El Nobel de Toledo, por Gonzalo Ramírez de la Torre

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A veces nuestro inconsciente encuentra maneras de manifestarse que nos agarran por sorpresa. Desliz freudiano lo llaman. En el Perú no somos ajenos a este fenómeno, de hecho, ejemplos de esto han pasado a la historia y han convertido a sus protagonistas en el centro de burlas y de risas que emergen de la ironía de la situación. En el pasado el punch line de la desafortunada anécdota era “por Dios y por la plata”, hoy es “voy a recibir un Premio Nobel en la India”.

Esto manifestó Alejandro Toledo a los micrófonos de Radio Programas del Perú. Muchas personas, entre ellas el Congresista Héctor Becerril, han sugerido que este error, estrepitoso por múltiples motivos, es el producto de algún tipo de dopaje narcótico o etílico. Yo creo, más bien, que este partió de algo mucho más profundo. Aunque si uno lo piensa bien, sería mejor decir que se está cegado por la coca antes afirmar que semejantes barrabasadas pueden ser emitidas en plena sobriedad.

Pero no, es poco probable que el señor Toledo haya estado, en efecto, bajo la influencia de algún espíritu o de algún químico ilícito. Yo creo, como es común en muchos políticos, que el ego terminó pesando más que la razón y la fantasía arrogante se coló y dijo “presente” en la realidad poco alentadora del ex presidente -realidad titulada ‘Ecoteva’ y subtitulada con un número poco alentador en las encuestas-. Todos quisiéramos ganar un Nobel, pero al igual que la arrogancia infundada del líder de Perú Posible, para tenerlo hay que merecerlo.

Vaya usted a aguantar a Alejandro Toledo si en algún momento, por alguna alineación sobrenatural de los astros, se gana un Premio Nobel. El señor andaría con la medalla colgada en el cuello todos los días, la mostraría con el mismo orgullo con el que expone su inglés de forzado acento americano. Toledo nunca dejó de ser un hombre egocéntrico, desde la Marcha de los Cuatro Suyos desplegaba ínfulas de haber “derrotado a la dictadura” y se dejaba llamar Pachacútec en los mítines que lideraba.

Y es que, aunque suene repetitivo y cliché, Alejandro Toledo es un político, como muchos que tenemos, que se dejan llevar por sus “egos colosales”, por el caudillismo aburrido que llevan inscrito en su ADN. Basta con ver a César Acuña, un hombre que no se cansa de poner su cara en cada espacio que encuentra, que se colocó a sí mismo como imagen de la Universidad César Vallejo (¿quién no ha escuchado la acaramelada historia de cómo ‘vino de abajo’ en la radio?) y que considera que es su “responsabilidad” buscar la presidencia a pesar que esto haya significado, por haber renunciado al Gobierno regional de La Libertad, la traición al voto de muchísimos liberteños. Ni hablemos de Alan García.

Los políticos peruanos, con Toledo como ejemplo más reciente y descarado, gozan de inflarse, de alimentar su culto de personalidad ¡cómo quisiera Toledo frotarnos un Nobel por la cara! ¡Cómo querría Acuña que todos se arrodillaran ante él! ¡Cómo lo querrían! El pez por la boca muere y este pez (el de Perú Posible) deja en claro que se cree mucho más de lo que es.