El Perú somos todos, por Adriana García-Belaunde
«El Perú somos todos. No miremos de costado. Tenemos derecho a ser felices, pero también la obligación de indignarnos ante los atropellos».
Nací siete días antes de las elecciones de 1980, en medio de una campaña política, luego de diecisiete años en los que el Perú no tuvo elecciones presidenciales. Mi infancia estuvo marcada por el terrorismo y mi adolescencia por el pánico de no saber en qué momento un coche bomba nos destrozaría la vida en pedazos. Durante mi etapa de estudiante me llamó la atención el discurso de izquierda, pero en mi defensa debo decir que el romanticismo que predicaban me resultaba utópicamente maravilloso; sobre todo cuando eres joven, no pagas impuestos, nadie depende de ti y eres tú quien vive de alguien más. Al graduarme y trabajar, la realidad inclinó mejor la balanza y descubrí la cantidad de mentiras que tenía esa fantasía. Mi adultez creí vivirla en paz. Y es ahí cuando cometí un error, porque me olvidé de que la paz no viene sola…
Me indigna que hayamos llevado al Perú a tener el presidente más inepto en 200 años y que hayamos puesto a impresentables del Movadef en el Congreso. Pues sí, lo hemos hecho todos juntos. Lo has hecho tú cuando te alegrabas el día en el que un actor, de la mano de un lagarto, entraba al Congreso de la República pateando las puertas del hemiciclo y el país entero se paraba a aplaudirlos. Tú que marchaste contra Manuel Merino sin saber por qué lo hacías, tú que no fuiste a votar porque tu moral pesaba más, tú con tu “Fujimori nunca más”.
Pero no es solo tu culpa, también es mía. Yo, que sabía que el país se estaba yendo al hoyo, y no hice más que sentarme en un cómodo sillón a ver el espectáculo a través de una pantalla, esperando que otros hicieran algo. Yo, que comentaba con familia y amigos lo que pasaba mientras tomaba una taza de café. Lo hemos hecho todos juntos, porque después de esa barbarie que nos tocó vivir decidimos pasar la página para intentar vivir en paz. Decidimos borrarlo de nuestra memoria y no contarlo, porque pensamos que, si lo hacíamos, el terror volvería. Y entonces vinieron nuevas generaciones y sin darnos cuenta, o tal vez dándonos cuenta, dejamos que los medios y la academia deformaran la historia y les contaran el cuento del comunismo extremo como algo deseable.
¿Y cómo protesto? Marchando. Porque es mi forma de reivindicarme, de pedir perdón por olvidarme de mi país, por dejarlo solo, por no defenderlo lo suficiente. Marcho para mandar un mensaje a quienes puedan hacer algo concreto. Marcho para darles un ejemplo a mis hijas, porque el país me pertenece tanto como a quien no tiene qué comer. Pero además de marchar hay que hacer. Por eso ayudo a las Ollas Comunes en Carabayllo y en Villa María del Triunfo, porque mientras que el Estado sea ineficiente y se gaste nuestros impuestos en ridiculeces, la vida es urgente, diaria, y no espera. Soy una firme creyente de que no importa donde estés o en qué lugar te puso la vida, siempre podemos organizarnos para cambiar nuestro futuro y el de nuestros hijos.
Y aquí viene lo que quizás no quieras leer. Soy militante de Acción Popular. Sí, ese partido que fue fundado por un gran demócrata y amante genuino de nuestro país. Un partido que tenía al Perú como doctrina, que tenía militantes de alma noble y corazón trabajador en los pueblos más alejados, ese mismo partido que te abrazaba y que hoy debería estar más unido. Tengo la esperanza, tal vez una absurda esperanza, de que Acción Popular no se alejará de sus raíces. Quiero pensar que volveremos a ser el partido que demuestra con el simple hecho de existir, que todos los extremos son malos.
Creo en el trabajo en equipo. De la mano y mirándonos a los ojos podemos lograr grandes cosas. Si no hacemos algo hoy, nuestro mañana será aplastado por gente que desprecia el Estado de Derecho, la justicia social, la democracia y la libertad. Debemos aprender a trabajar unidos, sin importar el lugar de nacimiento, el color o algún detalle insignificante con el que intenten desunirnos. El Perú somos todos. No miremos de costado. Tenemos derecho a ser felices, pero también la obligación de indignarnos ante los atropellos. Seamos solidarios y empáticos. No olvidemos, el otro también eres tú. Reaccionemos ante las injusticias, salgamos a las calles a defender la democracia y caminemos, como decía Fernando Belaúnde, siempre hacia adelante.
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