Empiezo con esta columna un nuevo ciclo en Lucidez, esta vez como editor de Política. En vista de esto, y teniendo en cuenta que asumo esta responsabilidad a menos de un año de las próximas elecciones presidenciales, creo que es pertinente presentarme ante nuestros lectores.
Arranquemos por lo principal: para mí la política no es una lucha por el poder. Por el contrario, la política es una vocación de servicio. Es una forma por la cual se busca asignar valor a aquello que se considera realmente importante.
Que un montón de sinvergüenzas, tanto en Perú como en el resto del mundo, hayan secuestrado el oficio y prostituido su función primordial no cambia este hecho.
Pese a que suena difícil de creer, la política busca hacernos mejores, pues intrínseca a su práctica es el reconocimiento de que no somos meros animales que se devoran unos a otros. Los lectores pueden por lo tanto extraer de todo esto que soy un idealista sin remilgos ni complejos. De eso no debe quedar ninguna duda. Mi propósito es que la discusión sobre política en Lucidez, dentro de la pluralidad que requiere todo medio (y las distintas opiniones de nuestros columnistas, las cuales respetaré fielmente), refleje estos valores.
Sin embargo, el debate político tampoco es un deporte de guante blanco. Hay que saber ser pragmático, y aún más importante, saber concertar. La democracia es inconsistente con el fundamentalismo, y eso incluye las múltiples formas del “anti-“ que plagan nuestro país: antiaprismo, antifujimorismo, anticaviarada. Las críticas pueden ser feroces, de eso no deben caber dudas: el gobierno aprista le robó al país (dos veces), el decenio de Fujimori fue de un autoritarismo nocivo y la gente “progre” a veces es tremendamente hipócrita. Pero Alan no es Lucifer, ni Fujimori es Pol Pot ni Marco Arana es Abimael Guzmán.
Mi experiencia me dice que por lo anterior se me tildará de políticamente correcto. De un tiempo a esta parte la capacidad para decir barbaridades y tonterías como una señal de inteligencia se ha puesto muy en boga (¿alguien dijo Aldo Mariátegui?).
El problema es que cuando la incorrección política deja de se ser un medio y se transforma en el fin mismo, lo que se hace es buscar cobarde y subrepticiamente una manera para poder verter todos nuestros diablos internos al papel y tinta de una página (y de paso hacer un poco de márketing personal).
No es que haya que tenerle miedo al lenguaje fuerte, por cierto. Cuando Mario Vargas Llosa se pregunta a través de Zavalita cuándo es que se jodió el Perú, lo hace de una forma sucinta pero poderosa. Bastó simplemente el verbo joder para transmitir el desahogo de toda una generación de peruanos. No se necesitaba de “napalm para los chunchos” ni de gritos huecos sobre “neoliberalismo” para dejar en claro que, en algún momento del siglo XX y sin darnos cuenta, el Perú perdió el rumbo.
Y ya que hablamos de Conversación en La Catedral, aprovecho para dejar en claro una cosa: Zavalita se equivoca. El Perú no está jodido, o al menos no todavía. Lo que sí tiene el Perú, en efecto, y por desgracia, son muchos problemas. Pero en esos problemas reside justamente la oportunidad, la promesa de la vida peruana de la que Basadre habló hace casi un siglo. Porque mientras hayan personas que le planten cara a los podridos, a los congelados y a los incendiados (o sea, al 85% de los congresistas), en el país aún quedará esperanza. Mis aspiración es que con una nueva generación, esa esperanza se torne en una realidad.
El Perú es una promesa, y las promesas deben cumplirse. Y si esto les parece cursi, pues no se quejen. Les dije que soy un idealista.
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