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La izquierda peruana, desde sus orígenes, siempre ha buscado unirse para enfrentar a un enemigo común –llámese la empresa privada, el capitalismo, el libre mercado, la oligarquía, etc. –. No obstante, en una manifestación de ironía que debería servirles de lección sobre la inviabilidad de cualquier proyecto colectivista, nunca lo han logrado. En ellos siempre han pesado más las diferencias y, por supuesto, el ego de los líderes de turno cuyas ambiciones personales defraudan el espíritu de lo que quieren lograr. El ejemplo más claro de ello es el Frente Amplio que, tras su derrota en las elecciones del año pasado, se partió en dos grupos, cada uno liderado por un caudillo distinto.
Sin embargo, la citada incapacidad para unirse no ha sido el componente clave para evitar el éxito electoral de la izquierda. De hecho, si algo ha evitado que la izquierda más recalcitrante –como la que representaron Mendoza y Santos en las elecciones pasadas– alcance el poder, ha sido la tácita asociación entre los peruanos de derecha y su compromiso con la protección de un modelo económico que, aunque los zurdos aseveren lo contrario, ha mejorado la calidad de vida de los peruanos. La victoria de Humala en el 2011, por ejemplo, solo se dio cuando este moderó su discurso y cuando su rival fue Keiko Fujimori.
No obstante, en el fragor de la campaña del 2016, donde se enfrentaron dos candidatos (entendidos como) de derecha, el lado diestro del espectro político se vio obligado dividirse y, así, a resaltar aquellos puntos que diferenciaban a quienes lo forman. Entonces la discusión pasó a ser entre conservadores (mayormente representados por Fuerza Popular) y liberales (mayormente representados por Peruanos por el Kambio). La izquierda, relegada al tercer puesto de los comicios, dejó de entenderse como un rival.
Y, qué duda cabe, la batalla ha sido brutal. Hasta el punto de que muchos derechistas nos olvidamos de nuestro rival más formidable y solo lo recordamos, por muy poco tiempo, cuando se murió Fidel Castro y la izquierda eligió olvidar sus cualidades de tirano para endiosarlo. Pero después de esto, la guerra continuó. El ala conservadora, desde el Congreso, trata de cobrarse la ojeriza que le dejó la derrota electoral (ya cayó un ministro). El ala liberal se empeña en procurar el reconocimiento de los derechos de la comunidad LGTB, para molestia de los conservadores.
Y es que justamente, por ahora, el tema de los derechos para los LGTB ha sido el mayor punto de discordia entre las dos alas de la derecha. Desde la perspectiva libertaria, con la que yo me identifico, se busca ensanchar las libertades de aquellos que son diferentes, desde la orilla conservadora, se tratan de reforzar los parámetros “tradicionales”. Y esta discusión tiene que darse y en el rigor de este conflicto se tiene que desembocar en algo, sin embargo, es importante que, a la hora de la hora, la derecha no pierda de vista quién es el rival más peligroso para sus propósitos: la izquierda.
Basta una revisión de los puntos que sostienen a la postura liberal y a la conservadora para saber que existen más coincidencias que diferencias. Así, aunque no se debe detener el debate y las fricciones por los temas que los distinguen (pues estas disputas suponen un beneficio democrático para el país), tenemos que destinar un ojo vigilante a la izquierda pues no podemos darnos el lujo de ignorarla.
Sí, la izquierda siempre ha demostrado ser incapaz de cuajar una unión política entre todas sus huestes, pero la coyuntura nacional actual puede servir como el ambiente propicio para que un movimiento con un líder carismático, como Nuevo Perú, prospere en el 2021. Por ejemplo, como comenté en una columna anterior, La izquierda está aprovechando el caso Odebrecht para sugerir que el modelo económico es el culpable de la corrupción y casi ningún político defensor del libre mercado se ha preocupado en demostrar lo equivocados que están. A esta situación se suma la batalla entre la mayoría en el poder legislativo y el ejecutivo, que deja crecer a la izquierda sin nadie que la encare políticamente y de forma seria.
No se equivoque, amigo derechista, no le estoy diciendo que deje de lado las cruzadas que hoy está llevando a cabo, ese choque de ideas es valioso. Menos estoy pidiendo que se unan en un solo movimiento (esas aspiraciones no son nuestro estilo). Solo le pido que levante la cabeza de vez en cuando, vea a su alrededor y le eche un ojo al rival de siempre, ese que, a pesar de todo, sigue vivito y coleando y con muchas ganas de hacerse notar en el 2021.