El «nuevo» Presidente de Turquía

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Fue Putin el que inauguró el baile: ahora soy Presidente, cuando ya no puedo seguir me paso a Primer Ministro y pongo a mí amigo (al menos al inicio lo era) como Presidente, luego vuelvo como Presidente (y de paso apoyo a quienes quieren romper la unidad de Ucrania). Ahora, parece que en Turquía Recep Tayyip Erdogan empieza a imitar el modelo, pasando de Primer Ministro (desde hace once años) a Presidente del país. También él ha puesto como Primer Ministro a un alter ego, el hasta ahora Ministro de Asuntos Exteriores Ahmet Davutoglu. Porque está claro quién va seguir construyendo la “nueva Turquía” que prometió Erdogan al llegal al poder: va ser Erdogan y necesita un Primer Ministro que no moleste.

El acto de toma de posesión el 28 de agosto dura cuatro minutos y termina en escándalo: una parte de la oposición se retira, otra parte simplemente no aplaude. Dicen que Erdogan ha violado la Constitución puesto que no ha presentado su dimisión como Primer Ministro al tomar posesión como Presidente. La toma de posesión tiene lugar, por tanto, en una sala medio vacía. Con representantes de 90 países, pero el rango máximo es el de Ministros de Asuntos Exteriores, ningún Jefe de Estado, los Estados Unidos están representados sólo por el Encargado de Negocios de la Embajada en Ankara: una señal del mal momento que pasan las relaciones entre ambos países… cuando hace unos años Turquía era un fiel aliado en la OTAN, con manifiesta cercanía a Washington.

Mucho han cambiado las cosas, como se vio cuando ya hace años (bajo Erdogan ya) Estados Unidos pidió permiso para sobrevolar el territorio turco de camino hacia algún escenario bélico, Turquía lo denegó. ¿Está cambiando sólo el gobierno?

También la sociedad turca está cambiando. O quizá se está manifestando la realidad de la sociedad turca, de toda la sociedad turca. Quizá durante décadas sólo era visible una parte de esa sociedad, los universitarios y empresarios, de fuerte arraigo occidental, con títulos académicos de Estados Unidos, Alemania y Reino Unido, sobre todo, con un perfecto conocimiento del inglés, bi o trilingües, musulmanes sí, pero buenos apreciadores del Iraki, ese anís transparente, que se vuelve blanco lechoso cuando se le echa agua y hielo y se toma, bien friíto, a orillas del Bósforo. Es sobre todo una parte de Estambul la que tiene energía ahí.

Con el auge general del islamismo ha ido apareciendo también la otra Turquía, la del restaurante que no ofrece alcohol ni a los extranjeros, sino una rica bebida parecida al yoghurt; ha ido creciendo la presencia islámica en la imagen de la ciudad y en los barrios llamados europeos cada vez más velos coexisten con la mucha vestimenta occidental y con algunas llamativas minifaldas y ombligos al aire que parecen no sólo moda sino también manifestación, protesta frente a ese otro movimiento, que está extraordinariamente presente en algunos otros barrios del propio Estambul, donde no se ve mujer sin velo.

Con el auge general del islamismo ha ido apareciendo también la otra Turquía, la del restaurante que no ofrece alcohol ni a los extranjeros, sino una rica bebida parecida al yoghurt; ha ido creciendo la presencia islámica en la imagen de la ciudad y en los barrios llamados europeos cada vez más velos coexisten con la mucha vestimenta occidental y con algunas llamativas minifaldas y ombligos al aire que parecen no sólo moda sino también manifestación, protesta frente a ese otro movimiento, que está extraordinariamente presente en algunos otros barrios del propio Estambul, donde no se puede ver a una mujer sin velo

Son dos Turquías, no una las que están ahí, uniendo (o no) Europa y Asia, Occidente y el Islam. Son dos Turquías entre las que no hay diálogo, porque en el imaginario de la una los prejuicios sobre la otra son tan fuertes que cierran el diálogo. Para los unos, los otros son unos peligrosos radicales; para los otros, los unos son unos traidores a la verdadera identidad.

Mientras tanto, el gobierno de Erdogan ha ido contribuyendo a una islamización del país por la vía «soft»: apoyando asociaciones, fundaciones, actividades de ese corte, apoyando en cierto modo una orientación de la sociedad civil. Es decir: utilizando inteligentemente una tendencia general en el mundo, una tendencia bien vista por cierto: el fortalecimiento de la sociedad civil. Apoyando también las mezquitas en torno a las cuales se desarrolla una amplia labor social, hospitales, comedores de caridad. Son las mezquitas que enseñan a los extranjeros que acuden a congresos de organizaciones científicas más o menos islamistas. Demuestra astucia, no cabe duda.

