El “Mundo Ruso” y el lado incorrecto de la historia, por Piero Gayozzo
«Entre el bloque occidental y Rusia, si debemos sopesar e incluir a uno en el lado incorrecto de la historia, naturalmente, el “Mundo Ruso” es la receta perfecta para incluir a Rusia en la historia como un capítulo más de sus oscuros pasajes».
Hace unos días Rusia invadió el territorio ucraniano con la excusa de que los Estados independientes de Donestsk y Luhansk solicitaron su apoyo militar para pacificar el territorio en el que se venían enfrentando los nacionalistas ucranianos con las guerrillas pro-rusas separatistas desde hace algún tiempo. Lejos de cubrir únicamente dichas regiones, la operación militar rusa ha incluido ataques a bases militares y edificios estratégicos en ciudades tan distantes de la zona de conflicto como Kiev y Odessa. Mientras el avance de Rusia preocupa a un sector de la población mundial por el posible estallido de una guerra a gran escala, considero que hay otros aspectos que deberían también tomarse en consideración.
En una columna anterior se explicaron las razones que motivan a Rusia a adoptar una política internacional agresiva. Básicamente se debe a que, con Putin a la cabeza, Rusia ha asumido el deber de proteger la cultura rusa en la región y la intención de continuar con su tradicional rol como potencia en el plano político internacional. Ahora, toca profundizar en la ideología que motiva a Rusia como país, que la mantiene tan distante de Occidente y que termina siendo el origen de la competencia y las diferencias que sostiene con la otra parte del mundo y que la acerca al lado oscuro de la historia.
El “Mundo Ruso”: conservadurismo y nacionalismo juntos
En los últimos años Rusia ha optado por una serie de políticas que extrañan y alarman a muchos, que son aplaudidos por otros y que en conjunto son muestra de un cambio en su comprensión interna de país y que también son síntomas de sus pretensiones en el plano internacional. El año 2013 se aprobó una ley contra toda “propaganda homosexual” y cualquier promoción de relaciones sexuales no convencionales porque exponían a los menores a comportamientos no tradicionales; ese mismo año se ilegalizó todo acto público que atente contra las creencias y los sentimientos religiosos de la población. Años después, el 2016, Putin aprobó restricciones a la prédica y a la evangelización de cultos no ortodoxos fuera de sus templos, al año siguiente prohibió a los testigos de Jehová en el país por considerarlos una amenaza al orden público y social. El 2019, Putin anunció una reducción de impuestos para las familias con mayor cantidad de hijos, al año siguiente, prometió una serie de medidas que buscan incrementar el número de nacimientos en el país. ¿Qué ocurre en Rusia?
Todas las políticas públicas anteriores no son hechos aislados, sino que responden a una visión de país que Vladimir Putin está construyendo y que a toda vista se aleja del mundo liberal a la vez que se aproxima a prácticas e ideas que fomentaron la estigmatización, el tribalismo y la disputa en épocas anteriores. En efecto, el año 2019, durante una entrevista previa a su salida del foro G20, el mismo Putin dio a conocer su opinión al respecto cuando afirmó que el liberalismo era obsoleto y que fomentaba prácticas contrarias a los valores tradicionales. Para enfrentar al liberalismo en Rusia se ha gestado una perspectiva ideológica particular llamada el “Mundo Ruso” (Russkii mir), un mito en el que se entremezclan nacionalismo, conservadurismo y tradicionalismo moral, además del cultural, y que motiva las acciones del país. Para Makarychev y Yatsyk (2014), esta nueva forma de conservadurismo ruso se sustenta en tres conceptos clave que Putin vincula hábilmente en sus políticas sociales y que configuran el mito del “Mundo Ruso” como agente civilizatorio: soberanía, unidad y normalidad.
Para empezar, Rusia se ha encargado de dejar claro que manda en su territorio tanto a los nacionales como a los extranjeros. Control militar y político de su espacio, de las movilizaciones sociales, uso y despliegue de sus recursos logísticos y militares para demostrar su poderío, controles y prohibiciones a los ciudadanos, reporteros, organizaciones y misiones extranjeras; todo esto son solo algunas acciones con las que Rusia pretende demostrar que solo el Estado gobierna su territorio. Estas acciones son vendidas por Putin y vistas por la población como una soberanía real en la que el “Mundo Ruso” puede expresarse libremente sin perjuicio de los foráneos y sin que las ideas de occidente calen en la población.
Aquella noción de soberanía requiere de un mito unificador, por ello, Rusia recurre al infaltable nacionalismo. Para Blakkisrud (2016), luego de las movilizaciones de oposición durante las elecciones del 2011 el gobierno ruso apuntó a redefinir su concepto de identidad nacional, la cual debía dejar de referir solo a la ciudadanía y cualquier concepción de un Estado mono-étnico para incluir una dimensión multiétnica unida por la tradición cultural y lingüística creada por los rusos étnicos, cultura que se configura como componente primordial de la civilización rusa. El proyecto nacionalista en Rusia se ha vuelto más inclusivo, pero no por ello menos agresiva. Rusia ha hecho de su noción de civilización algo que debe ser preservado, de ahí que siempre se vinculen los sentimientos de identidad nacional y comunitaria con los peligros que representan para su existencia y para su soberanía las amenazas externas como la OTAN, la Unión Europea o Estados Unidos.
Pero hace falta un componente adicional para que estas variables se mantengan unidas: la dimensión moral. Putin durante los últimos años ha establecido alianzas con el sector conservador y con la Iglesia Ortodoxa. Al hacerlo ha promovido un retorno a la “normalidad” que no son sino las raíces y los valores centrales de lo que considera que constituye la identidad europea, entre ellos el cristianismo, la tradición, la identidad nacional, cultural y sexual. Por esta razón Rusia ha adoptado un rol crítico del liberalismo occidental y ha asumido un proteccionismo de la institución matrimonial, de la sexualidad, de la reproducción y de la educación de los niños.
