El presente vergonzante, por Gonzalo Ramírez de la Torre

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“Esto es un desastre”, le dijo Alan García a José Zafra, el Secretario General del Apra en Chimbote. Así, y bajando el pulgar con la impronta de un emperador romano en el coliseo, manifestó su desaprobación por la poca gente convocada para su mitin. El gesto, capturado en video, fue portada de muchos diarios digitales.

De igual manera, en Huancayo, llamó “imbécil” y “huevón” a uno de sus colaboradores por no “tomarlo” de la manera que él quería. Esto luego de golpear/empujar a un efectivo de seguridad. Una ira, sin duda, propia de un niño que repara en que, finalmente, no podrá ganar el juego.

De esa manera la impotencia del líder aprista, antes camuflada por sonrisas y labia entusiasta, se hizo manifiesta ante todos los peruanos.

Y es que Alan García, a pesar del retiro de las candidaturas de César Acuña y de Julio Guzmán – lo que en un principio seguramente fue visto por el líder aprista como un conato de buena suerte o de serendipia–, solo alcanza un 6% en las encuestas. No cabe duda que debe ser un doloroso atentado contra el orgullo de los seguidores de Alianza Popular que el elector prefiera votar por Alfredo Barnechea y por Verónika Mendoza antes que por García. Pero, tiene sentido.

Sin importar los esfuerzos que pueda hacer el ex presidente, poco puede lograr cuando se trata de cambiar la imagen que se tiene de él. García es un suvenir de épocas que nadie quiere recordar y si alguna vez consiguió un segundo mandato presidencial fue únicamente porque la alternativa a él era el cataclismo bolivariano que representaba el Ollanta Humala del 2006. Hoy, calzándose un gorrito y posando a lado de Mario Hart, no logra mostrarse moderno, más bien hace que se note más lo poco que va con los tiempos en los que vivimos.

Poco ayudan sus recientes exabruptos. Los mismos que no solo hacen que se le vea prepotente y agresivo –recordando con lapazos la ‘patadita’ de antaño– sino que confirman su arrogancia. Una arrogancia que lo hace ofenderse por su posición en las encuestas y que no le permite darse cuenta que la culpa de su fracaso no está en los tres gatos que fueron a escucharlo en Chimbote, o en el señor Zafra que organizó la reunión, sino en él. ¿No hubiera sido mejor que García celebrara con los casi 50 simpatizantes que fueron a verlo, en vez de desairarlos haciéndolos notar que no eran suficiente?

Alan García, distraído por el ego que aparenta ostentar, no tiene la humildad para reformar una estrategia que no le está funcionando y que lo está dejando humillado, parado en la puerta de la sección ‘otros’, con los votantes amenazando con hacerlo pasar. Él cree que su sola cara es suficiente para alcanzar la victoria y que su sola labia basta para seducir adherentes. Y su posición en las encuestas, que claramente no lo tienen tranquilo, no parece ser suficiente para despabilarlo.

Dos candidatos han caído y el panorama electoral está repleto de incertidumbres. Lo único cierto, sin embargo, es que la Alianza Popular está confinada a la cola de la tabla, víctima de su apuesta por la supuesta “experiencia” –que el elector interpreta como más de lo mismo– y por lo intocable y omnipotente que pretende ser su líder que, en vez de formar un vínculo con sus votantes, los aleja.

“Contra el pasado vergonzante”, reza el inicio de la famosa Marsellesa Aprista, “nueva doctrina insurge ya”. Hoy, no obstante, la doctrina se nota vieja y prescrita y lo vergonzante, más bien, es el presente del partido de la estrella, que ha perdido su brillo. Esto, especialmente, a lado de un socio, sacado también de los cofres de la historia política, que poco o nada le ha podido sumar.

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