En política exterior, Erdogan intentó constituirse en un líder regional, un mediador entre los mundos, un pacificador en la región. Tuvo algunas intervenciones notables en este punto. El deterioro de las relaciones con Occidente ha impedido finalmente que sea mediador y como pacificador es llamativo que el último acuerdo entre israelíes y palestinos se haya realizado bajo la mediación de Egipto, que en los avatares «post-primavera» había perdido su tradicional capacidad de mediación. Turquía intentó aprovechar ese hueco, pero parece que -tras el paréntesis- Egipto ha retornado a escena.

Una vez realizado el juramento, Erdogan acudió a la tumba del fundador de la Turquía moderna, Kemal Atatürk, el creador en 1923 de la Turquía democrática y laica, en la que el velo de la mujer está prohibido en el espacio público. Allí fue Erdogan, que alzó como Presidente a Abdullah Gül, cuya mujer aparecía en público con velo. Allá fue Erdogan, resaltó que era el primer Presidente elegido directamente (con el 52% de los votos, lo que también muestra la ruptura del país) y escribió en el Libro de Oro: «Querido Atatürk: Tras su muerte se debilitó el vínculo entre el oficio del Presidente y el pueblo. Al tomar hoy posesión del cargo, otra vez las gentes podrán abrazar a su Presidente, y el Estado vuelve a englobar a su nación». Astuto Erdogan al ponerse en la tradición de Atatürk a pesar del velo de la mujer de su antecesor, miembro de su partido, y a la vez con un programa (esto de la conjunción entre Estado y nación) que a algunos ciudadanos turcos sonará un poco amenazador.

Quizá conviene resaltar que en la laicidad turca (cuyo cuidado junto con la democracia fue encomendado -curiosa solución- al ejército, cuya cúpula, por cierto, también ha sido reformada por Erdogan) coexisten sensibilidades muy diversas: desde voltairianos de viejo cuño, para quienes la religión es tema tabú (aunque no son muchos, ciertamente, pero ahí están) hasta musulmanes creyentes (el ateísmo no es muy común en Turquía) aunque no muy practicantes, personas que quizá rezan pero quizá no en la mezquita. Y también quienes van a la mezquita pero encuentran adecuada la separación entre fe y Estado.

¿Por qué todo ese voto, por qué esa victoria, continuada, de Erdogan, a pesar del deterioro de su imagen por la durísima represión en la Plaza Taksim, por algún caso de corrupción o al menos de eso indebido de poder, por algunas declaraciones muy problemáticas, por el deterioro de las relaciones no sólo con Estados Unidos sino también, por ejemplo, con Alemania tras alguna visita con polémica? Porque hay, desde luego, personas (y no tan pocas) que coinciden con sus planteamientos básicos. Pero también ha habido un crecimiento paulatino del sentimiento antioccidental. Las relaciones de Turquía con la hoy Unión Europea son largas y tortuosas: en 1963 se firma el Tratado de Asociación; en 1987 Turquía solicita la adhesión; en 1997 se declara por parte de las instituciones comunitarias que Turquía puede ser declarada país candidato; en 2005 comienzan las negociaciones, hoy suspendidas por la ocupación del norte de Chipre (técnicamente suena más complejo, pero en el fondo es eso): un larguísimo periodo de tiempo en que no faltaron momentos de una cierta euforia, desencadenados sobre todo en su momento por las declaraciones muy favorables de dos personajes nefastos para Europa: el Presidente francés Jacques Chirac y el Canciller alemán Gerhard Schröder; ambos abogaron por una rápida negociación con Turquía, pero lo hicieron por intereses propios. Un larguísimo tiempo en que muchos turcos se han ido decepcionando, incluso enfadando; al fin y al cabo, los ciudadanos de un antiguo imperio quieren ser tratados con deferencia y aquí faltó por la parte europea la categoría política de diseñar desde el principio una vía especial que no fuera la adhesión, difícil por muchos motivos. Esta falta de sensibilidad por parte de los políticos comunitarios también ha contribuido sin duda a que aumentara el «otro» campo.

En sus inicios, Erdogan fue visto por los medios pero también por la diplomacia occidental como un moderado, que podría tender puentes y demostrar que se puede ser islamista y demócrata. Ahora, a su toma de posesión solamente han acudido representantes extranjeros de segundo rango y la sala estaba medio vacía. Parece que su prestigio exterior e interno se ha resquebrajado. Pero Turquía es un país demasiado importante como para conformarse con estas frías relaciones. Pero, ¿cómo recuperar el diálogo?