Estos tres factores conjugados explican las políticas públicas que Putin ha puesto en práctica en los últimos años. Sobre todo, dan a entender que Rusia se percibe distinta al resto del mundo, se ve como una luz de la verdadera europeidad que debe mantener su esfera de influencia y proteger a sus connacionales de la degeneración occidental. Por esta retórica, no es de extrañar que el Kremlin y Putin tengan tan buenas relaciones con algunos movimientos radicales de derecha alternativa (muchos de estos considerados post-fascistas) de Europa.
El lado incorrecto de la historia
Considerar metafóricamente que existen lados, tendencias o ideas correctas y otras incorrectas que aparecen en la historia, requiere de un criterio que permita distinguir lo bueno de lo malo, el progreso del retroceso. De entre las tantas formas de comprender la moralidad, aquel intento por vincular los juicios morales a la razón y a la evidencia científica resulta la más sólida de todas. Entonces, el lado correcto de la historia abrazaría la razón, la ciencia, la libertad y una ética humanista antes que el oscurantismo, la irracionalidad, el dogmatismo, el autoritarismo y el tribalismo.
Al describir el caso ruso podemos preguntarnos, ¿son el conservadurismo, el tradicionalismo o el nacionalismo motivados por la razón? Lamentablemente para sus seguidores, no. El conservadurismo es un sistema de pensamiento que no busca la verdad, sino únicamente conservar aquello que resulta cómodo, útil o conveniente en un momento dado. Procura conservar tradiciones sociales sin cuestionarlas y tilda todo cambio de innecesario o perjudicial. Obviamente, el conservadurismo puede tener diferentes intereses, algunos buscan conservar religiones, etnias, sistemas morales, tradiciones o convenciones sociales, así como diferentes grados de expresión, se puede ser reacio a un cambio total, pero sí aceptar modificaciones leves. Tradicionalismo y conservadurismo van de la mano, ambas son actitudes reaccionarias antes que reflexivas. Algo similar ocurre con el nacionalismo, pero a diferencia de los anteriores, el nacionalismo crea una ficción arbitraria de nación, la cual también debe expresarse culturalmente, por lo que se selecciona arbitrariamente las tradiciones, los pasajes de la historia y los personajes que más convenientes sean para la narrativa nacionalista.
Quizás se arguya que el conservadurismo es una actitud connatural al hombre y a nuestra sociedad, que permitió que nuestra especie floreciera sin asumir riesgos. De misma forma el nacionalismo o el sentimiento tribal, como manifestación anterior a esta. Lo cierto es que pudieron haber cumplido un rol en la historia de la humanidad, pero ahora el adelanto educativo y científico han abierto el horizonte de nuevas perspectivas que gozan de mayor respaldo racional, científico e histórico para ser tomadas en consideración y que reducen la posibilidad de crear discordias o diferencias que nos inviten a optar por medidas violentas.
De manera muy precisa, Steven Pinker afirmó que los movimientos populistas, que incluye nacionalismos y posturas alternativas de la derecha, entre estos los conservadores, se encuentran del lado oscuro de la historia pues “se sienten inquietos y marginados ante la paulatina e imparable tendencia hacia el cosmopolitismo, la liberalización de las convenciones y los derechos de las mujeres, los gays y las minorías”.
En la actuación rusa queda clara cierta prepotencia, ganas de “liderar a la manada”, el deseo de seguir siendo una potencia mundial, una suerte de revanchismo y el comportamiento clásico de quien intenta ser el macho dominante de la tribu una vez más. Esta prepotencia se combina con la necesidad de mostrar fortaleza interna y adecuar un discurso que sirva a este fin. Es así como nace la alianza con el conservadurismo, se recurre al pasado glorioso y se deja en claro que Rusia es más que un gobierno fuerte, Rusia se presenta como una civilización que se opone al deterioro moral de Occidente y que hará lo posible por mantenerse vigente.
Por otro lado, el bloque occidental tampoco es un paraíso. En el seno interno de Estados Unidos se vive un conflicto ideológico entre los liberales, el progresismo postmoderno mal conducido, el conservadurismo religioso y la derecha alternativa. Lo mismo ocurre en los países de la Unión Europea en los que, como España, la izquierda ha generado mayor reacción del sector conservador, o Francia y Alemania que conviven con el rebrotar de movimientos populistas de derecha alternativa. Más allá de estos problemas internos, al menos el bloque occidental se caracteriza por promover y permitir la convivencia libre, la libertad de expresión y la preocupación porque todos los ciudadanos, nacionales o extranjeros, puedan manifestar sus ideas, preocupaciones y sexualidad sin mayores problemas y temores dentro de sus territorios. En otras palabras, en Europa Occidental y Estados Unidos se ha promovido el cuestionamiento de las tradiciones culturales que definían sus pueblos, actitud que ha invitado a que el bloque liberal haya superado diversos prejuicios sobre algunos, hasta hace poco, tabúes.
Lo que estamos viviendo es un choque de civilizaciones, de cosmovisiones, una perspectiva más profunda que una diferencia ideológica. Este choque civilizatorio no debe privarnos de los juicios morales, pues toda cultura puede y debe ser juzgada y puesta a prueba. Aunque imperfectas, las sociedades libres siempre serán mejores que las dogmáticas, conservadoras o autoritarias. Por ello, entre el bloque occidental y Rusia, si debemos sopesar e incluir a uno en el lado incorrecto de la historia, naturalmente, el “Mundo Ruso” es la receta perfecta para incluir a Rusia en la historia como un capítulo más de sus oscuros pasajes.
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