverse a proponer soluciones novedosas, respetar otras perspectivas, etc. La crianza puede dar forma a esos ciudadanos globales que se sentarán en una mesa, en un patio, en un aula, a discutir alturada y comprometidamente el bienestar del planeta.

La consciencia ecológica es una tarea de los centros educativos y otras instituciones sociales, pero también de las familias. Esta labor se puede desarrollar desde las edades preescolares mediante la exposición gradual y segura a elementos de la naturaleza. Por ejemplo, salidas a un parque o al jardín más cercano. En lugar de juguetes o celulares, podemos dejar que se entretengan con lo que observan y mientras tanto, podemos ir nombrando aquello que llama su atención. “Esa es una hormiga”, “ese es un escarabajo”, “mira, es una flor, ¿te gusta?” De esa manera, aprenden a etiquetar lo que compone la naturaleza y van aprendiendo, poco a poco, que los seres vivos son una familia que abarca más que solo seres humanos. Otra receta casera útil es enseñarle a guardar las cosas que usan (como los juguetes). Ahí se empieza a instalar el hábito de dejar el entorno ordenado y limpio como lo encontramos, algo que está ausente en los ciudadanos de hoy en los espacios naturales.

Es importante que desde pequeños se relacionen con la diversidad de plantas y animales, porque si queremos un mundo donde predominen ciudadanos genuinamente preocupados por los seres vivos y el equilibrio ecológico, tienen que aprender a relacionarse con ellos, perderles el miedo a convivir. Vamos con un ejemplo para los ciudadanos de hoy. Si de pronto se aparece ante ustedes una mariposa, ¿cómo reaccionarían? ¿un ave? ¿un perro grande? ¿un insecto? Ok, es válido sentir diversas emociones, e incluso, dependiendo la cantidad de patas que tenga el ser vivo, quizás nuestra secuencia de reacción sea “tengo miedo, debo huir o matarlo”. Piensa en una araña o en una cucaracha (peor si vuela). Es normal, así somos los humanos, nos atemoriza lo que no conocemos/comprendemos y queremos sacarlo de nuestra vista cuanto antes. Sin embargo, si queremos cambios de actitud, quizás debamos empezar por cambios pequeños y poco atendidos. Qué tal si la próxima vez que vean un insecto que no les agrade (y su propia seguridad no corra peligro), intentan controlar sus emociones por tres segundos. Quizás en ese preciso momento inicie el cambio. Será un cambio que implica regulación emocional y actitud frente a los demás seres vivos.

Solucionar la crisis medioambiental requiere primero que las nuevas generaciones se sensibilicen con el medioambiente, y para eso, la convivencia a temprana edad es fundamental. La autorregulación de las emociones durante la exploración de la naturaleza (incluyendo las nuevas mascotas) será importante para que tengan experiencias afectivas importantes y puedan así empatizar con los demás seres vivos. Será importante también explicarles que todos los seres vivos, al igual que nosotros, realizan actividades para aproximarse a lo que desean (alimentarse, refugiarse, reproducirse si es que fuera el caso, etc.) o para evitar lo que les asusta (animales más grandes, ruidos molestos, entre muchos estresores más, dependiendo de la especie que observemos). Si entienden que los otros seres vivos también tienen reacciones instintivas para protegerse, podría ser ese un primer paso para empatizar de cierta manera. Ese ejercicio, para toda la familia, también será una gran oportunidad de renovar conocimientos de zoología y biología consultando fuentes expertas. No se trata de volverse un científico de la naturaleza para criar en este aspecto, pero sí reconocer que el sentido común y la biología del colegio quizás no sea suficiente para comprender el ciclo de la vida que encontramos en el jardín o en el parque. Mostrarles a nuestros hijos que estamos dispuestos a aprender juntos y a modificar nuestro conocimiento de la naturaleza, es otra pieza fundamental para la consciencia ecológica.

Podemos ayudar a las generaciones menores a reparar la naturaleza, pero primero tienen que sentir la naturaleza y en una época donde la tecnología parece enemiga directa, podemos usarla a nuestro favor. Sin salir de casa, podemos ver documentales, programas o videos interactivos adaptados a la edad de nuestros hijos con contenido de consciencia medioambiental. Si son más grandes, podemos utilizar aplicaciones que nos ayudan a mejorar nuestra consciencia ecológica, llevarlos a excursiones, servicio comunitario de cuidado ambiental, etc.

Si durante todo este proceso preescolar y escolar los hijos son acompañados mediante una guía adulta que les enseña a convivir, regular las emociones, indagar con curiosidad para comprender, empatizar y proponer soluciones sin miedo a la crítica, con el tiempo, estos mismos hijos habrán adquirido las experiencias necesarias para entender y aceptar el problema medioambiental y querer ser parte de la solución con propuestas nuevas que nacen de una genuina sensibilización sembrada desde sus primeros años.

Los buenos vecinos

Ser un buen vecino implica saber convivir. Un aspecto fundamental de la buena convivencia es saber reconocer los errores que uno comete y buscar la manera de reparar el daño. Inicié este artículo contando la historia de cómo los humanos somos los nuevos vecinos que llegamos a la Tierra y con el paraíso heredado (flora y fauna) logramos moldear todo el entorno a nuestro gusto. Ahora nos toca ser los buenos vecinos. Arreglemos las cosas no para nuestra conveniencia, sino para la convivencia.

Superar este riesgo global del daño medioambiental requiere aportes desde todas las áreas, incluyendo la economía, la ganadería, la nutrición, la ingeniería ambiental, entre muchas más. Sin embargo, lo que este artículo busca enfatizar es que no solo depende de expertos en investigación y tecnología, sino que al reconocer que el mundo se mueve por decisiones, los padres y madres pueden criar futuros ciudadanos globales (entre ellos próximos líderes y lideresas) que tomen decisiones para reparar el hogar que hemos dañado, incluyendo a los otros seres vivos.

Criar con este reconocimiento es criar sabiendo que no solo educamos a nuestros hijos e hijas para su futuro o para el bienestar u orgullo familiar, sino para insertar en la sociedad global a personas reflexivas y empáticas con los seres vivos y el equilibrio ambiental. La Tierra es nuestro único hogar. Quizás en el futuro tengamos otro hogar; quizás no. Independientemente de ese resultado, se trata de sembrar consciencia sobre el cuidado del hogar y quienes lo habitan.

Finalmente, es importante señalar algo más. La Tierra, con el paso de los eones (un eón equivale a mil millones de años), ha sabido sobrevivir a crisis ambientales. Sí, existieron crisis ambientales antes de los humanos, pero la actual es sin duda la más grave y acelerada por nuestra actividad. En la historia del planeta ocurrieron cinco grandes extinciones y estamos cursando la sexta. Quizás la Tierra vuelva a sobrevivir con o sin nuestra presencia. ¿No sería mejor que en el gran libro de la historia humana este capítulo cuente cómo la humanidad logró cooperar para restaurar y proteger su hogar? Ese capítulo lo estamos escribiendo en estos momentos, decisión tras decisión. La crianza es la fábrica de las futuras decisiones que determinarán cuántas páginas más le espera a nuestro libro.

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Bibliografía

Foro Económico Mundial [FEM] (2020). The Global Risks Report 2020. https://www.weforum.org/reports/the-global-risks-report-2020/

Ord, T. (2020). The precipice. Existential risks and the future of humanity. Hachette Books.