Los principales personajes de Alianza para el Progreso se han empeñado en defender a su líder quien, como es de conocimiento público, plagió partes de su tesis doctoral. Es difícil de comprender estas defensas. La incomprensión arrecia cuando, en entrevistas y declaraciones, queda claro que los escuderos de César Acuña no tienen convicción alguna para ejercerla. Y es que el peso de la flagrancia termina por aplastar a Anel Townsend, Humberto Lay, Fernando Andrade y a todos los otros que conforman la cofradía de APP y es inevitable que de sus argumentos se filtre la frustración de quienes quieren, a sabiendas que no podrán convencer a los demás, convencerse a sí mismos que no están – como lo están haciendo– atentando contra sus propios principios.
Definir un plagio es una tarea simple. Si en un texto de cualquier tipo se utiliza trabajo ajeno sin dar el crédito pertinente al autor esto configura un robo de propiedad intelectual. Independientemente de las implicancias legales que puede tener, el resultado que prima es el de la mellada imagen del infractor quien, ante la incapacidad de producir material propio, tiene que servirse de producciones ajenas. Esto es lo que sucede de forma extensiva en la tesis de César Acuña y el escándalo no se esconde en el hecho que el título de doctor del empresario universitario sea o no válido, el problema está en que alguien que busca ostentar la Presidencia de la República –y quien se pinta como un emblema de la educación– sea capaz de cometer estos actos de forma tan ligera.
Sin embargo, no es una sorpresa que César Acuña haya tenido que recurrir a recursos tan reprochables para hacerse de un título doctoral. El mismo candidato aseveró una vez, en la inauguración de una feria del libro, que los que lo conocen “saben que casi nunca leo, que nunca escribo” ¿Cómo se podría pretender, entonces, que quien asegura no leer y nunca escribir haya escrito una voluminosa tesis para la que tendría que haber leído múltiples textos? La sinceridad, o el incomprensible sentimiento de orgullo por no leer y nunca escribir, terminan por hacer más notable la incongruencia que configura el candidato de APP.
Pero lo que sí es una ingrata sorpresa es el rol que han adoptado quienes pretenden puestos de importancia en un hipotético gobierno de Acuña. Abanderados de la ética como Humberto Lay, avezadas luchadoras contra la corrupción como Anel Townsend y otrora políticos capaces de enfrentar a sus líderes, como Marisol Espinosa y César Villanueva, hoy cuidan los flancos de quien ha cometido, dejando pocas dudas, un plagio. Y, qué duda cabe, seguirán empeñados en empujar la llegada de este a la Presidencia. Se amparan en esperar, como diría Townsend, el “debido proceso”, en ese caso configurado por la Universidad Complutense de Madrid, negándose así a dar cuenta de las pruebas que les ponen al frente. Quienes alguna parecían perseguir principios hoy persiguen, vehementemente, un sorbito de poder.
Sería importante que el candidato César Acuña le hable a la población con la verdad, que admita su infracción. No le pedimos que renuncie, le pedimos sinceridad para que con la información completa los electores opten por darle o no el espacio que quedará vacante en el sillón de Pizarro. La situación de un plagiador tentando la Presidencia nos está valiendo la ignominia internacional, sería más triste aún si, en efecto, lo hacemos Presidente. En Alemania hace poco renuncio su Presidente al habérsele sido descubierto fraude en sus tesis doctoral. No esperemos que sea tarde.