El problema del euro

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La semana pasada, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, anunció que la entidad iniciaría un programa de Quantitative Easing (QE) a partir de octubre. Un QE es un programa de compras de activos, generalmente de larga madurez, a gran escala. EE.UU., Reino Unido y Japón ya han implementado estos programas en los últimos años, comprando bonos soberanos a diez años, papeles financieros respaldados por hipotecas e incluso índices bursátiles (en el caso japonés). La Eurozona, compuesta por los dieciocho países que utilizan el euro como moneda, es la última economía de gran envergadura que busca combatir la crisis económica con este tipo de estímulo.

¿Por qué Europa se demoró tanto a llegar a la fiesta? Ciertamente, no es porque antes le haya ido mejor que a los demás. En términos de crecimiento, a la Eurozona le ha ido peor que a la Europa de la entre guerra, aquella que fue vapuleada por la Gran Depresión. Por el contrario, parece ser que el bloque enfrenta una “década perdida”, tal como sucedió con Japón a mediados de los años noventa. Es, por lejos, una economía más vulnerable que la de EE.UU., Japón o China.

Y la culpa de todo es la tiene el euro.

La gran diferencia entre la Eurozona y el resto de economías que se vieron remecidas por la crisis financiera global de 2008 es que en el primer caso existen 18 países que comparten una misma moneda pero no un mismo gobierno. En jerga economicista, su política monetaria está unificada, pero la fiscal continúa siendo dispersa. A modo de ejemplo, el lector podría tratar de imaginar que tanto Trujillo como Arequipa utilizan una misma moneda (el nuevo sol) pero el gasto público en cada una lo determinan, en su totalidad, los alcaldes de cada localidad, que emiten deuda cada uno por su cuenta. El resultado es un caos: si una ciudad se torna más productiva que otra y “exporta” más productos, entrarán más soles a la primera ciudad a manera de ingreso y menos soles se quedarán en la segunda.

Normalmente, cuando más dinero ingresa a un país, su moneda se aprecia, lo cual sirve para “estabilizar” las cuentas externas”: en la medida que la primera ciudad exporta más, su moneda se apreciaría y la segunda se depreciaría. Pero en nuestro ejemplo hipotético, sin embargo, Arequipa y Trujillo cuentan con la misma monedas, por lo que dicho ajuste no tiene lugar. Asumamos que Arequipa exporta más: esto implica que Arequipa tiene una moneda más débil de lo necesario, y Trujillo una más fuerte de lo necesario. En consecuencia, Trujillo acumulará un déficit comercial cada vez más grande, sin que el tipo de cambio sirva para corregir dicha brecha, mientras que Arequipa correrá un largo superávit. En este caso, el exceso de soles en Arequipa probablemente se invertirá en Trujillo, específicamente en deuda que emite su “gobierno” (eventualmente la deuda de Arequipa se vuelve más cara y la de Trujillo se torna atractiva), lo que permitirá que esta última ciudad financie su déficit.

Ahora, hagamos una segunda suposición: imaginemos que, por algún motivo, el dinero que entraba a Trujillo como inversiones desde Arequipa se va de manera abrupta. Súbitamente, Trujillo ya no tiene suficientes soles y es incapaz de financiar su déficit, por lo que se reducen sus importaciones a Arequipa. Asimismo, Arequipa se ve golpeada porque ya no puede exportar lo que antes exportaba. El resultado es que ambas economías terminan peor que cuando arrancaron. Felizmente, esto no sucede en el Perú porque tanto Arequipa como Trujillo comparten un mismo gobierno, por lo que cuando la deuda es igualmente compartida por ambas ciudades.

Ahora, siéntase el lector libre de sustituir “Alemania” por “Arequipa” y “España”, “Portugal” o “Italia” por “Trujillo”. ¡Voilá¡ Acaba usted de descubrir la crisis en Europa en esta pequeña parábola. Alemania exportó por años muchísimo más de lo que importaba al resto de la Eurozona, pero el tipo de cambio no se aprecio al tratarse de la misma moneda; al mismo tiempo, el “exceso” de euros en Alemania se redirigió a estos países a manera de inversión, sobre todo en la deuda de los gobiernos de cada uno de estos países (y en algunos casos, como España, en una gran burbuja inmobiliaria que aprovechaba el clima ibérico más cálido). Cuando, en 2008 y 2009, la economía global entro en recesión, los flujos de inversión se retrajeron, pero más en España o Portugal que en Alemania, lo cual forzó el ajuste en la brecha externa de nuestro cuento. ¿Y por qué se contrajo más la inversión en los dos primeros países? Porque los mercados comenzaron a percatarse de un detalle: ninguno de estos países controla su propia moneda, por lo que literalmente podrían quedarse sin suficientes euros para pagar su deuda.

El ajuste descrito aquí todavía continúa, y probablemente lo haga durante mucho más tiempo. Las consecuencias han sido catastróficas para los países más débiles: el desempleo en España e Italia, por ejemplo, superan el 20% y 10%, respectivamente; en la mayoría de casos, las economías europeas todavía son más pequeñas que en 2008; y los gobiernos, enfrentados con menor recaudación, han recortado sus gastos, agravando la contracción en la actividad. La última medida del BCE busca revertir esta situación, pero es probable que tenga un efecto limitado: lo normal es que estos ajustes, con todo el dolor que causan, requieran de varios años.

Estimado lector, cuando le digan que Europa entró en crisis porque los gobiernos gastaron mucho o “despilfarraron” el dinero, por favor recuerde una cosa. Salvo por Grecia, en donde efectivamente había un exceso de gasto público, los otros países contaban con cuentas fiscales relativamente sanas: España, por ejemplo, registró superávit fiscal en 2007, mientras que Portugal registró un déficit menor a 3%. La causa del problema no es la deuda, sino el euro. O, mejor dicho, la unificación de la moneda bajo el euro y la dispersión de los gobiernos.

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